Francisco Bojorquez.- Este 30 de octubre se cumple un mes de que células del crimen organizado ligados a Joaquín Guzmán Loera, atacaron un convoy del Ejército Mexicano y dieron muerte a cinco soldados. La emboscada fue bestial. La actuación de las policías locales timorata y cómplice. La del propio ejército agredido, deplorable, pues los refuerzos llegaron una hora después de la refriega, cuando los heridos ya habían sido trasladados a hospitales y solo quedaba resguardar los restos del infierno en que se convirtió ese crucero del norte de Culiacán.
Desde entonces la ciudad vive una calma chicha, salvo porque de pronto ruge un helicóptero y se nota la presencia de los militares y marinos en algún punto de la ciudad. Los crímenes han bajado. Los amaneceres, más frescos ahora, ya no traen tantos ejecutados, como antes de la emboscada.
Y no es casualidad. Los gatilleros se fueron de la ciudad. Ni modo que se esperaran a ser aprehendidos o abatidos. O que estuvieran pensando en enfrentar al Gobierno.
Dos semanas después del ataque a los militares, la Marina y el Ejército realizaron cateos en varias casas de la ciudad. Por lo menos 20 viviendas fueron asaltadas por los federales. Buscaban a los cabecillas de las células y se llevaron al menos a tres hombres de distintos puntos. Traían un trabajo previo de inteligencia, pero el objetivo no se cumplió. Una semana antes la Marina había detenido a un hombre en una peluquería ligado a la organización de los Guzmán.
Junto a los cateos en la ciudad, el Ejército tomó dos pueblos de la sindicatura de Jesús María: Mirasoles y Paredones. Después de una semana, los militares hicieron una exposición de lo asegurado, armas, pertrechos y vehículos. Pero de los asesinos, nada. Solo que había detenidos y que estaba identificado el grupo agresor.
¿Dónde quedó la indignación del secretario de defensa? ¿Dónde aquella calificación de “enfermos, insanos, bestias salvajes”, con que se refirió a los asesinos? Dónde está la inteligencia de los militares y de la Marina, del Cisen? ¿Por qué tardar más de quince días para realizar operativos de contraofensiva, dando tiempo a que las células se fueran de la ciudad? ¿Dónde quedó su “vamos con todo”?
Después de que reaprehendieron al Chapo Guzmán en Mazatlán, en febrero de 2014, el gobierno federal dio oportunidad de que el Cártel de Sinaloa se reestructurara. Con Ismael Zambada a la cabeza y Rafael Caro gravitando en la organización en el papel que fuera, la estructura que dependía de Guzmán Loera se recompuso, entre dimes y diretes de si era Dámaso López Núñez el nuevo jefe, o su hijo mayor, Iván Archivaldo Guzmán Salazar. Se sabría después de rivalidades entre estos dos, pero que no trastocaban nunca la operación de los negocios.
Después de la segunda fuga de Joaquín Guzmán, en junio de 2015, el gobierno federal se desbocó en su búsqueda y, en esos meses, la organización vivió a salto de mata, aunque eso no impidió que el capo se diera tiempo para planear una película sobre su vida. Lo detuvieron en enero de este año y después de esto las cosas recobraron cierta normalidad hasta mediados de año, cuando explotó la guerra en la sierra de Badiraguato, entre gente ligada a los Beltrán Leyva y los Guzmán, en aquella zona liderados por Aureliano Guzmán Loera, hermano del Chapo.
Problemas internos era lo que agobiaba a los líderes que sucedieron al Chapo, no sus enfrentamientos con el Gobierno, que los estaba dejando operar. El Iván Archivaldo peleando jerarquías con el Dámaso, mientras el Guano sostenía una guerra con los Beltrán en Badiraguato. La orden que dio Joaquín Guzmán a sus hijos es que no dejaran solo a su tío, que lo apoyaran con armas, gente y dinero. Y es lo que hicieron. Una de esas tareas cumplía el Kevin —Julio Óscar Ortiz Vega— cuando fue herido en un enfrentamiento, hecho que originó la emboscada del 30 de septiembre.
Bola y cadena
YA PASÓ UN MES DE QUE OCURRIÓ el ataque y hasta ahora no hay resultados importantes en torno a los responsables. Todo indica que el Gobierno se ha enfocado en un objetivo, el Guano y, que si lo logra, cerrará el caso. El punto más débil del hilo, no necesariamente el más fuerte.
Sentido contrario
ARRIBA EN TODAS LAS ENCUESTAS rumbo al 2018, Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en el hombre clave de las aspiraciones presidenciales. Si alguien quiere llegar a Los Pinos, trátese de hombre, mujer o partido, sabe que tiene que desbancar al tabasqueño de las preferencias de los electores. También es un elemento que deberá ser tomado en cuanta para las posibles alianzas. Difícilmente el PAN solo podría derrotar al PRI o al Peje. Menos el PRD. Por eso ya se teje la posibilidad PAN-PRD, aunque todas las experiencias de gobierno bajo esa fórmula en los estados sean un fracaso. Aquí se inscriben los ataques enderezados contra Andrés Manuel por parte de los dirigentes del PRI y del PAN, éste último reeditando la cantaleta de que el tabasqueño es un peligro para México cuando, lo que se ha visto es que, quienes han sido un peligro para este país son estos dos partidos.
Humo negro
EN LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL DE 2006, siendo presidente de la República Vicente Fox, éste hizo campaña abierta en contra de Andrés Manuel López Obrador, favoreciendo así a su candidato, Felipe Calderón. Ningún panista se quejó de campaña desleal y hasta argumentaron que en la democracia estadunidense eso se estilaba. Fox fue parte del cuarto de guerra de la campaña calderonista y se sumó, si no es que él mismo creó, el estigma de que López Obrador era un peligro para México. Ahora, los mismos beneficiados de esa intromisión nefasta desde Los Pinos, lloriquean contra Ricardo Anaya porque, desde su cargo como dirigente nacional del PAN, está autopromoviendo sus aspiraciones a la silla presidencial. El propio Calderón, en apoyo a su esposa Margarita, ha soltado sus lágrimas de cocodrilo. Total, volver a Los Pinos, vale la pena.