Fidel Castro, el padre de la Revolución Cubana y uno de los protagonistas del siglo XX, murió a los 90 años, anunció su hermano, el presidente Raúl Castro, poco antes de la medianoche del viernes.
“A las 10H29 falleció el comandante en jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro”, afirmó Raúl en un mensaje televisado.
Mensaje de Raúl Castro anunciando la muerte del comandante Fidel.
“Luchar por una utopía es en parte construirla”
La Jornada.- Fidel, el hombre, ha muerto, pero aquel polémico personaje que derrocó una dictadura, cimentó un gobierno de izquierda en Cuba, luchó durante décadas contra la política exterior estadunidense y generó algunas veces controversia y otras simpatía, admiración e incluso culto a la personalidad, continuará vigente como uno de los líderes más recordados y analizados del siglo XX y parte del XXI.
Celebración de los 90 años de Fidel Castro en agosto de este año.
El líder de la revolución cubana murió este 25 de noviembre a los 90 años en su amada Habana, aquélla que los recibió a él y a los combatientes de Sierra Maestra como libertadores, entre flores, banderas y campanadas un 8 de enero de 1959.
Fue el hijo de un rico terrateniente, pero Fidel le dio la espalda a una vida de privilegios para liderar una revolución de izquierda en Cuba que resistió durante décadas los embates de potencias mundiales y fue modelada por su astucia política, su agudo sentido del destino y su ego sin límites.
Venerado durante medio siglo por la izquierda gracias a su voluntad de acero; la persecución contra sus opositores y su falta de apertura lo convirtieron en un tirano para los ojos de sus detractores.
Tan idealista como pragmático, extremadamente inteligente e imprudente, carismático pero intolerante, su muerte ha dejado a la izquierda mundial sin la última leyenda de la Guerra Fría.
“Es mejor morir de pie que vivir de rodillas”
No fue a los 10 años cuando lo atacó una despiadada peritonitis. Ni en un enmarañado pantano, ni en un manglar de la sierra ante el fuego enemigo. Tampoco en las entradas y salidas del quirófano por diverticulitis en 2006, cuando casi a diario la prensa internacional lo daba por muerto. Mucho menos en uno de los 640 intentos fallidos de la CIA para asesinarlo.
Fidel Castro, la persona a la que más se ha intentado asesinar, según el libro Guinness de los Records, y quien quizá tuvo una “tendencia a cortejar la muerte”, –de acuerdo con el periodista polaco Tad Szulc, uno de sus biógrafos– alcanzó la novena década de vida, después de haber sobrevivido la guerrilla, los atentados y la enfermedad.
“Llegué a estar muerto”, le reveló a la periodista y directora de La Jornada, Carmen Lira, en una entrevista en 2010, al referirse a la grave crisis de salud a la que se enfrentó cuatro años antes y que lo llevó a delegar el poder en su hermano Raúl. “Estás ante una especie de re-su-ci-ta-do”, profirió con orgullo aquél que se había enfrentado ya tantas veces con la muerte.
Fidel, el hombre
El hombre, al que no cuesta trabajo imaginar con su icónica y copiosa barba, ataviado con un traje militar color verde olivo y una boina a la par –distintivo de su escalafón como comandante en jefe de la Fuerzas Armadas–, ha generado en el imaginario una doble imagen, en palabras de Szulc.
Sus admiradores veían en él a un visionario que se alzó contra la dominación de Estados Unidos sobre Latinoamérica, llevó servicios de salud y educación a los pobres e inspiró a movimientos sociales en todo el mundo.
Aún antes de liderar la revolución de 1959 que llevó a Cuba al comunismo, Castro vio su potencial de grandeza.
Desde una temprana edad admiraba a las figuras históricas más audaces, particularmente a Alejandro Magno, y creía que él y sus rebeldes eran parte de esa tradición.
Cuando Castro derrocó al dictador Fulgencio Batista con su ejército de guerrilleros barbudos, románticos e irreverentes tenía apenas 32 años.
El carismático abogado instaló pronto un régimen socialista a sólo 150 kilómetros de Estados Unidos y se convirtió en un paradigma de resistencia para militantes de izquierda alrededor del mundo, que idolatraban a los jóvenes combatientes que alfabetizaron al país y nacionalizaron las empresas extranjeras.
Con su sempiterna barba, uniforme de combate y magnética retórica, Castro puso a su pequeña isla del Caribe en el centro de la Guerra Fría con una revolución que encendió el imaginario de generaciones.
Pero sus opositores lo vieron como un testarudo bravucón que no respetaba los derechos humanos, encarcelaba a sus críticos, y prohibía a los partidos opositores.
Sus 50 años de Gobierno con una escasa tolerancia por el disenso llevaron a cientos de miles de cubanos al exilio, incluyendo algunos que habían apoyado inicialmente su revolución, y difuminaron para muchos la épica con la que llegó al poder.
