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Javier Valdez, el escriba de los héroes

Aarón Ibarra/Río Doce

“Porque en este país, a pesar del infierno, hay héroes, hay ciudadanos cuyas historias deben ser contadas y cuyo ejemplo debe ser seguido porque son ejemplos de lucha, de valentía, de dignidad”: Javier Valdez Cárdenas.

Su ceremonia de graduación se llevó a cabo el 12 de agosto de este año. Leslie Abigail Escobedo Niebla culmina sus estudios en Trabajo Social en la UAS y mira cómo sus compañeras, acompañadas de sus padrinos, reciben sus papeles. Ella se aferró al suyo, a su padrino, quien le prometió cumplir con ese compromiso y ella honró el trato: Javier Valdez Cárdenas, con todo y su ausencia de ya cuatro meses, la acompañó en el corazón.

“Pues fue un gran señor, de hecho yo le llegué a estimar tanto que le propuse que fuera mi padrino ahora en mi graduación. Él me había dicho que sí, que claro que sí”, explica la joven.

En 2011 durante la noche del 13 de febrero, Leslie sufre un atentado a manos de militares que le cambió la vida para siempre. Luego de luchar por su vida, los pasos de Javier Valdez le llevaron a su casa. Quería contar su historia, misma que en 2015 sería publicada en su libro “Con una granada en la boca”, obra que compila 30 historias.

Historias que ahí están en la calle, y Javier, como periodista siempre fue un cazador de estas historias.

“Creo que mis historias pueden ayudar a sensibilizar a la gente, a recuperar la humanidad que hemos perdido, a recuperar la dignidad, a volver a enojarnos por lo que pasa y protestar y exigir que todo esto cambie”, dijo Javier en una de las entrevistas dadas durante la presentación del libro.

Y seguir las historias de Javier es ir a esos lugares. Al sur de Culiacán, en la colonia Nakayama, la casa de Leslie, con dos rampas para sillas de ruedas a la entrada, espera en una esquina. A la puerta del domicilio, Marbella, madre de Leslie, abre la puerta.

No para de hablar de Javier. “Desde hace tiempo queríamos saber del periódico, del Ríodoce, hacerles saber que no los dejamos solos y mira, un ángel te mandó, aquí estás”, explica la mujer tras abrir la puerta.

Leslie espera en su habitación. Sentada sobre su silla de ruedas, sus grandes ojos aceitunados brillan cuando escucha el nombre de Javier. En el espejo de su habitación, una foto del escritor que en vida fuera su amigo. ¿Y de quién no era amigo?, se pregunta Marbella y Leslie sonríe.

Ella aceptó hablar de Javier, quien la incluyera no solamente en una de sus historias, sino en su vida. Durante poco más de dos años, Leslie entendió en Javier no a un periodista que caza historias, sino a alguien que es más que un amigo, un confidente.

—Yo lo veía no como a un amigo… no sé cómo explicarte, lo veía como a otro papá, yo tengo papá pero, es que, es diferente porque…

–¿Lo veías cómo a un confidente?

-Sí, alguien que no te juzga, te escucha con todo y bromas pero ahí está, entonces me da consejos… me daba. Entonces, para mí fue alguien muy especial.

Leslie explica cómo Javier llega a su casa, ahí en una esquina de la colonia Nakayama al sur de Culiacán. Cerca de donde los militares abrieran fuego contra la Ford Lobo en que viajaba junto con sus amigos, y cuyos hechos no se sabrán con certeza porque el expediente fue clasificado por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) como reservado.

“Un día llegó en la tarde-noche y preguntó por mí. Mi mamá le preguntó que si quién me buscaba y él se presentó y todo, mi mamá lo dejó pasar y me preguntó si le podía contar parte de lo que pasó ese día y pues yo le platiqué hasta donde yo recordaba, y mi mamá le contó todo lo que pasó después.

“Ese día duró mucho porque también platicó con mi papá y nos dijo que íbamos a estar en contacto, y así fue”, explica Leslie.

Javier terminó entonces su labor de reportear. Sin embargo, sus pasos lo llevaron de vuelta al domicilio de la joven.

El café y el padrino

Antes de la entrevista, una plática casual. Unas bromas, las anécdotas y entonces Marbella saca un libro. La tapa negra es inconfundible. Ella presume la dedicatoria.

El martes 9 de mayo, Javier visitó por última vez la casa de Leslie. Ese día bebieron café y comieron pan. Ella lo recuerda y sonríe otra vez. No tiene más cosas que decir sino gracias. El recuerdo, por un momento, no duele.

