A cinco años, el gran fracaso de Peña
4 septiembre, 2017 por Ismael Bojórquez
Imposible digerir que el presidente de la República reconozca que, al final de su sexenio, la seguridad es el gran pendiente. En primer lugar porque desde su campaña el tema se perfiló como uno de los centrales. El gran clamor de los mexicanos, después de los más de cien mil homicidios que acumuló la administración de Felipe Calderón, era la seguridad. Y en segundo porque fue bajo su gobierno que ocurrió uno de los hechos violentos más condenables en la historia moderna del país y que hasta ahora se mantiene en la impunidad: el asesinato de 43 jóvenes estudiantes de la normal de Ayotzinapa, Guerrero.
Aun sabiendo Enrique Peña Nieto de qué fuentes provenía la mayor parte de los crímenes que ocurren en México, no elaboró una estrategia para combatir el mal desde sus raíces y, peor aún, lo que hizo desde el arranque de su administración —y fue muy notorio—fue prestar oídos sordos al tema. Concentrado en tejer alianzas con todos los partidos para sacar adelante las llamadas reformas estructurales, la seguridad pasó a un segundo o tercer plano de sus prioridades.
El resultado es que a la vuelta de casi cinco años, su gobierno acumula más o menos la misma cantidad de homicidios que los que registraba el de Calderón a estas alturas, con el agravante de que 2017 es el año más violento en los últimos 20 años. Lo cual significa que las fuentes de la violencia siguen intactas o se han fortalecido y diversificado. Esto, claro, a pesar de golpes espectaculares como las dos reaprehensiones de Joaquín Guzmán, que si bien han sacudido al Cártel de Sinaloa, no han mermado su capacidad operativa.
Por el contrario, durante su administración creció exponencialmente una organización que había mantenido presencia regional y que ahora, según indicadores de las propias agencias norteamericanas de seguridad, ha extendido su poder a buena parte de mundo: el Cártel de Jalisco Nueva Generación. Y casi sobra decir que estados como Guerrero y Veracruz se convirtieron en sucursales del infierno bajo la administración de Peña.
El otro gran tema durante su campaña fue la corrupción. Y también aquí se comprometió a combatirla pero, igual que en materia de seguridad, el presidente prefirió meter la cabeza en un hoyo. Cuando un trabajo periodístico reveló que una constructora le había regalado una casa de 7 millones de dólares, el presidente nombró a Virgilio Andrade como nuevo secretario de la Función Pública, mismo que, meses después, resolvería que en el caso de la casa blanca no hubo conflicto de intereses. Seis meses le bastaron al pequeño títere para concluir que, de acuerdo al seguimiento de los procesos de compra de las casas del presidente y su esposa —y la de Luis Videgaray, en Malinalco, Estado de México— y su relación con la compañía constructora beneficiada con decenas de contratos millonarios con el gobierno federal, no se había traficado con intereses.
Peña Nieto tampoco combatió la impunidad con que en los estados se saquean los recursos públicos, cuando pudo haber tomado medidas a través de las secretarías de la Función Pública y de Hacienda, exigiendo transparencia en el manejo de las transferencias a las entidades. En el caso de Veracruz, con el ex gobernador Javier Duarte, fue el trabajo del portal de noticias Animal Político el que reveló gran parte de las redes de corrupción que habían tejido Duarte y su familia y luego develadas con mayor amplitud por el ahora gobernador Miguel Ángel Yunes. Pero no la federación.
Y por eso ex gobernadores como Mario López Valdez, que llegaron a acuerdos con el presidente para facilitar el triunfo de los candidatos del PRI, no solo viven tranquilamente después de dejar el cargo, sino que pretenden colocar fichas en el tablero electoral de 2018, como si tuvieran mucho que ofrecer. ¿Qué hizo el presidente para detener las fechorías del gobernador de Nayarit, Roberto Sandoval Castañeda, cuyo procurador fue detenido en los Estados Unidos bajo la acusación de tráfico de drogas? Absolutamente nada.
Bola y cadena
ENRIQUE PEÑA NIETO no tuvo el privilegio de los viejos presidentes del PRI, que en la primera mitad de su administración vivían en medio de la adulación y el aplauso. De mucha gente, de la clase política, de los medios. Fue, desde su arranque, un personaje gris al que salvó por momentos esa operación llamada Pacto por México. Pero antes de que terminara su segundo año explotó Ayotzinapa y el techo se le vino encima. Nunca el presidente volvió a ser el mismo. Nunca el PRI se recompuso. Nunca las instituciones de justicia estuvieron tan desprestigiadas en México y ante el mundo. ¿Que la pobreza bajó tres puntos según el Coneval? Pues qué bueno. ¿Que la imagen del presidente ha subido dos o tres puntos en las encuestas? Qué bueno también, porque a ningún país le conviene un presidente débil. Pero el gobierno y el sistema sobre el cual se sostienen las instituciones no son mejores ahora que hace cinco años, cuando llegó Peña Nieto al poder. Y es aquí donde se palpa el gran fracaso de su administración.
Sentido contrario
CUESTIONES FAMILIARES, DIJO el gobernador cuando le preguntaron por el asesinato de cuatro miembros de una familia en Escuinapa. ¿Y en Concordia? ¿Y los muertos de todos los días en Culiacán? ¿Y los de Mazatlán? No se vale voltear la cara ante la realidad, gobernador. Hay que verla de frente.
Humo negro
EL JUEVES NOS ENTERAMOS CON SORPRESA que el maestro Rubén Rocha Moya firmará el acuerdo de unidad con el partido Morena en la ciudad de México. Alguna vez me lo dijo Rocha cuando hablábamos de su incorporación al gobierno de Quirino Ordaz, que él le había aclarado al mazatleco que tenía muy buena relación con Andrés Manuel López Obrador y que no descartaba acompañarlo en algún momento de su carrera política. Ya veremos que queda de aquel hombre de izquierda que dos veces fue candidato a la gubernatura.