Desplazados
Maribel Chollet, la diputada mazatleca acusada en los medios de comunicación de nepotismo si bien le echaron a su hija del Congreso del Estado, terminó colocando silenciosamente a su “asesora” en la Secretaría de Turismo.
Ahora, nos resulta especialista en el tema de desplazados y afirma que estos salen de sus comunidades serranas no por la violencia que les arranca padres, esposos, hijos e hijas, sino para buscar mejores oportunidades.
O sea, en su lógica digna de un curso de autoayuda, los desplazados abandonan sus cultivos, su ganado, el trabajo en las minas o en los centros madereros, la vida en familia y comunitaria rural, para venir a sobrevivir con la despensa semanal que entregan con disgusto algunos malos funcionarios, mientras mal viven arrimados con familiares y la cotidianidad les sabe a una amarga añoranza.
El fenómeno de los desplazados sinaloenses alcanza según cálculos poco rigurosos, a más de 30 mil personas. Es producto de una problemática compleja, donde lo central es la ambición por apropiarse de los bienes comunitarios que son abundantes en la Sierra Madre Occidental: bosques, metales y tierras de cultivo, y donde políticos venales no son ajenos a las tajadas que se reparten para facilitar despojo.
Las comunidades serranas estorban a los narcos, son un contrapeso a las mineras canadienses y las grandes obras de gobierno.
Ahí está, la lucha por el control de los pueblos abandonados por doquier en la larga y caprichosa serranía. Para no ir muy lejos basta echar una vuelta al antiguo mineral de San Nicolás de Pánuco, municipio de Concordia, para constatar lo que ha quedado de él y muchos otros a lo largo y ancho de la Sierra; la persecución, encarcelamiento y muerte de quienes han salido en defensa de sus comunidades y sus bienes naturales ante el engaño de las compañías mineras como sucedió en Choix y en cuanto a las obras de infraestructura, nos trae a la memoria la historia de la Presa Picachos, que no es otra que la de despojo, engaño y muerte.
Así, hay que tener mucho cuidado con este discurso optimista de la diputada, quien busca probablemente capitalizar el descontento con asistencialismo para transformarlo en votos cuando busque estar de nuevo en la papeleta electoral.
Los desplazados por la violencia no necesitan este tipo de políticos insensibles ante el dolor que deja el abandono de la tierra, sus tradiciones, sus muertos.
El tema de los desplazados debiera ser atendido con políticas de gobierno eficaces, no solo desde el punto de vista policial, que igual es insuficiente, sino conforme la diversidad de factores que provocan los desplazamientos forzados.
Pero, en ese terreno, parece que no hay voluntad de ningún nivel de gobierno porque lo rebasa y, es por eso que el problema crece constantemente, no hay cabecera municipal que no tenga cientos, quizá miles de personas que han ido al pavimento a “buscar mejores oportunidades”, pues en sus comunidades han dejado todo tirado en medio de la balacera y el dolor por haber perdido un familiar, una amistad, un vecino.
Y es tarea de los políticos en funciones de gobierno —sea el Ejecutivo, Legislativo o Judicial— diseñar rápidamente políticas públicas destinadas a desincentivar este tipo de migraciones que no pueden ser otras que garantizar mínimos de seguridad, empleo y protección de sus bienes.
Quizá, eso sea pedir mucho para quienes no alcanzan a ver lo que se incuba en la sierra y se derrama hacia la costa.
Es donde no caben discursos de políticos acostumbrados a medrar con la miseria de las colonias populares y el campo, la serranía.
Hoy, no es diferente, los desplazados de la sierra por la violencia no solo es narca sino producto también del abandono, la retórica y el engaño, ante la incapacidad de ofrecer soluciones viables.