Su muerte se da luego de una serie de cambios económicos en Cuba, una de las pocas naciones de Gobierno comunista que sobreviven junto con Corea del Norte a pesar del acercamiento entre La Habana y Washington después de más de medio siglo de hostilidades.
Castro no sólo sobrevivió decenas de atentados sino también al derrumbe en 1991 de su benefactor la Unión Soviética, que hundió a Cuba en una profunda crisis económica de la que todavía intenta recuperarse.
Mientras McDonald’s abría un restaurante en la Plaza Roja de Moscú, Castro redobló su discurso antiimperialista y transformó a Cuba en una de las últimas fronteras de la Guerra Fría.
Una enfermedad nunca especificada lo obligó a transferir temporalmente el poder a su hermano menor Raúl en una calurosa noche de verano del 2006. Luego, renunció a la presidencia y fue desapareciendo gradualmente de la vida política.
Su sillón vacío junto a Raúl en las reuniones del gobernante Partido Comunista y la repercusión que alcanzaban sus escasas apariciones públicas eran, sin embargo, un recordatorio de la enorme influencia que “el Comandante” aún ejercía detrás de bastidores.
La influencia internacional de Castro repuntó en los últimos años, cuando dejó de recetar la revolución armada para curar los males del Tercer Mundo e impulsó programas gratuitos de salud y alfabetización que beneficiaron a millones de pobres desde Pakistán hasta Bolivia y Nicaragua.
Pero tras su larga travesía al mando de Cuba, el país queda sumergido en una lucha para adaptarse a un mundo que cambió drásticamente desde que bajó de la Sierra Maestra.
“LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ”
Su legado político será objeto de pasionales debates. Pero pocos cuestionan la astucia que le permitió sobrevivir en el poder a nueve presidentes de Estados Unidos, más de cuatro décadas de embargo económico y -según la contrainteligencia cubana- más de 600 planes para asesinarlo.
Los “fidelistas” afirman que su revolución liberó a Cuba del yugo de Estados Unidos y creó una sociedad más justa y con los mejores servicios de educación y salud del Tercer Mundo.
Sus detractores sostienen que el precio fue altísimo: transformar a Cuba en una “dictadura comunista” que suprimió el disenso y encarceló a sus críticos.
Castro nació el 13 de agosto de 1926 en la hacienda de su padre, un inmigrante español, en el este de Cuba.
La pobreza de sus vecinos y el poder de las grandes firmas estadounidenses como United Fruit Company despertaron la sed de justicia social en el hijo del terrateniente. Y los curas del colegio jesuita donde estudió después la reforzaron.
Castro se zambulló en la política en la Universidad de La Habana, donde estudió derecho.
El 26 de julio de 1953 lideró un asalto suicida al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, que terminó con la muerte o la captura de la mayoría de sus compañeros. Durante el juicio que lo mandó a prisión lanzó su frase proverbial: “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”.
Amnistiado en 1955 por Batista, Castro se marchó a México donde reunió a un grupo de exiliados con los que desembarcó el 2 de diciembre de 1956 en un manglar del oriente de la isla.
Los pocos supervivientes de la desastrosa operación, entre ellos Raúl y el médico argentino Ernesto “Che” Guevara, se refugiaron en la Sierra Maestra y emprendieron la guerra de guerrillas.
Apoyado por buena parte de la burguesía cubana, Castro derrocó a Batista el 1 de enero del 1959. Pronto lanzó una reforma agraria y nacionalizó centrales azucareras y refinerías de petróleo. Las tierras de su padre fueron de las primeras en ser incautadas.
En 1961 Castro repelió desde la torreta de un tanque en Playa Girón una invasión de exiliados apoyada por Estados Unidos y abrazó abiertamente el socialismo.
En 1962 instaló en Cuba misiles nucleares soviéticos, poniendo al mundo al borde de una guerra atómica.
La enemistad con Estados Unidos marcó el resto de su vida, como anticipó en una carta escrita en 1958 en su escondite en la Sierra Maestra: “Cuando esta guerra se acabe empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la que voy a echar contra ellos. Ese va a ser mi destino verdadero”.
Durante las siguientes cinco décadas Castro fue el primer secretario del Partido Comunista, la única fuerza política legal en Cuba.
El Comandante dominó todos los aspectos de la vida de los cubanos, desde la economía y política exterior hasta la potencia de las lámparas en sus casas.
Y siguió pisando fuerte en la escena internacional, despachando cientos de miles de soldados cubanos al otro lado del Atlántico a combatir contra Sudáfrica por la liberación de Angola.
Para muchos izquierdistas fue la voz de los desamparados, con legendarios discursos como uno de cuatro horas y cuarto pronunciado en 1960 en las Naciones Unidas.
