Las campañas de Meade y Anaya no logran crecer, no despiertan entusiasmo y se enfocan principalmente en propagar miedos y descalificaciones contra Andrés Manuel López Obrador. Más allá del descontento acumulado, de la actual crisis y del desprestigio del presidente Peña Nieto, percibo que hay una imposibilidad de comunicación creíble entre los candidatos del régimen y amplias capas de la población mexicana. Una imposibilidad de comunicación y de entendimiento fruto de la polarización social.
México es un país estructuralmente desigual, la pobreza extendida en más de la mitad de mexicanos contrasta con la riqueza de una pequeña élite. Esta desigualdad corroe todo los aspectos de la cultura mexicana, abriendo una brecha entre los diversos sectores. Las relaciones entre clases y grupos sociales están mediadas por relaciones de poder, incomprensión, clasismo, odios y miedos. No es fortuito que en medio de una elección en la que aventaja el candidato más ligado a lo popular, por historia personal y postura política, afloren discursos de odio, “críticas” histéricas y gritos de desprecio, que tienen su génesis en el desprecio hacia el México profundo.
Esta desigualdad, que es también cultural, es un obstáculo para los candidatos del PRIAN. Tienen que gesticular, representar un personaje para poder conectar con la gente. Pero la distancia entre unos y otros es tan grande que no lo pueden hacer con credibilidad, quedando la farsa descubierta.
Meade muestra una profunda incapacidad de comunicación con la gente, sus intentos en dar una imagen cercana al pueblo acaban en ridículo. En la soledad de campaña, antes de dormir, Meade se ha de preguntar “porque la mayoría de mexicanos no pueden pensar como la élite económica, que tanto me quiere”. La desigualdad es la razón.
Anaya con esa pinta de triunfador, de “born winner”, con casa en Atlanta y una fortuna que es insultante para muchos, atrae a grupos de clase media aspiracionales e identificados con el american way of life. Sin embargo, para millones Anaya es un personaje de la elite, físicamente distinto y ajeno a las mayorías, el bochornoso caso de su familia viviendo en EUA sólo viene a subrayar estas características. Al igual que Meade, el acercamiento de Anaya con las mayorías es la farsa, la presentación de espectáculos de lucha libre antes de su participación, las estructuras partidistas desangeladas, los discursos que se encuentran entre la superación personal y persuasión mercantil no conectan con buena parte del electorado.
La desigualdad estructural de México, acrecentada por el actual régimen neoliberal, les está jugando una mala pasada a los candidatos de la élite. Hay una masa rebelde que rompe el guión de la pleitesía y descubre el engaño con facilidad. Una masa con experiencia a partir de años de defraudación. Una masa que los ridiculiza y que en esta campaña electoral se coloca a la vanguardia del proceso. Esta es la novedad política más importante del 2018.
El proyecto de la continuidad neoliberal que representa Anaya y Meade se descubre para amplias capas sociales como un proyecto de y a favor de unos cuantos. Los candidatos demuestran el carácter clasista del régimen. Uno mandó a su familia a EUA para que no convivan con mexicanos; el otro nacido en cuna de oro, conoce al pueblo en cifras y por medio de su servidumbre, su curriculum es fruto de sus contactos, de pertenecer a esa élite que considera el derecho de mandar un privilegio de nacimiento.
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El neoliberalismo es un proyecto de clase, de una elite, una característica de los tecnócratas es su desprecio por el pueblo, que no conocen y que hoy les resulta difícil engañar. El que gane un candadito que no es el elegido de las élites, de los grandes medios de comunicaciones y es atacado por los intelectuales del régimen, es un primer paso hacia una verdadera democracia. Veremos.
Fuente: http://www.blackmagazine.mx/el-fracaso-de-los-candidatos-de-la-elite/
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