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Doña María con algunos de sus hijos, nietos, y nueras. Al fondo mi taller biblioteca. Foto: Objetivo7fotógrafos.
Doña María con algunos de sus hijos, nietos, y nueras. Al fondo mi taller biblioteca. Foto: Objetivo7fotógrafos.

La casa de los mil venados/Cuauhtémoc Villegas Durán

Fue una madre extraordinaria  13 hijos de los cuales gracias a Jesús aún vivimos 12, hoy hace 15 años, fue la última vez que la vi, aquella mañana que me despedí  de ella luego de pasar la noche en el hospital del ISSTE en Zapopan.

Vi el amanecer sobre la ciudad desde las alturas del hospital al bajar en calma por las escaleras de emergencia. Ni sentía el viento frío que daba en mi cara la ciudad de Guadalajara en la que nací y viví hasta los 33 años cuando me casé por primera vez ante la Iglesia ya aquí, en Aguascalientes en el templo de San Miguel Arcángel.

Fue un día largo, yo sabía que nunca más la volvería y ella, en medio del dolor de la muerte a que, como todos temía según me contó y sufría como nadie al verme solo y con la amenaza de ser echado de la casa donde tenía verdaderos tesoros en muebles, joyas, pinturas, libros y un gran jardín donde me acostaba a tomar al sol o tomábamos con nuestras conocidas bajo la luz de la luna hasta el amanecer.

Allí tuve una biblioteca taller donde pinte cientos, tal vez miles de metros cuadrados de pinturas alguna de la cual, un retrato del dictador Pinochet llegó hasta la Patagonia para el Café Cantante del cual también pinte el logo. Otras obras la regalé. Otras las vendí y otras las intercambie. Pinte bodegones, a Marcos, dibuje exactamente igual a Salinas y otros personajes, hice mis primeras caricaturas o monos. Hice tres exposiciones, fui entrevistado en Radio Universidad de Guadalajara en un par de programas y hasta una foto de mi obra apareció en el semanario ocio del diario Siglo 21. La foto ilustraba el anuncio de la exposición del concurso de “Arte Jalisco Arte Joven 1997” organizado por Omnilife y el gobierno del estado. No fue esa pintura sino una de Marcos que terminó en la basura la que ganó la “Mención de Honor” en el concurso.

Triste y agachado volvía caminando por la hermosa y única calle Aurelio Ortega, en la Seattle, la calle de hermosas casonas y con camellón lleno de árboles inmensos y viejos y paredes de piedra con plantas colgantes que dejaban caer gusanos de mil colores. Sentía paz y una tristeza inmensa de saber que la persona más me amaba en este mundo me dejaría y por la incertidumbre del futuro que se vino triste y miserable en medio de la soledad aun cuando hasta fiestas con extranjeros que les hacíamos por las producciones en las que participaba andando desde los mejores bares hasta el teatro Degollado colocando robots y manejando luces con las que iluminábamos por primera vez lugares como la capilla mayor del Hospicio Cabañas donde está pintado El Hombre de Fuego del maestro José Clemente Orozco.

Ese día, por la tarde tomé y canté y canté la canción Soul rebel de Bob Marley mientras mis lágrimas corrían como ríos de los ojos que veían caer el atardecer sobre Los Colomos y, todo el Country desde las alturas de Lago Tequesquitengo, como si viera caer la vida de mi madre y mi destino.

La noche, el cansancio, tristeza y el alcohol me durmieron sólo para que mi hermano apareciera unas horas después en la casa sola sin que yo me diera cuenta sino hasta que encendió la luz del cuarto para avisarme que mi madre se había ido para siempre. En el hospital estaba David y Bonifacio en medio de la noche oscura y las luces amarillas que medio iluminaban la entrada de autos y ambulancia al área de emergencia por donde salen las personas que han muerto y donde también me enteré de la muerte de mi padre diez años antes.

Nos dijeron que la esperáramos en  la sala de velación. A primera hora de la mañana regresé a mi casa y avise a don Jorge mi padrino y doña Lupe su esposa y mejores vecinos de mis padres que había muerto doña María. Don Jorge luego me contó que pensó que era un sueño por que le grite desde afuera, luego de tocar su cancel, que el mismo realizó en su fábrica de  cocina Dizher  o Díaz Hermanos. Por la noche cuando salí al velatorio me encontré a Armando Chong y a su esposa Irene vecinos de toda la vida que, impresionados con la noticia no dejaron de llevarme y asistir esa noche a acompañarnos al igual que amigos y familiares de toda la vida.

Al día siguiente luego de la cremación y la celebración en la capilla del panteón a la que solo asistieron mis hermanos y mi sobrino Ulises, se acercaron a darme el pésame don Jorge y doña Lupe para dejarnos solos. Ni ese día se cumplió el sueño de mi madre de volver a ver juntos a todos sus hijos porque uno de mis hermanos no podía dejar su estancia ilegal en Estados Unidos. Ese día bebimos y comimos en la casa de Boni mientras observaba de la terraza la inmensidad y belleza de la ciudad intensificada por las luces. Fue la última vez que también ví a casi todos mis hermanos. Nunca los volvía a ver juntos en la villegadas posteriores organizadas en la Primavera en la inmensa casa de campo de un Juez, con cancha frontón donde jugábamos. No nos volvimos a juntar todos pero conocí algunos de mis sobrinos que deben estar irreconocibles y saludé a los que ya conocía y con los que siempre conviví. Nunca nada será igual.