Mediante un acuerdo de alto el fuego, el 23 de agosto de 2014 se puso punto final a la llamada operación “margen protector”, que empezó 50 días antes. Se trata de la tercera ofensiva militar israelí contra la Franja de Gaza en 6 años, con un balance cruel y desequilibrado. En la última guerra han muerto 2.200 palestinos (tres cuartas partes de ellos civiles) y 70 israelíes (de ellos, 6 civiles). Las jornadas de acercamiento a la realidad palestina, organizadas por la Unió de Periodistes Valencians y la Comunidad Palestina de Valencia, han abordado la guerra desde el punto de vista periodístico.
En los 50 días de conflicto han muerto en Gaza 17 periodistas, cámaras o miembros de sus equipos. El periodista y documentalista David Segarra permaneció tres meses en la Franja hasta que empezaron los ataques de Israel. Allí preparaba el documental “Las cebras de Gaza”. En vídeos, fotografías y textos insiste siempre en la misma idea: relacionar el periodismo y la vida. Es lo que hicieron Galeano, Kapuscinski o Vicent Andrés Estellés.
“Habitualmente se difunde la imagen de ruinas, destrucción, guerrillas, check points y fuerzas de ocupación; esto es verdad, pero en medio de ello personalmente he comprobado su capacidad de vivir y crear belleza en las condiciones más extremas para un ser humano; y esto es algo que muchas veces no nos lo dejan ver las bombas”, explica David Segarra. Recuerda que en su estancia de tres meses en la Franja no vio un solo corresponsal extranjero.
Además de la presencia, también es un problema de enfoque. Los medios suelen hacerse eco de lo que dicen políticos y grandes analistas, empresarios o banqueros. Pero, apunta David Segarra, en Gaza viven 2 millones de personas, y el 99% de la población es “gente”. “Lo importante son sus historias, que son como las nuestras; sus palmeras, higos o sandías son muy parecidas a las de la huerta de Valencia; pero también muy diferentes, por el contexto de guerra y pobreza en el que viven”.
El primer día de los ataques el documentalista recorría la Franja en motocicleta. Recuerda que cuando comenzaron los bombardeos la gente no huía despavorida. El servicio de limpieza continuaba faenando en las calles, porque no había por dónde escapar. Hospitales, mezquitas, escuelas de la ONU… “Todo eran objetivos militares”. Segarra recupera algunas experiencias de escalofrío: “hubo familias que elegían dormir en la misma habitación para morir juntas si caía alguna bomba”. Sostiene que es fácil hacer periodismo en Gaza, simplemente basado en lo que hace Galeano: “contar historias”. En Gaza “cada persona es un libro de García Márquez; las experiencias, la memoria y la cultura oral están muy presentes en la Franja”.
David Segarra evoca “lecciones de vida, que son periodismo”. Una compañera del documentalista, venezolana, se encontraba en un supermercado de Gaza comprando alimentos para activistas, que actuaban como “escudo humano” de unos labradores. Un grupo de colegiales, de 10 años, ayudaron voluntariamente a poner en el taxi los productos. Y a continuación se marcharon. “El periodismo también puede demostrar la sabiduría de los niños”, concluye Segarra. En otro momento le llevó a un mecánico la motocicleta, para que se la reparara (las averías son habituales por el efecto del salitre, la arena de la playa y el viento). A la tercera ocasión que llevó la moto al minúsculo taller, el mecánico no le cobró. “Esto tiene mucha más verdad que lo que nos puedan contar los políticos en los medios de comunicación”, concluye Segarra.
Al final, añade, “la guerra la lleva a término una minoría frente a una mayoría” y asentado ese principio, Segarra reconoce “el máximo respeto por la gente que se juega la vida por informar” (aunque insiste en plantear una reflexión de fondo: “el periodismo puede dedicarse a contar historias, y llegar a la verdad y la belleza”). Además, en Gaza ha conocido la enorme diversidad del pueblo palestino. Diferencia de ideologías, etnias, religiones… “Pero lo que nadie cuestiona allí es el derecho a la autodefensa”. En Israel, por el contrario, diferentes encuestas realizadas tras el conflicto apuntan que entre el 80 y el 90% de la sociedad israelí se muestra a favor de la guerra.
