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Ismael Bojorquez/Río Doce

Fui el primero que vio a Javier tirado boca abajo sobre el pavimento. Una siniestra casualidad. Iba en mi auto hacia la oficina y de lejos me pareció que habían atropellado a alguien. Más de cerca me llamaron la atención el sombrero ligeramente caído de su cabeza y los zapatos de minero. Me detuve y sin salir del auto pregunté,tratando de engañarme, qué había pasado, si habían atropellado a alguien. “No, lo mataron, le quitaron el carro”, escuché. Me bajé y di un rodeo al cuerpo inerte para verle el rostro.

Fue un golpe brutal. Y no por las reacciones nacionales y mundiales contra el crimen que inundaron los medios electrónicos y las redes sociales en minutos, sino en sí mismo, por lo que Javier Valdez Cárdenas representaba y representa para Ríodoce, para la gente que aquí labora, para sus lectores, para el periodismo, para la sociedad mexicana, ya no digamos para sus amigos y su familia.

Hace 14 años iniciamos este proyecto al que el moneroAVC ilustró como un pequeño barco de papel y alguien más como un gran “salto al vacío”, porque no teníamos nada para empezar que no fuera un manojo de sueños.

Arrancamos en medio del acoso de un gobierno infecto como lo fue el de Juan Millán Lizárraga, que nos tendió un cerco para “matarnos de hambre”, pero sobrevivimos. Poco a poco, a fuerza de un periodismo crítico, fuerte en sus señalamientos, de fondo en la investigación y hasta temerario en asuntos del narcotráfico, Ríodoce se fue posicionando como una lectura imprescindible en Sinaloa.

Llegó como un tsunami el tema de los cárteles de la droga a las redacciones a partir de 2005 —con el surgimiento explosivo de los Zetas y sus guerras por conquistar terrritorios— y Ríodoce se planteó cómo cubrirlo para proteger nuestra integridad. Así navegamos todos estos años, sobrevivimos a la guerra despiadada de los Beltrán Leyva-Carrillo-Zetas contra el Cártel de Sinaloa y a lo sumo, en 2009, alguien arrojó una granada en la parte baja de nuestras oficinas que no pasó a mayores.

En todos estos años Javier Valdez fue una pieza fundamental. No somos empresarios y solo hicimos la empresa que ocupábamos para mantener este pequeño barco viento en popa. Pero no más. Lo dijimos una y otra vez: no hicimos este periódico para hacernos ricos, así es que el poco dinero que entre lo invertiremos para mantener un buen equipo de trabajo y garantizar ciertos niveles de calidad. Las penurias económicas nos agobiaban pero nunca dejamos de pagar una quincena. De pronto caía agua al río y festejábamos como niños pero en las semanas siguientes de nuevo a la realidad. Nunca, jamás, por esta razón, alguien pensó bajarse del barco.

Tampoco por miedo a la violencia. El momento más tenso lo vivimos en la guerra que explotó en 2008 al interior del Cártel de Sinaloa y nadie reculó. Bajo el gobierno de Mario López Valdez, cuyas corporaciones policiacas fueron entregadas cínicamente a Ismael Zambada y a Joaquín Guzmán, tampoco. Sabíamos los peligros que se cernían sobre nosotros, pues en agosto de 2011, primer año del “gobierno del cambio”, fue asesinado el periodista Humberto Millán. Pero seguimos adelante.

Fue hasta que reaprehendieron al Chapo Guzmán en Los Mochis, en enero de 2016, que las disputas entre sus hijos y Dámaso López Núñez por el control de la organización, trajeron como consecuencia una nueva etapa de violencia en Sinaloa. Pequeños enfrentamientos, ejecutados por acá y por allá, reuniones de conciliación convocadas por el Mayo Zambada. Esto en 2016. Hasta que ocurrieron las incursiones de gente armada a Villa Juárez, Navolato, en febrero de 2017 y a los cuales les siguió una guerra mediática. Los hijos del Chapo enviaron una carta a Ciro Gómez Leyva y por esos mismos días Dámaso López Núñez busca espacio en dos impresos de Sinaloa, Ríodoce y La Pared, a quienes concedió entrevista vía mensajes telefónicos, donde se deslinda del ataque que los Chapitos le atribuyeron. La entrevista la hizo Javier, pues a él lo habían buscado.

Los hijos del Chapo se enteraron que habíamos entrevistado a Dámaso y presionaron a Javier para que el trabajo no se publicara. Pero les negamos la petición. Luego le hablaron porque querían comprar toda la edición, pero tampoco se les concedió. Y entonces optaron por seguir —en Culiacán y Mazatlán— al personal que entrega los ejemplares en las tiendas y en cuanto los dejaban contra recibo, ellos los compraban. Eso fue el 19 de febrero. No usaron la violencia, pero sí la intimidación.

Fue a partir de estos hechos que sentimos inseguridad, sobre todo por Javier. Ya de por sí la emboscada del 30 de septiembre, donde murieron cinco militares, había enrarecido el ambiente. Acordamos que debería irse un tiempo de la ciudad. Él mismo planteó el asunto con organismos internacionales que le propusieron enviarlo un tiempo fuera del país, pero le costaba trabajo separarse de la familia. Ríodoce tenía pendientes reportajes en otras entidades y le propusimos que fuera él a reportearlos para que descansara de esta ciudad de mierda. Pero la falta de recursos y la desidia nos ganaron. La Jornada, luego del asesinato de MiroslavaBreach en Chihuahua, le propuso algo semejante pero tampoco se concretó. Con los días, las cosas parecían haberse calmado. La detención de Dámaso López Núñez cargaría los dados hacia un lado y era de sentido común esperar una paxnarca. Lo comentamos el mismo lunes por la mañana antes de que lo mataran. Pero estábamos equivocados.

Como nos equivocamos también al entrevistar a Dámaso, porque de esa forma nos metimos a una guerra mediática que no era nuestra, provocando el disgusto —sin que fuera nuestra intención—de la otra parte. Por eso el decomiso de los ejemplares del domingo 19.

Bola y cadena

EL MIÉRCOLES NOS REUNIMOS EN RÍODOCE para planear, en medio del llanto y la pesadumbre, la próxima edición. Creía conocer a todo el equipo, uno por uno de los reporteros, el personal administrativo, los encargados de la web y redes sociales. Pero no. Son todos y cada uno mucho más grandes y fuertes de lo que yo pensaba. La flaqueza solo se reflejaba en lágrimas por el dolor del compañero que habían asesinado, pero nunca por el compromiso que teníamos enfrente. Nadie preguntó si seguíamos o no. Todos lo dimos por hecho.