“He cometido errores, pero ninguno estratégico, simplemente táctico”, dijo al periodista francés Ignacio Ramonet en el libro entrevista “100 horas con Fidel” publicado en el 2006. “No tengo ni un átomo de arrepentimiento de lo que hemos hecho en nuestro país y de la forma en que hemos organizado nuestra sociedad”.
Su personalidad cautivó a figuras de todo el mundo desde el fallecido premio Nobel de literatura colombiano Gabriel García Márquez hasta el ex astro argentino del fútbol Diego Armando Maradona, que lleva a Castro tatuado en la pantorrilla izquierda.
En casa no cedió ni un milímetro a sus adversarios, que fueron tratados como “mercenarios” a sueldo de Estados Unidos. Muchos marcharon al exilio, otros acabaron en el calabozo.
El hambre desatada por la implosión de la Unión Soviética en 1991 lo obligó a aceptar a regañadientes la inversión extranjera en áreas como el turismo.
Con los años, empezó a alternar su uniforme militar verde olivo por el traje y la corbata, como el que vistió para recibir en 1998 al Papa Juan Pablo II.
ÚLTIMOS AÑOS
Su fascinación por las cámaras hizo que el Comandante fuera envejeciendo a la vista de todos. En el 2001 se desmayó durante un discurso y dos años después tropezó al bajar de un estrado haciéndose añicos la rodilla.
Pero siguió burlándose de sus enemigos.
Aunque al enfermar en julio del 2006 los exiliados en Miami descorcharon botellas de champán para celebrar su muerte, Castro vivió todavía una década más para ver el sistema socialista firme en manos de su hermano.
Bendijo las reformas de Raúl, un general tan comunista como él pero con fama de ser mucho más pragmático. Y no se opuso a su intento de restablecer las relaciones con Estados Unidos.
“No confío en la política de Estados Unidos ni he intercambiado una palabra con ellos, sin que esto signifique (…) un rechazo a una solución pacífica de los conflictos o peligros de guerra”, escribió en un comunicado publicado por el periódico Granma del Partido Comunista de Cuba.
De equipo deportivo y pantuflas, Castro dedicó los últimos años de su vida a escribir ensayos sobre política internacional que firmaba simplemente como “Compañero Fidel”.
En su nuevo papel de estadista jubilado, llegó a confesarle en el 2010 al periodista estadounidense Jeffrey Goldberg, de la revista Atlantic Monthly, que el modelo cubano “ya ni siquiera funciona más para nosotros”.
Los altibajos de su salud volvieron cada vez más esporádicos sus textos y apariciones en público. Sus prolongados silencios y el espeso misterio en torno a su enfermedad atizaron durante las últimas semanas rumores sobre su muerte.
Fidel Alejandro Castro Ruz siempre se mostró reacio a hablar de su vida privada, pero se sabe que tuvo 9 hijos. Los más conocidos son el científico nuclear Fidel Castro Díaz Balart, o simplemente “Fidelito”, y Alina Fernández, una feroz crítica de su padre exiliada en Estados Unidos.
Tuvo otros cinco hijos varones con la ex maestra Dalia Soto del Valle cuyos nombres comienzan todos con “A”, la inicial de su nombre de guerra: Alejandro.
Ahora, tras su desaparición, Raúl, de 85 años, enfrenta el reto de proseguir con las reformas y el histórico acercamiento con Washington sin traicionar la herencia ideológica de su hermano para llevar a la isla a un futuro, ante el cual Fidel se mostraba optimista.
“Estoy preparado para la muerte. Ciento por ciento. Ni siquiera pena me da no terminar algo”, dijo en el 2003 al director estadounidense Oliver Stone, durante una entrevista para el documental “Looking for Fidel”.
“Yo sí admito que soy un dictador, soy un dictador de mí mismo, esclavo del pueblo, es lo que soy”, sostuvo en esa oportunidad.
El político cubano no dio muchas entrevistas en vida; sin embargo, las suficientes para que periodistas y escritores delinearan al menos una parte de su personalidad.
“Fidel Castro no descansa”, concluyó la argentina Stella Calloni después de una charla que sostuvo con él en 2008, la cual transcurrió “como un río”. La periodista también resaltó el “deseo apasionado de saber” del revolucionario, así como su talante al escribir: “me dicen que es muy riguroso y revisa palabra por palabra, ajusta el lenguaje y es perfeccionista en extremo”.
El comandante de la revolución nicaragüense, Tomás Borge, autor del libro Un grano de maíz, donde plasmó una larga conversación con Fidel, lo describe como un hombre “de buen humor, hiperkinético” y “una persona muy reservada. Los cubanos no discuten normalmente su vida particular, sobre todo, por respeto”.
