El gobernador Mario López Valdez se propuso desde el inicio de su mandato un esquema de seguridad acorde a un contexto irrebatible: el control del Cártel de Sinaloa sobre las principales zonas: todo el centro de la entidad con algunos desencuentros en Navolato; buena parte del sur aunque con la presencia de células muy beligerantes de los hermanos Beltrán Leyva, ligados —eso se dijo entonces— a los Zetas.
Era en el norte donde las huestes del Cártel de Sinaloa estaban en desventaja. De la caseta de Cuatro Caminos, ubicada en Guasave, hasta Estación Don, el terreno estaba bajo el control de los hermanos Beltrán Leyva a través de alguien que, a la postre, se convertiría en un personaje del narcotráfico: Fausto Isidro Meza Flores, el Chapo Isidro.
El Cártel de Sinaloa había estado cerca de la campaña de Malova, solo que éste, “si así ocurrió” —se lo dijo a Ríodoce en una entrevista realizada en noviembre de 2010, ya como gobernador electo—, no se enteró.
Los compromisos del nuevo gobierno se fueron evidenciando en la medida en que tomaba forma la estrategia en materia de seguridad y en manos de quiénes quedaría instrumentarla. Otro personaje que aparecería en escena fue Jesús Antonio Aguilar Íñiguez; él y su séquito de compinches que lo acompañaron en la dirección de la Policía Ministerial durante el sexenio de Juan Millán y en su huida de Sinaloa luego del asesinato de Rodolfo Carrillo Fuentes en la Plaza Cinépolis, la tarde del 11 de septiembre de 2004.
El gobernador se propuso concentrar el poder policiaco en este hombre, Chuytoño. Se perfilaba a nivel nacional, emanado de consideraciones del Sistema Nacional de Seguridad, la figura del “mando único”, pero él se adelantó y se lo confirió de facto al jefe policiaco que antes había sido prófugo de la justicia federal y, después de decenas de maromas legales, absuelto.
Todo el poder en sus manos, hizo y deshizo. Cambió mandos en casi todos los municipios y concentró fuerzas en las zonas en disputa, siempre enfocándose en golpes contra los enemigos del Cártel de Sinaloa, bajo la premisa de que eran más violentos, extorsionadores, matapolicías. Lograron controlar el sur primero y luego concentraron recursos materiales y humanos en el norte hasta que acabaron con las células de los Mazatlecos, quedándose con el control para el Cártel. No así en la zona de Guasave y Sinaloa, donde tuvieron que entrar, primero el Ejército y luego la Marina, en apoyo de las fuerzas locales contra las células del Chapo Isidro. Y donde, a pesar de ello, sigue en manos de la organización local.
Al final de una cruenta guerra durante los primeros tres años de la administración malovista, todo indicó que los grupos, de la mano del gobierno federal, llegaron a un acuerdo que implicó la salida de uno de los arietes de la guerra contra el Chapo Isidro, el comandante de la Policía Ministerial, Jesús Carrasco, y eso trajo consigo una paz que apenas ahora se empieza a romper, sobre todo en la zona Los Mochis.
Malova nunca logró abatir el índice de criminalidad en esas zonas ni en la entidad, porque no era ese su propósito, sino aquel que se le había encomendado: limpiar de carrillos, zetas y beltranes la entidad. A la vuelta de cuatro años y ocho meses, cuenta ya 6 mil 228 homicidios dolosos según la estadística oficial, una cifra superior a los asesinatos acumulados en el sexenio anterior en el mismo periodo.
Ahora, ya en la recta final de la administración, los demonios se han desatado en el sur con la incursión de células contrarias al Cártel de Sinaloa, y una ola de violencia azota el norte. Entonces el gobernador y sus asesores deciden hacer cambios en las policías locales, como si de ellas dependieran que los índices delictivos suban o bajen. Ningún cambio de estrategia se observa; ni un movimiento en la estructura estatal. A ese nivel, la misión encomendada por lo que realmente mandan en Sinaloa, ha sido cumplida.
Los municipios del centro, donde el control del Cártel de Sinaloa es absoluto, son intocables. Aunque en uno de ellos, Culiacán, se concentre la mayor cantidad de asesinatos y hechos violentos.
Bola y cadena
HUBO UNA ESPECIE DE ENAMORAMIENTO entre el gobernador López Valdez y el entonces jefe de la Novena Zona Militar, Moisés Melo García. Venía de Durango el general y conocía la zona. Luego fue ascendido a comandante de la Tercera Región Militar y de ahí se jubiló. Malova no lo dejó ir. Creó especialmente para él el cargo de coordinador estatal de seguridad y le abrió oficina. De oquis. El que sigue mandando realmente es el que despacha por el bulevar Zapata.
Sentido contrario
LO QUE DIJO MELESIO CUEN puede doler y duele. Hay palabras que cortan la piel no por su significado sino por la forma y el contexto en que son dichas. La UAS irá teniendo liquidez en la medida en que se vayan muriendo los jubilados. Luego entonces, puede pensarse, como nos urge esa liquidez, ojalá se mueran pronto. Cuen aparece entonces como un villano y con sus detractores, abiertos y furtivos, podrían llenarse escuelas completas. Pero el problema de fondo no es ese, sino el fideicomiso. ¿Qué va a pasar con ese dinero? ¿Qué hará la UAS con los recursos? ¿Qué pretende? Estamos hablando de 2 mil millones de pesos que están “volando”. Y las cuentas deben quedar claras para todos… ahora que estamos vivos.
Humo negro
LA PRÓXIMA SEMANA SE CUMPLE un año de la desaparición de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, sin que hasta ahora se sepa realmente qué pasó con ellos, cuál fue su destino. Uno de los hechos de violencia más dolorosos de la historia moderna de nuestro país, tragedia mundial, fosa donde quedó sepultada ya una administración que se pretendió modernizante, transformadora.