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Protesta por el cierre de los centros de detención de extranjeros. DIAGONAL/ NEWTOWN GRAFITTI
Una amiga que trabajaba con refugiados conoció una vez a un hombre que, en dos momentos diferentes de su vida, había estado en una prisión y en un centro de detención de inmigrantes. Le describió la diferencia entre ambos lugares de una manera muy clara: en la prisión, le dijo, cada día que pasa es un día menos; sin embargo, en el centro de detención cada día es “un día más”: otro día sumado a tu condena.

Cabe mencionar que esto tuvo lugar en Reino Unido, país en el que no existe un límite de tiempo de encierro para un inmigrante detenido. Los defensores de estas instituciones opinan que son necesarias porque los irregulares se esconderían en la comunidad si no fueran puestos bajo custodia; sin embargo, en los últimos años, y paralelo al movimiento contra los CIE en España, muchas voces se han alzado contra la existencia de los detention centres británicos.

Los argumentos son similares: la mayoría de los prisioneros de estas “cárceles de paso” no han cometido ningún crimen, sólo faltas burocráticas; muchos son solicitantes de asilo que pueden permanecer allí mientras su solicitud para permanecer en Inglaterra es procesada, o dicha petición les ha sido denegada y esperan para ser expulsados a sus países. Según la Home Office (el Ministerio de Interior inglés), entre 210 y 260 prisioneros llevan más de un año en estos centros.

Shan (nombre falso) llegó a Inglaterra hace seis años, cuando tenía 19. Fue su familia, muy humilde, quien le animó a viajar a Inglaterra para tener una vida mejor que la que tenía en Pakistán. Para ese viaje, que muchos ciudadanos realizan sin grandes sacrificios, Shan y su familia tuvieron que pagar mucho dinero: pagaron 5.500 libras a la universidad, casi 500 a la embajada británica en concepto de tarifa del visado y 500 en un billete de avión. “Fue un gran esfuerzo”, dice Shan. Tras cumplir otros requisitos (sacarse el AILS de inglés, conseguir permiso de la universidad británica, mostrar una cuenta bancaria con, al menos, 20.000 libras –requisito que demuestre que el ciudadano podrá mantenerse a sí mismo sin necesidad de ayudas–), consiguió por fin un visado de estudiante durante un año y tomó el primer avión de su vida hacia Reino Unido.

Inglaterra tiene leyes migratorias muy estrictas dependiendo de qué país proceda el visitante. El visado de estudiante permite residir unos años realizado unos estudios que cuestan el doble que a un europeo y trabajar solamente 20 horas a la semana por ley –un número de horas que muchos triplican gracias a la magia del pago en negro–. Cuando Shan llegó a Reino Unido, fue recibido con un formulario de inmigraciones (o landing card) a rellenar y, debido a su falta de información, admitió que planeaba estudiar y trabajar al mismo tiempo. Su ingenuidad le costó cara: fue retenido e interrogado durante horas por los funcionarios de la aduana, que no quedaron satisfechos con sus explicaciones. Éstos le explicaron que tenía una semana para solicitar la estancia o, de lo contrario, sería deportado. Era el día de Año Nuevo cuando lo trasladaron a un centro vecino al aeropuerto de Heathrow, uno de los 13 centros de detención para extranjeros que existen en Reino Unido previos a la deportación.

Entre estos centros se encuentran organismos muy controvertidos, como el Yarl’s Wood Immigration Removal Centre, en cuyo interior se denuncia que ha habido huelgas, suicidios, detenciones de niños y supuestos abusos sexuales, y a cuyas puertas cientos de personas han pedido su cierre. Los niveles de seguridad de estas instituciones son similares a los de las prisiones. Shan reproduce sus memorias del interior del centro de detención, donde tiene prohibido el acceso todo periodista, como si de una cárcel se tratara: vigilancia absoluta, dobles ventanas, una reducida habitación compartida donde los funcionarios abrían la puerta apenas para introducir la comida, y tan sólo una llamada de cinco minutos al día, que obviamente él gastó en contactar con su familia para pedirles que intentaran conseguir un abogado. “Pensé que quizá me hacían aquello porque era musulmán, porque pensaban que era terrorista”, recuerda.

La detención de inmigrantes “es uno de los temas más graves en lo que atañe a libertades individuales en Reino Unido en la actualidad”, según la organización Detention Action, que explica por qué, según ellos, Inglaterra es única en su forma de tratar la detención a extranjeros: “Este país detiene más inmigrantes que ningún otro en Europa salvo Grecia. No hay ningún otro que detenga inmigrantes indefinidamente, sin límite de tiempo, sin juicio, a veces durante años. Inglaterra es el único país de Europa que retiene de forma rutinaria a inmigrantes en prisiones, una práctica considerada ilegal en el resto de Europa. Inglaterra es el único país que detiene solicitantes de asilo, simplemente por conveniencias administrativas en el proceso. Y, por último, Inglaterra tiene una cantidad sin precedentes de evidencias del mal trato hacia estos inmigrantes durante su detención”.

