Era el chiqueado del director del gran diario de la ciudad. Era grillo y llegaba a uno de los hombres más poderosos de Jalisco, sobrino del gobernador y primo de los Leaño los Estudiantes Tecos, era amigo del director del diario más importante del estado. Era pues, lo máximo. Tenía un futuro esperanzador.
Pasaba orgulloso entre los que esperaban sentados al director del periódico en el colosal edificio en el centro de la ciudad. Pasaba, entre los periódicos nacionales e internacionales de que disponía el director. Entre ellos El Monitor de la Ciencia Cristiana en su edición en inglés, diarios del mundo con toda la tecnología de punta, como lo mejores diarios del país y de mundo La Jornada, El New York Times y de esos…
Sólo Kal Muller de National Geographic tenía tanto peso ante el director.
Le fallaron los cálculos: terminó en la calle, despedido. Peor aún, ese peso y su grilla lograron ubicarlo como jefe de Prensa de la policía intermunicipal de Guadalajara, Tlaquepaque, Tonalá y Zapopan.
Pero nunca pasó de su casa en el oriente de la ciudad allá por los burdeles y las calles olvidadas de la policía, calles de drogadictos, viciosos, ladrones y prostitutas, donde veía como a pesar de su buena fortuna, su hijo se perdía cada vez más en el vicio: y peor aún, siguió los pasos del dinero fácil.
Un día llegó a una Farmacia Guadalajara en su camioneta hermosa y reluciente de cuatro plazas, de sólo cuatro cilindros y gris, como de persona “rica”. Se bajó y entró a la farmacia, pidió una cámara fotográfica. Recordó los tiempos de fotógrafo del periódico, los días de gloria: prestamos, chayotes, publicidades, dinero por las fotos de sociales los días viernes, sábados y domingos, en fin, el dinero y la gloria.
Luego perdió la templanza que tuvo cundo firmó para comprar la camioneta reluciente. Dudó. Dudó y cayó. La cajera entendió que portaba una tarjeta de crédito robada, que no era suya: pasó a ser sólo un personaje más de la barandilla donde un día tomó las fotos y las envió a las redacciones de diarios y revistas cuando no había internet ni mails, cuando los boletines se enviaban a diario en paquetes y en vehículos.
Salió en los diarios. Sus compañeros y conocidos lo reconocieron, no era más un periodista, hoy, sólo era otro delincuente mas en Puente Grande…