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Río Doce.- Por allá en las décadas de los 70 y 80 leía la revista El Cuento, dirigido por el escritor y periodista mexicano, originario de Guaymas, Edmundo Valadés Mendoza (1915-1994). En aquella revista leí los primeros cuentos; antes había escuchado en la radio algunos infantiles, de buena estructura, impresionantes, de esos que te marcan para siempre, como: Talpa de Juan Rulfo, Casa tomada de Julio Cortázar, Confabulario de Juan José Arreola. Puedo decir que fueron mis primeros encuentros con la imaginación.

La revista El cuento se publicaba mensualmente, era sostenida con muchas premuras por su director; la esencia era publicar cuentos galardonados, principalmente de escritores latinoamericanos. Recuerdo que publicaban a muchos mexicanos: Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, Ricardo Garibay. Argentinos: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Cazares y al chileno José Donoso. También publicaron a cuentistas de Estados Unidos, de estos recuerdo el cuento Catedral de Ray Caver, El gato negro de Alan Poe, y uno muy divertido: Un día perfecto para el pez plátano de Selinger.

Una de las facetas más interesantes era que convocaban para que lo lectores también se animaran a participar, obvio, se elegían los mejores. Una vez me atreví a enviar un cuento, y ¿saben qué? Me dijeron que siguiera insistiendo, que tal vez, algún día, pudiera lograr una publicación. Años más tarde, mi amigo, y por eso, porque es mi amigo, Francisco Salgado Favela, quien entonces dirigía el suplemento Ancla y Estrella de El Debate de Culiacán, cometió la barbaridad de publicarme. Fue un cuento horrorosamente mal escrito que llamé: La telaraña de muerte, un pecado del cual no me arrepiento porque si no lo hubiera hecho, jamás me hubiera animado a lo demás. Pero volviendo a la revista El Cuento, el señor Valadés supo por medio de alguien, que su colega Juan Rulfo no tenía trabajo. Ustedes lo saben, no es raro que un escritor se quede sin trabajo, por eso él vendía llantas. El caso es que lo contrató y ya no era uno el que sufría para sostener la revista, ahora eran dos. Rulfo se encargaba de leer los cuentos que recibían; Imagino lo que hizo con mi cuento: lo agarró por el extremo de un costado, y tapándose la nariz, lo echó al cesto de la basura, y dijo: ¡vaya hediondez! Ambos, Valadés y Rulfo, sostuvieron la revista contra viento y marea. Entre ellos había un respeto mutuo, jamás preguntaron, uno al otro, por qué habían dejado de escribir.

El que sí se animó a preguntarle a don Edmundo Valadés fue el escritor y periodista argentino Mempo Giardinelli. Esto fue en junio del año 1986, en una entrevista que se publicó en el libro Así se escribe un Cuento (1998).

—En primer lugar, señor, ¿qué significa para usted el cuento?

Para mí el cuento es un sueño breve.
—Cuando en 1939, usted inició la publicación de la revista El Cuento ¿asistía alguna revista similar, había un modelo que usted tomó?

Vea usted: el origen se debe a un amigo que trabajaba conmigo en una revista. Horacio Quiñones se llamaba. Él leía muy bien en inglés, y recibía la revista Esquire, que publicaba siempre cinco o seis cuentos excelentes. Horacio los leía, me los contaba y traducía, y compartíamos la emoción, el gusto, y nos surgió la idea de compartir esos cuentos con otros lectores. De paso nos propusimos empezar a publicar autores mexicanos. Pero fue una empresa transitoria, ya que entonces sólo editamos cinco números, aunque con una gran respuesta. Allí publicamos a Luis Spota, a Efrén Hernández, aunque hay que decir que en aquel momento nuestra cuentística no era tan rica como ahora. Por razones que no vienen al caso, tuvimos que interrumpir la revista. Yo me quedé con las ganas, sin embargo, y en 1964 pude volver a sacarla, con la ayuda del librero Zaplana, un hombre extraordinario al que la literatura mexicana le debe muchísimo.
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Aquí hago un paréntesis para comentar que Edmundo Valadés produjo poco, pero todo muy bien logrado y exitoso. Su libro de cuentos: La muerte tiene permiso (1955) logró vender más de 300 mil ejemplares. Otras obras de él son: Las dualidades funestas, Solo los sueños, Los deseos son inmortales. También hizo una antología: Los grandes cuentos del siglo XX. En los 22 años que duró su revista El Cuento, publicó más de 1 mil 300, de escritores de los cinco continentes. Toda una hazaña.

Giardinelli preguntó así a Valadés: ¿por qué hace 15 años que no escribe?, a lo que respondió: “No lo sé. Y le aseguro que me hago esa pregunta muchas veces, porque cada vez adquiero más conciencia de que soy un escritor, de que puedo decir cosas por medio de la palabra. Y no hacerlo, pues… Mire, yo creo que hay otro problema muy grave y decisivo. Yo creo que el camino de un escritor es descubrir su voz interior. Es un minero decidido a encontrar la mina de oro, lo que cuesta esfuerzo enorme. Y el que es escritor encuentra ¿no? Y ese encuentro, yo creo que origina que se desencadenan esas voces interiores que están encerradas, a las que uno llega por el momento de la fiebre creadora, ocurre que hay una voz interna que le dicta a uno, y puede ser tan sonora que uno no tiene tiempo de seguirla. Y entonces, desatada, esa voz le habla, le dice cosas continuamente… Yo me acuerdo de cuando la tenía muy viva, hace unos años, que iba en mi coche y ella empezaba a manar y entonces yo me decía que debía dejar el coche para irme a escribir… Que es lo que debe hacer un escritor, ¿verdad? Un escritor debe dejar todo con tal de no perder esa voz. Porque esa voz se va gastando inútilmente, y de eso yo tengo conciencia. La va usted conteniendo, la va secando, y esa voz pierde caudal…”

—¿Acaso me está diciendo que a usted se le secó esa voz?

—Ah, pues… Yo creo que en buena parte, sí.

Bueno, a mí lo que se me está secando es el gaznate. Es hora de irme a echar una cheve. ¡Salud!

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