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Lo venían persiguiendo desde el Ingenio. Miguel Ángel Cháidez Madueño viajaba en una moto y la patrulla de la Marina le hizo el alto. No se detuvo y empezó la persecución.
Tenía 17 años y le decía el Chicote porque de vez en cuando arreaba vacas.

Los soldados de la Marina eran cinco o seis. Viajaban en una camioneta Pick Up, armada con un tripié.

Cuando tomaron la calle Dieciseisava, ya en la colonia Aviación, empezaron a dispararle. Se escucharon primero tres disparos que algunos vecinos confundieron con cohetes a esa hora. Eran las siete de la mañana. Luego otros cinco o seis.

Una vecina que se disponía a tomar café cayó desmayada al ver la persecución.

La motocicleta pasó a toda velocidad por la calle hasta que se estrelló con todo y tripulante en una barda de un predio privado, justo donde nace la calle Escuadrón 201. Atrás del joven, los soldados, encarrerados, también se estrellaron contra el muro.

El muchacho se levantó y corrió, aprovechando el desconcierto de los federales. Nuevos disparos. Uno de ellos pegó en un poste habilitado para sostener la mufa, uno más atravesó una mampara de plástico sobre el cerco y otro le dio en una pierna.

Miguel saltó sobre la malla ciclónica para refugiarse en una casa pero quedó tirado boca abajo. Los soldados llegaron hasta él y uno de ellos le disparó por la espalda, rendido en el suelo.

“¡Te dijimos que te detuvieras hijo de la chingada!”.

Cuando los disparos impactan a corta distancia, el estruendo se ahoga. ¡Pum, Pum, Pum!, se escuchó. Tres disparos a un metro de distancia contra un joven que no había hecho más que correr. Con cuatro balazos en el cuerpo, Miguel tuvo fuerzas todavía para arrastrarse dos metros, solo para morir.

Luego los soldados se dispersaron. Dos le dieron vuelta a la casa donde quedó Miguel y los otros en guardia viendo hacia la calle Dieciseisava, por donde habían llegado.

Al salir de su estupor, se dieron cuenta que los miraban. Eran muchos ojos, desde todos lados. Eran pasaditas las siete y a esa hora la gente ya anda levantada.

¡Métanse cabrones!, gritaron para amedrentar a los vecinos. De la camioneta, donde llevaban a un detenido, bajaron un plástico y protegieron de curiosos la escena de Miguel tirado, muerto en el suelo.

Iban y venían como micos en una jaula. Al poco rato llegaron refuerzos de la Marina y gafes que desde hace meses están acantonados en la colonia Obrera.

Dos horas después apareció el agente del Ministerio Público, un tal licenciado Lechuga, que empezó las diligencias. Los vecinos miraban que el agente colocaba balas alrededor del cuerpo de Miguel y las señalaba con cartoncillos.

Cuando quitaron la lona con que protegieron de miradas la escena del crimen, había una inútil escopeta vieja recargada en un lavadero. No tenía colgadera y le faltaba el aro del gatillo. Por un lado del cuerpo, se observó también una pechera antibalas. Todo se integró al expediente de las primeras diligencias.

Desde que los hechos ocurrieron, la gente del pueblo supo que se trató de un asesinato. Por eso los familiares y amigos hicieron una protesta de cuerpo presente. Como no hay un destacamento de la Marina en Culiacán, llevaron el cuerpo de Miguel a la Novena Zona y luego a las instalaciones del Canal 3 de televisión.

Desde las primeras horas del crimen, la Comisión de Derechos Humanos del Valle de San Lorenzo se hizo presente. Miguel López Morales, su presidente, llegó minutos después del crimen y pudo ver la escena antes y después de las diligencias. Observó dos patrullas de la Marina: la 40-40-62 y la 40-40-80.

Ya estaban allí vecinos que buscaban a familiares que, aseguraban, habían sido levantados la noche previa.

Para López Morales no hay duda. Se modificó la escena del crimen para “justificar” que los soldados dispararan contra el joven.

Según él, si el chaleco antibalas estaba en el suelo, es ilógico que el muchacho corriera con él en la mano. Tampoco que hubiera llevado una escopeta vieja en la mano, pues no tenía colgadera. Y que además la hubiera recargado sobre el lavadero.

Dio aviso a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y el sábado, por la mañana, visitadores y forenses del organismo se presentaron a la casa de los abuelos de Miguel, con quienes vivía y donde sus restos fueron velados. Hicieron una auscultación del cuerpo y encontraron cuatro impactos de bala: uno en cada pierna, uno más en el costado izquierdo y otro en el centro de la espalda que le atravesó el pecho. Ese fue el mortal.

Le hicieron la prueba de Rodisonato de Sodio y salió negativa.

“Vi la escena antes de que llegara el Ministerio Público, un tal licenciado Lechuga: No había chaleco ni escopeta; esas cosas las pusieron después. Al muchacho le aplicaron la “Ley Fuga”.

Y se pregunta: “¿Qué van a decir? ¿Qué se dedicaba a actividades ilícitas? Que miren cómo vivía el muchacho, dónde dormía” (en un sofá en casa de su abuelo Clemente).

Y remata: En Eldorado hay familias, vecinos, comunidad que sabe cómo ocurrieron los hechos y que van a dar la cara por este joven asesinado”.

***

Don Clemente es albañil. En su casa vivía Miguel, su nieto asesinado. Esa mañana del jueves escuchó el estruendo de los disparos y se alertó. Luego miró que la gente salía de sus casas para mirar qué había pasado. “Parece que mataron a alguien”, escuchó.

Se acercó a la esquina y alcanzó a ver la motocicleta blanca estrellada contra el muro, a un lado de la camioneta de la Marina.

Pensó en su nieto.

Ahora está en el panteón, haciéndole una lápida al muchacho. Todavía busca que alguien le explique por qué lo mataron.

“No tenían necesidad, no estaba armado, nunca trajo una arma. Pero vamos a suponer que algo les hizo, que algo debía, pues agárrenlo, para eso es la autoridad”.

“… Pero me lo mataron como un animalito”.

Indagaciones en espera

Por posibles violaciones graves a los derechos humanos de civiles, incluida la tortura, la Procuraduría General de la República (PGR) tiene abiertas 202 averiguaciones previas hasta septiembre del presente año, según publicó recientemente el diario La Jornada.

Según la información, del 15 de diciembre de 2013 al 31 de julio de 2014 se inició en la Subprocuraduría de Derechos Humanos 202 averiguaciones previas a partir de las declinaciones hechas por la Justicia Militar.

De estos casos 184 corresponden a la Secretaría de Marina (SEMAR).

Un informe de Human Rights Watch acusa desde Nueva York que en México “en ninguna parte es más pronunciada la impunidad que en el sistema de justicia militar”, cuando se trata de violaciones a derechos humanos.