A Yolanda Álvarez, corresponsal de TVE en Israel y Oriente Próximo desde hace tres años, la embajada de Israel en España no le mira con complacencia. En un comunicado en las redes sociales, en plena ofensiva militar sobre Gaza, se le calificó como “correa de transmisión” de Hamas. Pero la periodista no se arredra a la hora de comentar lo que ha visto en la guerra: “Es un conflicto asimétrico, que no se entiende al margen de los 60 años de ocupación israelí de Palestina”. Pero el conflicto es también “complejo” y, confiesa, “difícil de explicar en una pieza de un minuto y medio en un informativo”. Otro de los problemas es la “politización”, lo que implica “muchas presiones para los periodistas”. “Nos acusan de tomar partido, pero en mi caso, trato de hacer un periodismo humano”.
Se habla mucho de minorías religiosas, pero “las guerras son siempre económicas”, apunta Yolanda Álvarez, y “quien siempre sale ganando es la industria armamentística”. Destaca que en la última guerra de Gaza ha habido muchos periodistas jugándose la vida. “Hemos contado la devastación edificios, viviendas y personas”. A medida que los periodistas informaban, “íbamos desmontando la idea de una supuesta guerra frente al terrorismo y la de que Israel lucha por su seguridad, como dice la versión oficial”. Pero la corresponsal de TVE introduce la “complejidad” y los matices en el discurso: “es cierto que se han lanzado cohetes sobre Israel, y que este país tiene derecho a la seguridad; pero los palestinos también; Netanyahu ha equiparado a Hamas, con el Estado Islámico y Al-Qaeda, aunque quienes no estamos en el maniqueísmo sino en el pensamiento crítico, sabemos que no es así”.
Yolanda Álvarez ingresó en la Franja y permaneció allí 18 días. El gobierno de Israel dejó claro que no se hacia cargo de la seguridad de los periodistas. A continuación, el Ministerio de Asuntos Exteriores español pidió a los medios que retiraran a sus corresponsales. Álvarez fue de las últimas en salir, con otros corresponsales y free-lance. Desvincula su salida de la críticas en facebook por parte de una portavoz de la Embajada de Israel en España (las críticas dispararon sus seguidores en twitter hasta los 16.000; tuvo incluso que advertir en las redes sociales que ella “no era la noticia”). Pero tiene claro que el periodismo, para serlo, “ha de ser incómodo”. La portavoz israelí le acusaba de “activista” y de dramatizar las informaciones y seleccionar los escenarios. Pero, responde Yolanda Álvarez, “estaban matando a muchos civiles, destruyendo casas y pueblos; con más de 2.000 muertos te lo ponen muy fácil; no tienes que buscar ningún escenario”.
¿En qué consiste el oficio en pleno escenario de guerra? “Se trata de poner el micrófono y la cámara a la gente que lo necesita, por ejemplo, a una mujer que acaba de perder a su hija”. “Esto es lo que más les molesta”, agrega. En un contexto internacional injusto, hostil y en el que “nadie apoya a Palestina como país; es el trabajo de periodistas, activistas y ONG el que, cuando llega a la opinión pública, puede hacer que la comunidad internacional intervenga”. Ni vencedores ni derrotados. Según Yolanda Álvarez, “en este conflicto han perdido todos; ni la sociedad israelí está más segura, ni la devastada Franja de Gaza ha logrado nada”. Además, “la gente se pregunta, ¿para qué han servido más de 2.000 muertos?”.
La corresponsal insiste en huir de planteos maniqueístas. “No es un problema de buenos y malos; con Hamas hay menos libertad de información y para las mujeres; además, los dos bandos en pugna han atacado y castigado a la población civil; es verdad que unos –Israel- con muchos más medios que otros”. 50 días después, Yolanda Álvarez resume el panorama en la jornada celebrada en la Universitat de València: la sociedad israelí ha vuelto a la “normalidad”, pero esa “normalidad” en Palestina se sintetiza en más de 2.000 muertos, 10.000 heridos, 60.000 casas y 130 fábricas destruidas, 4 ó 5 horas de luz al día (con suerte) y sin agua potable. Y con escuelas donde no pueden impartirse clases en condiciones porque en ellas vive la gente. “Pero les queda la esperanza”, concluye la corresponsal.