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ADN/EP.- La Iglesia católica en México ha iniciado las hostilidades contra el Gobierno de Enrique Peña Nieto. En el punto de mira figura el buque insignia de su mandato: las reformas emprendidas con apoyo de los dos principales partidos de oposición. La crítica eclesial no ha dejado de sorprender en una institución cuya más alta jerarquía, pese a su turbulenta historia en México, ha vivido días de miel y silencio con los últimos gobiernos. La primera señal llegó a finales de abril, cuando la conferencia episcopal emitió por sorpresa un mensaje oficial en el que, con lenguaje áspero, echaba por tierra cualquier idealización de la vida mexicana y cuestionaba una por una las principales reformas. Las iniciativas en educación, fiscalidad, política, energía y hasta telecomunicaciones fueron puestas bajo interrogantes: “Nos preguntamos de qué manera serán benéficas, sobre todo para los que han estado permanentemente desfavorecidos, o si serán una nueva oportunidad para aquellos acostumbrados a depredar los bienes del país”.

Tras este golpe se han sucedido un puñado de declaraciones, bien escogidas y desde púlpitos de resonancia. El más reciente dardo partió esta misma semana del semanario oficial de la Archidiócesis de México. En un vitriólico editorial, acusa a la “partidocracia” de encubrir a una “clase hambrienta de poder” y de haber corrompido la reforma electoral impidiendo la transparencia y la participación ciudadana.

El vapuleo contra las reformas, como es habitual en los gestos hostiles de la Iglesia, se ha hecho público en un momento especialmente delicado. Poco después del mensaje de la Conferencia Episcopal, los obispos emprendieron sus visitas ad limina a Roma, donde presentaron los informes de situación, en los que alertaban del narcoterror que sufren amplias zonas de México. Todo ello como antesala de la visita oficial al Vaticano de Peña Nieto. El encuentro con Francisco, la primera semana de junio y cargado de buenas palabras, culminó con la promesa papal de pisar tierras mexicanas. Aunque no se han concretado fechas, ha trascendido el interés del pontífice por visitar, no un pacífico santuario, sino el punto más caliente de México: la frontera con Estados Unidos.

Peña Nieto ha evitado en todo momento la confrontación. Tras las primeras críticas, se reunió con los obispos para defender la bondad del proceso reformista, el mayor vivido en décadas. Ahí marcó la línea oficial de respuesta: “La pobreza se contiene cuando hay desarrollo que permite incorporar a la gente a la actividad económica”. Tampoco el Partido de Acción Nacional (PAN), de fuerte base católica, ha respaldado las críticas de los prelados.

Un aspecto clave para entender el cambio de la jerarquía es el terror desatado por el narcotráfico y que la ha costado la vida en los últimos años a una quincena de religiosos. El malestar generado por este acoso, pese a que los índices de criminalidad van mejorando, es cada día más palpable y ha llevado a los prelados a pedir un cambio radical de mentalidad. “No habrá reforma que nos ayude a superar las intolerables desigualdades e injusticias sociales que nos llevan a estar más atentos a la vida privada de los artistas que al sufrimiento de los migrantes arrojados de un tren por no tener para pagar a los extorsionadores, o ver cómo simple estadística o nota periodística los secuestros, la trata de personas, la impune actividad del crimen organizado, las cuotas forzadas, la violencia y los cadáveres decapitados en fosas clandestinas”, denuncian los obispos.

La toma de postura de la cúpula eclesial marca una nueva relación con el Gobierno, pero también, en el orden interno, el alineamiento de la Iglesia mexicana con las tesis del Papa y sus sonoras apelaciones a la lucha contra la pobreza y la injusticia. “La jerarquía mexicana estaba hecha al estilo imperial de las cortes papales de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Eran distantes, poco populares. La irrupción del papa Francisco y su apertura a la normalidad les desconcertó. Durante meses han estado en parálisis frente a la nueva narrativa, hasta que con el documento emitido por la Conferencia Episcopal dejaron clara su postura. No serán revolucionarios pero recelan de la bondad de las reformas”, señala el especialista eclesiástico Bernardo Barranco.

La adopción de las nuevas tesis papales marca el inicio del fin de una relación de proximidad que inauguró el presidente Carlos Salinas de Gortari. En 1991, dio luz verde a una reforma de la Constitución de 1917 que abrió el camino a un reconocimiento vetado hasta entonces a la Iglesia católica. Al año siguiente, se reanudó la relación diplomática con la Santa Sede. Hoy, pese a que la Iglesia ha perdido fuerza (el 83% de la población se declara católica, frente al 95% de 1970), sigue siendo una institución influyente. Y su discurso de denuncia no vaticina complacencia alguna en un país que se esfuerza más que nunca por mejorar su imagen exterior. O como han dejado escrito los obispos: “No podemos acostumbrarnos a tener en la pobreza a más de 50 millones de mexicanos, muchos de ellos en una miseria que les condena a morir sin atención médica”.