Javier Valdez/Río Doce.- Jorge tiene mucho dinero. Es agricultor y lo mismo siembra maíz, que pepinos, chile bell, tomates y otras hortalizas. Lo que le sobra es lana y su gusto es gastársela en camionetas de lujo, del año, las más ostentosas: de soles de escándalo en accesorios, rines, lámina y fanales.
Ver los números de la cosecha, la comercialización, el comportamiento del mercado, las ganancias. Clic, le hacía el signo de pesos en su cabeza y bajaba a sus ojos. Se ponía brillante esa mirada, como de caricatura, al imaginarse lo que entraría a sus bolsillos y lo que podría hacer con tanta lana. Ese es su vicio. Ese y el de comprar camionetas.
Hasta ese momento en que se topó con esa cuadrilla de matones. Le pusieron un retén cerca de uno de las empacadoras y se le echaron encima. Déjanos esta preciosura, compa. Yo no soy su compa y pura chingada les dejo mi camioneta. Le sacaron tres fusiles y una escuadra. Cerrojaron las armas y dos de los fusiles oprimieron pecho y cachete izquierdo. Bájale de güevitos: por las malas o por las malas, como quieres que lo hagamos.
Tomó las llaves y se las dio. Burlones, todavía le dijeron que si quería que lo llevaran a algún lado. Él apretó los labios. Sudó y casi emergen las lágrimas de coraje. Se puso colorado, tembló y quiso mentarles la madre. Dio medio vuelta y se retiró.
Dos semanas después, ya calmado luego del boquete amargo que le habían dejado esos cuatro, se recuperó y dijo voy por otra camioneta. Había llamado a la agencia de vehículos nuevos y le avisaron que ya estaba ahí la que quería, además de que era el modelo más reciente, no había en la ciudad ninguna igual. En cuanto llegó le dieron los documentos, firmó un par y salió de ahí con el orgullo recuperado y la sonrisa reestrenada.
Dos días después de lucir esa bestia de acero, plástico y brillos lo alcanzaron hombres armados. Lo saludaron con desvergüenza, le dieron dos culatazos y le quitaron el vehículo. Los hombres subieron gustosos, emocionados por el nuevo juguete. Uno de ellos gritó último modelo y le dio las gracias a Jorge. Emputado, adusto, sudando frío y con las piernas de papel celofán. Hijos de su puta madre, rezó.
Cayó en cama, enfermo de coraje. Se recuperó a la semana pero no dejaba de acordarse de esos que lo traían en jaque y que le habían quitado dos vehículos nuevos, recién adquiridos. Decidió entonces comprar una camioneta vieja, destartalada, con diez años de uso. Barata, pero de buen aspecto y con un motor recién reparado. Pensó que no les iba a interesar a los malandrines. Esta me la quitan pura madre.
Ya lo esperaban. Sonrieron. Esta vez le pidieron que se bajara. Para qué, preguntó. Es un modelo viejo, no creo que les interese. Además ya me quitaron dos nuevecitas. El jefe avanzó hacia él y le dijo tan cerca que lo salpicó de saliva: coche bomba.