Mientras que Tad Szulc, autor de la biografía Fidel, un retrato crítico, consideró que el comandante era poseedor de una “complejísima personalidad”. Cerca de su sesenta aniversario, y al “filosofar sobre la vida” con el reportero, Castro le confesó que “creía firmemente que fue su destino natural el que le llevó, hacía bastante más de un cuarto de siglo, a escalar las alturas y alcanzar la cima del poder”.
En sus últimos años de vida, desde la grave enfermedad intestinal que padeció en 2006, Fidel apareció públicamente en contadas ocasiones; sobre todo en reuniones privadas con personalidades políticas, que quedaron consignadas en los medios de comunicación internacionales. En las fotografías, se observaba al líder repuesto, saludable, con su usual mirada vívida y curiosa, y ya no con su uniforme militar, sino con ropa deportiva.
Reaparición en acto público el 7 de abril de 2016.
El decano de la izquierda latinoamericana
Fidel recibió en La Habana durante la última década a líderes como los brasileños Luis Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff; los venezolanos Hugo Chávez y Nicolás Maduro; la argentina Cristina Fernández; el uruguayo José Mújica; la chilena Michelle Bachelet. Todos ellos considerados impulsores de lo que se conoce como “la nueva izquierda latinoamericana”.
En sus últimos años de vida, Castro también abrió las puertas de su hogar a personajes de otros ámbitos, como el futbolista argentino Diego Armando Maradona, a los Papas Benedicto XVI y Francisco Primero, el periodista franco-español Ignacio Ramonet (autor del libro de entrevistas Cien horas con Fidel), entre otros.
“Mucho por hacer todavía”
Cuando venció su revolución en 1958, Castro profirió un discurso durante su entrada triunfal a La Habana, en el que consideró aquel momento como “decisivo” en la historia de su país, ya que “la tiranía” fue derrocada. Sin embargo, reconoció que quedaba “mucho por hacer todavía” y llamó a sus conciudadanos a no engañarse “creyendo que en lo adelante todo será fácil”, ya que, por el contrario, en lo adelante todo será más difícil”.
Y así fue. Entre los méritos incuestionables de su mandato se cuenta la importante reducción del analfabetismo en la isla y la construcción de un sólido y avanzado sistema médico estatal, que ha generado investigación en medicina y biotecnología de trascendencia global, como el desarrollo de vacunas contra distintos tipos de cáncer y contra el VIH Sida.
“Comes y te vas”
La estrecha relación entre Fidel Castro y nuestro país surgió cuando el 8 de julio de 1955 llegó a la Ciudad de México, para encontrarse con otros refugiados y su hermano Raúl en el departamento de la también cubana María Antonia González, donde más tarde conocería a su compañero de lucha Ernesto Guevara.
En México, el “muchacho barbudo” organizó una fuerza rebelde que tiempo después desembarcó en Cuba en forma de invasión armada, luchó una guerra de guerrillas en la Sierra Maestra y finalmente derrocó al gobierno dictatorial de Fulgencio Batista en 1958.
La relación bilateral México-Cuba transcurrió de una manera amistosa y de colaboración, bajo el principio de no intervención en asuntos internos de otros países. Hasta que la canciller del gobierno de Ernesto Zedillo (1994-2000), Rosario Green, se reunió en La Habana con un sector de la disidencia cubana, gesto que causó la molestia de Castro.
Vicente Fox (2000-2006) atizó la tensión cuando en 2002, con la célebre frase “comes y te vas”, pidió al líder cubano salir velozmente de una cumbre en Monterrey para no coincidir con el presidente estadunidense, George W. Bush. Tras el incidente, Castro calificó a Fox como “un vil traidor a la historia de su abnegado y combativo pueblo”.
Con el regreso del PRI al poder, la relación entre ambas naciones comenzó a normalizarse. En diciembre de 2013, México condonó el 70% de una deuda cubana de unos 500 millones de dólares. Mientras que el 29 de enero de 2014, Fidel Castro recibió al presidente mexicano Enrique Peña Nieto, quien refirió “una conversación muy cordial”, donde el cubano recordó “fundamentalmente lo que para él había sido la relación de México con Cuba y su paso por México”.
“No tenemos otra alternativa que soñar”
En vida, Fidel Castro llegó a temer “la muerte de sus sueños” más que la suya propia, según relata Tad Szulc. Hoy, tras el fallecimiento del hombre, es posible recordar las palabras del revolucionario cubano recogidas por Tomás Borge:
“No tenemos otra alternativa que soñar, seguir soñando, y soñar, además, con la esperanza de que ese mundo mejor tiene que ser realidad, y será realidad si luchamos por él. El hombre no puede renunciar nunca a los sueños, el hombre no puede renunciar nunca a las utopías. Es que luchar por una utopía es, en parte, construirla”.