Río Doce.- Nosotros qué, nosotros ya fuimos, que se peinen los que la andan buscando, respondió Jesús Aguilar Padilla a alguien que le advirtió que había muchas cámaras. A su lado estaba el senador Aarón Irízar López, quien unos días antes había reiterado su pretensión de buscar la gubernatura, con una frase que no dejaba lugar para las dudas: que se escriba con tinta indeleble que quiero ser gobernador.
Era la mesa de los ex, donde también se acomodó el ex rector Héctor Melesio Cuen, ahora diputado local por el Partido Sinaloense —aspirante desde 2010 a la gubernatura—, y el rector Juan Eulogio Guerra Liera, ataviado con una rigurosa camisa blanca y cachucha de jugador de golf. A la derecha del senador Irízar, muy serio, estaba Francisco Labastida, más delgado que de costumbre y pálido como nunca, de pocas palabras. Dos sillas más allá descansaba con las piernas estiradas, como si estuviera en un potrero, Antonio Toledo Corro, con su clásico sombrero de capo destemplado y un puro de utilería.
En esa mesa hay un “gran ausente”, dijo un periodista, cuando le pasó lista con mirada de halcón viejo. ¿Quién? Preguntó el otro, tratando de no verse verde: “Juan Millán, wey… no vino”. Distanciado del gobernador Mario López Valdez, en un evento donde sería galardonado Jesús Vizcarra Calderón, hubiera sido muy incómodo. “Pero déjale ausente… quítale el “gran”, acotó alguien más.
Heriberto Galindo no perdía oportunidad para muestrearse, pasear de mesa en mesa y difundir que si no era gobernador se iría de embajador… a España, porque ya se lo había ofrecido José Antonio Meade, el secretario de Relaciones Exteriores. Pero que sería “el hombre más feliz” si el candidato fuera David López, quien había estado en el presídium durante todo el acto y bajó a recorrer mesas para saludar y tomarse fotos con los amigos y la prensa.
–¿Y si fuera Vizcarra? —preguntó alguien.
—Le daría mi voto —trastabilló.
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Había más de 400 comensales en una comida retrasada con una hora. Antes de llegar al Centro de Convenciones, el presidente Enrique Peña Nieto y el gobernador Mario López Valdez, habían hecho un recorrido “de cortesía” en helicóptero sobre zonas afectadas por las lluvias de la noche anterior, cuando cayeron, según informes de la Comisión Nacional del Agua, más de 150 milímetros.
La comida fue para clausurar el XXI Congreso de Comercio Exterior Mexicano, donde, además, se otorgaría, a más de diez empresas, el Premio Nacional de Exportación.
Y no hubiera tenido mayor interés del normal para la clase política y la prensa si entre los galardonados no hubiera estado el empresario de la carne, Jesús Vizcarra Calderón.
Desde que fue filtrado a la prensa y deslizado en algunas columnas, se empezó a especular si no era otro destape del presidente Peña Nieto, igual que lo había hecho con su jefe de Comunicación Social, David López, en abril pasado, entre broma y en serio.
El propio López Valdez había sido cuestionado por un reportero sobre el significado que podría tener este anuncio, durante una reunión en el Tecnológico de Culiacán, y no supo qué decir, eludió mencionar a Vizcarra y evadió soberanamente una respuesta coherente.
El jueves, al inaugurar el evento, Malova volvió a sacarle la vuelta a su contendiente por la gubernatura en 2010, al mencionar la “gran aportación” que han hecho al desarrollo de Sinaloa y del país empresarios como Eleovigildo Carranza y Juan Manuel Ley, pero sin mencionar de nuevo a Vizcarra Calderón.
Era comprensiblemente humano su estado de ánimo. Igual de comprensible que ese nerviosismo que mostró en el presídium, enviando a cada minuto señales de coach a cuanto comensal tropezaba con la vista.
Pero no era su estadio, ni su pista, ni su ruedo. A más de dos años para entregar el poder, todo indicaba que éste se le había ido de las manos. A su lado tenía un Presidente de la República que parecía estar jugando con él al gato y al ratón, frente a cinco a o seis pretensos que le habían perdido el respeto a los tiempos que antes fueron sagrados, paseándose de mesa en mesa, saludando, agendando citas y dejándose querer. Y justo abajo, la mesa de los ex, donde, dijeron algunos, el gobernador hubiera querido estar de una buena vez.
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Llegó el momento con el que tanto se especuló, la entrega de los galardones y Jesús Vizcarra fue el penúltimo en recibirlo. Solo dos arrancaron aplausos casi generalizados: el horticultor René Carrillo y el vencido candidato a gobernador en 2010. Carrillo fue uno más de la docena de empresarios premiados, pero el reencuentro de Vizcarra y Malova en un estrado —los otros habían sido en los debates, durante las campañas—no pudo ser más anticlimático.
El gobernador aplaudió por mero protocolo cuando el presidente nombró a Jesús Vizcarra y éste, al subir, lo saludó con frialdad. No hubo palmadas, solo el apretón de manos de rigor y dos o tres palabras del gobernador, seguidas por una sonrisa de cartón.
El empresario, acompañado de su madre, doña María Calderón, abrazó al presidente y agradeció el galardón para luego despedirse de cada uno de los que estaban en el estrado, menos del gobernador; pasó por un lado de él sin mirarlo, mientras Peña Nieto lo seguía de reojo. Malova tieso.
Ni al llegar, ni al despedirse, doña María Calderón, viuda de Vizcarra, volteó a ver al gobernador. Antes de retirarse, le dijo a Enrique Peña nieto algo al oído y se fue.
Al terminar el evento, Vizcarra fue cuestionado por los periodistas sobre su nuevo momento. Yo estoy trabajando… ¿pero será candidato de nuevo? Yo sigo trabajando… la risa congelada.