—Fue a mi cumpleaños (el día 3 de enero), me hicieron una comida allá con mi abuela. Yo lo invité y fue. Fue una relación muy cercana porque conocía a toda mi familia y a todo mundo les caía muy bien.

—Una semana atrás había venido a tu casa.

—Sí, el martes.

—¿A qué hora?

—En la tarde, como a las cinco, porque decía que no podía tomar café tan tarde. Regularmente siempre venía a esa hora.

—¿Y trajo pan?

-Sí, su pan.

—¿Uno nada más trajo, el codo?

—No, (risas) trajo varios. Trajo conchas, cortadillos, varios.

Luego, el silencio la interrumpe. Leslie trata de explicar por qué no tuvo padrino el día de su graduación, pero luego recuerda que su vida no es ordinaria. La de ella es la vida de un héroe, y los héroes no se rompen. Levanta la cabeza y recuerda:

“Nunca me quedó mal. Si yo lo invitaba al café o a equis parte, él ahí estaba, nunca me decía que no y ese día que yo le dije que si me podía acompañar a recibir mis papeles, él no lo dudó, me dijo que sí y pues… y pues ya no llegó”.

Son casi las seis de la tarde y por poco más de una hora, los recuerdos parecen no agotarse en la cabeza de Leslie. Le viene una cita que dejó pendiente.

“Íbamos a ir a desayunar birria al Diez, iba a invitar a Karla porque creo que por ahí vive cerquita, dijo que nos iba a invitar para que platicáramos un rato, pero tampoco”.

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Leslie se refiere a Karla Flores, de Navolato, cuyo caso diera origen al título Con una granada en la boca. A ella la operaron durante nueve horas, y así como Leslie, es una de las heroínas retratadas en las letras de Javier.

Y la cita que no llegó no la lamenta. Leslie se siente agradecida.

“Cuando conocí a Javier estaba en la prepa abierta, en la sabatina; entonces le platicaba de mis planes, de lo que quería hacer, pues nada qué ver con lo que estudié pero él siempre me dijo que si yo quería, yo podía, que no hay peor lucha que la que no se hace… es que siempre fue muy amable”.

La amistad de Leslie y Javier se fue construyendo día a día, según explica ella misma. Estando en su casa un buen día Javier se comunica con ella y le explica que tiene una amiga terapista a la que le quiere presentar. Leslie acepta.

“Me dijo que iba a platicar con ella y ese día pues tomó café. Cada que venía tomaba café, traía pan y mi mamá le preparaba un café. Él se fue y la siguiente vez que vino, vino con ella. Me la presentó y me dijo que era muy amiga de él, pues, como era Javier, siempre bromeando, que no le caía bien y que no había otra, que me tenía que conformar con ella porque no había otra”.

A partir de ahí Leslie, su familia, Javier y la terapeuta tenían su propia fiesta. Café y pan por las tardes luego de la terapia, y ni el pan, el café, ni la terapia les costaba un centavo a su familia. Ellos siempre pagaron con sonrisas.

“Pues aquí no somos ‘paneros’ pero el día que venía Javier ya sabíamos que íbamos a comer pan y casi se acababa todo. No él, eh, entre todos. Estaba mi mamá, mi hermana, todos… y como yo no soy muy afecta al café, casi siempre me traía un frapuccino porque con el café caliente como que me duele la cabeza, o sea, como que me quedó una secuela”.

Un suspiro corta la anécdota. Leslie recuerda entonces cómo se enteró de los hechos del 15 de mayo. Explica que leyó una publicación en redes sociales. Incrédula coge el teléfono y llama a la terapeuta, y del otro lado de la línea escucha llantos.

Ella estaba en Mazatlán atendiendo citas médicas de rutina. Lamenta no haberse podido despedir, lamenta no haberlo visto otra vez. El estar lejos y el no haberlo podido acompañar, también lo lamenta, sin embargo, entera como es, sus ojos aceitunados brillan otra vez y recuerda al amigo.

“Pero pues estuvo muy bonito todo lo que vivimos, que todo fue cosas buenas, todo. No hubo tristezas ni nada, todo felicidad, buenas cosas”.

Y a pesar del infierno que es Culiacán, hay héroes y hay ciudadanos cuyas historias deben ser contadas, pero esta vez, los ciudadanos contaron la historia de quien les diera voz.