Contra los derechos humanos

La red de voluntariado Avid añade: “Según la Home Office, la detención debe ser usada con moderación y durante el menor tiempo posible. En nuestra experiencia, la detención es la norma más que la excepción”. La misma fuente ofrece datos ilustrativos: alrededor de 30.000 personas son detenidas cada año, y la categoría más común son los solicitantes de asilo, aunque algunos son recién llegados, como Shan, y otros han vivido de forma legal en el país durante muchos años; 99 niños fueron detenidos en el año 2014 a pesar de que el Gobierno aseguró haber acabado con la detención infantil en 2011; los cinco países de origen más comunes son –por orden– Pakistán, India, Bangladesh, Nigeria y Afganistán; la mayoría de la gente es detenida durante dos meses, aunque un centenar fueron detenidos más de un año; el 53% de los detenidos es, finalmente, expulsado de Reino Unido.

Además, resulta escandaloso el caso particular de los refugiados, que para ser acogidos han de demostrar que el hecho de no prestarle asilo contravendría la Convención de Ginebra y pondría su vida en peligro, pero que se encuentran con muchas trabas. Desde el grupo Brighton Migrant Solidarity explican que “es extremadamente difícil ser aceptado como refugiado en este país porque la Home Office requiere pruebas de que el individuo ha sido perseguido en su país de origen. No se tiene en cuenta que para mucha de esta gente no es posible aportar pruebas porque están huyendo de guerras, dictaduras y no han podido llevarse consigo nada antes de abandonar el país”. Además, aclaran, estos solicitantes son retenidos durante todo el proceso de obtención del asilo (que debería ser corto, pero que no lo es). “Esto va contra los derechos humanos dado que estos solicitantes de asilo podrían ser supervivientes de tortura u otros tratos inhumanos y jamás deberían ser puestos bajo detención”, añaden.

En el centro, Shan conoció gente de países como Pakistán, Bangladesh, Afganistán, Kenia… Todos ellos llevaban ya algún tiempo viviendo en Reino Unido y, por alguna razón u otra, habían sido detenidos y esperaban la deportación; conoció gente que llevaba en el país anglosajón hasta diez años, algunos viviendo con pasaportes falsos antes de ser descubiertos. Todos estaban tranquilos, sabiendo lo que les esperaba, y todos se sorprendían de que él, recién llegado, con un visado y siendo estudiante, hubiera sido enviado allí. Una tarde tuvo lugar uno de sus recuerdos más oscuros: un hombre de Asia del Sur, desesperado, se encaramó al techo y consiguió anunciar que iba a suicidarse antes de que los funcionarios lograran detenerle.

La principal víctima de esta forma de custodia es, sin duda, la salud mental de los prisioneros. La página No Deportations calcula que en 2015 hubo una media de un intento de suicidio por día. El grupo Women for Refugee Women explica en un estudio las experiencias de las mujeres en la detención, muchas de las cuales son supervivientes de violaciones y torturas: la detención, explican, sólo incrementa su trauma. Una de cada cinco mujeres con las que han hablado ha intentado suicidarse en custodia.

Avid añade que estar detenido sin límite de tiempo causa “ansiedad y sufrimiento” y un impacto psicológico “absolutamente dañino” que puede causar “serios problemas mentales”. En la lista de fallecimientos sucedidos en estos centros en los últimos años encontramos un gran número de muertes voluntarias, como la de Robertas Grabys, lituanés, encontrado ahorcado el mismo día que iba a ser deportado, o la de Tahir Mehmood, Paquistaní de 43 años que expresó sus deseos de no dejar el centro porque temía la tortura policial y la detención si le enviaban a Pakistán, pero no fue escuchado. Una muestra de la desesperación a la que se ve sometido alguien que viene buscando ayuda y es recibido con la cárcel.

Incertidumbre del encierro

El apoyo exterior es importante para contrarrestar los terribles efectos psicológicos de la incertidumbre del encierro. Right to Remain es uno de los grupos que realizan voluntariados para ir a visitar a los detenidos. En la página de Gatwich Detainees Welfare Group recogen la declaración de un exdetenido: “Es muy importante que los detenidos tengan visitantes, dado que el ambiente no es agradable en absoluto. Te sientes muy solo y deprimido. La vida bajo detención es incierta porque no sabes qué va a pasar contigo. Hay mucha gente enferma y deprimida en el centro y sin ayuda sería muy difícil seguir con la vida allí”.

Para Shan, por fortuna, la experiencia no duró mucho. El 7 de enero, después de una semana de estancia en el centro, se acostó con la noticia de que al día siguiente sería deportado junto con varios internos más. A última hora, el abogado, pagado por su familia, logró detener la deportación y medió para que lo liberaran. A las ocho de la mañana trajeron su equipaje y Shan fue puesto en libertad, aunque tuvo que dar información de dónde planeaba vivir a partir de entonces y con quién. Desde ese día, a Shan le esperaba una nueva vida como ciudadano y trabajador británico, que no sería el camino de rosas que imaginaba desde su ciudad en Pakistán: trabajo duro, precario, muchas veces cobrando menos del mínimo, y muchas más horas de lo legal, para reponer todo el dinero gastado en su terrible viaje y bienvenida al país de acogida.

Han pasado seis años de su experiencia, y Shan colabora ahora con colectivos como Refugee and Asylum Seekers Project (RASP), que realiza actividades para integrar a jóvenes refugiados, solicitantes de asilo e inmigrantes recién llegados a tierra británica y les ayuda a crear una red de contactos, a no verse solos. Comparten el espacio común, charlan, juegan a juegos y, de vez en cuando, toca noche de cocina: cada uno reproduce los platos de aquel país que una vez dejó atrás de forma, en su gran mayoría, forzosa. A pesar de todas las dificultades, Shan ha conseguido ser aceptado y aceptar a un país que un día le recibió como se recibe a un criminal.