Diagonal.- Las excentricidades, exabruptos y provocaciones machistas, homófobas y racistas de Donald Trump han dado tanta carnaza a los grandes medios de comunicación que el análisis de su argumentario de fondo y su programa electoral ha quedado reducido a una grotesca caricatura.
Hillary representa al establishment, sí, pero Trump no es un antisistema, como algunos lo califican. Trump cuestiona las condiciones que impusieron las administraciones anteriores y las más grandes multinacionales a otros países para firmar los tratados de libre comercio, no porque le parezcan draconianas, sino todo lo contrario, porque considera que conceden demasiado y van contra el interés nacional.
En la web de su campaña electoral hay documentos en los que su equipo se ocupa de diseccionar las nefastas consecuencias que los tratados –el NAFTA, el Acuerdo Comercial con Corea, el TPP y otros– han tenido para ganaderos, agricultores y empresarios industriales de Estados como Ohio, Pensilvania, Carolina del Norte, Michigan o New Hampshire.
El equipo de campaña de Trump denuncia que la importación masiva de productos baratos que han negociado grandes multinacionales ha provocado el cierre o traslado de miles de empresas en esos Estados y la reducción de hasta un 20% en el salario de sus trabajadores en las que han sobrevivido. Más de un millón de trabajadores se han quedado sin trabajo y muchos más aún se han empobrecido con la caída de sus salarios.
El proteccionismo de Trump en lo económico tiene su correlato también en política exterior
Durante su demagógica campaña electoral, dirigida a ganarse a esa mayoría de la población afectada por la crisis y por ese modelo político-económico, Trump responsabilizó sólo a los Clinton y a Obama de defender esos intereses y ese modelo, aunque son los mismos que defiende también el Partido Republicano.
A pesar de que ahora las dos Cámaras están bajo control republicano y tendrá mucho más margen de acción que el que tuvo Obama, Trump no lo tendrá fácil para compatibilizar sus objetivos con los intereses del establishment de su propio partido y los lobbies y grandes poderes económicos y financieros que están detrás del Partido Republicano.
El proteccionismo de Trump en lo económico tiene su correlato también en política exterior y de defensa. El presidente electo machaca una y otra vez en su programa con la necesidad de frenar la caída acelerada de EE UU como potencia hegemónica mundial y recuperar su grandeur.
DOTAR A EE UU DEL EJÉRCITO MÁS PODEROSO QUE HAYA TENIDO. En el programa sobre Defensa nacional, el Partido Republicano asume el compromiso de incrementar en 540.000 soldados los efectivos del Ejército. “Hay que reconstruir la Armada para contar con 350 barcos de guerra”, “hay que proveer a la Fuerza Aérea de los 1.200 aviones de combate que necesita”, “se debe aumentar el Cuerpo de Marines hasta contar con 36 batallones”, “hay que invertir en un sistema serio de defensa de misiles frente a la amenaza de parte de Irán y Corea del Norte”; “dotaremos a la Guardia Nacional (780.000 efectivos) del más moderno y mejor equipamiento del mundo”.
El plan de Trump no sólo ha sido recibido con entusiasmo por el Pentágono, sino también por el poderoso lobby de la industria armamentística, a pesar de que Trump amenaza con auditar las cuentas del Pentágono para eliminar partidas innecesarias y controlar las contratas.
DISMINUIR EL ESFUERZO ECONÓMICO Y MILITAR EN LA OTAN. Trump sostuvo en un extenso discurso sobre seguridad y defensa que la OTAN está obsoleta, que tiene que centrar sus principales esfuerzos en la lucha contra el terrorismo yihadista, buscar puentes con Rusia en esa acción y que los restantes 27 Estados miembros deben implicarse más económica y militarmente en sus operaciones. Esto preocupa a los países aliados y deja más en evidencia que nunca la falta de una política propia de seguridad y defensa europea. La UE carece incluso de un Consejo de Ministros de Defensa y esos temas son discutidos sólo en el Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores.
Los Clinton han tenido siempre estrechas relaciones con el lobby judío y Trump no piensa innovar
DAESH, Trump ha acusado siempre a los Clinton y a Obama durante su campaña de haber “creado” a Al-Qaeda y el Daesh –eximiendo de toda responsabilidad a sus mayores mentores, Reagan y Bush–, y de haber desestabilizado con ello todo Oriente Medio. Se lamenta de que eso haya provocado la caída de “gobiernos estables” como el de Gadafi en Libia, el de Mubarak en Egipto y haya desestabilizado a Assad en Siria. El republicano es pragmático: al igual que hace Rusia, dice, hay que apoyar a Bachar al-Assad para acabar con el yihadismo.
PACTO NUCLEAR CON IRÁN. Pacto nuclear con Irán. Esa alianza de hecho con Rusia implicaría en la práctica también una alianza con Irán en el escenario sirio para combatir al yihadismo. Esto es contradictorio con la posición de Trump ante el acuerdo nuclear entre EE UU e Irán, que pretende anular, al considerar al régimen iraní el “principal soporte del terrorismo mundial”.
ISRAEL. Los Clinton han tenido siempre estrechas relaciones con el poderoso lobby judío, y pareciera que Trump no piensa innovar. Durante la campaña electoral exigió a Obama que se pronunciara ante cada atentado palestino contra judíos, y creó en julio pasado el Comité Asesor Israelí, poniendo al frente de él a Jason Greenblatt, vicepresidente ejecutivo de la Organización Trump, y a un representante del lobby judío, David Friedman, para “reforzar la inquebrantable relación entre Israel y EE UU” y para “asegurar la supremacía militar de Israel en la región”.
IRAQ. Trump se opuso en 2003 a la invasión de Iraq y siempre dijo que EE UU debía intervenir sólo para controlar los pozos de petróleo. Ahora dice que si le hubieran hecho caso, EE UU habría tenido fuertes beneficios y en cambio es el Daesh quien tiene el control de plantas petrolíferas tanto en Iraq como en Siria.
Cuba. Trump, que elogia la dureza que han mantenido los presidentes republicanos frente a Cuba, asegura que cancelará todos los acuerdos firmados con Obama y que volverá a romper las relaciones diplomáticas.