Río Doce.- Hace unos días, el 22 de junio, por aquello de la precisión, se celebró de manera discreta, casi desapercibida, el Día Mundial del Idioma Español, que sirve para que más de quinientos millones de terrícolas se comuniquen y es el tercero más usado y destrozado por los usuarios de Internet.
Idioma que fuera reglamentado por vez primera en 1492, por obra y gracia de la Gramática Española de Nebrija, y con el que Miguel de Cervantes Saavedra inauguró la novela moderna en 1605, Calderón de la Barca realizó obras significativas dentro del llamado Siglo de Oro, nuestra Sor Juana escribió sus célebres Redondillas; José Joaquín Fernández de Lizardi, conocido como El Pensador Mexicano y gran amigo del panfletista Pablo de Villavicencio, nuestroPayo del Rosario, escribió su chispeante El Periquillo Sarniento, hasta hoy y a pesar de los pesares, goza de cabal salud.
Herramienta de trabajo de once premios Nobel en los 112 años de vida de este galardón, empezando por el polifacético José de Echegaray y Eizaguirre, que lo mismo le entraba con singular gracia a la política, la física, la química, las matemáticas que a la literatura y la dramaturgia. Su designación fue objetada por los vanguardistas de las letras españolas, que no veían en este todólogo madrileño, director de obras públicas, constructor de puentes y considerado el más grande matemático español de la historia, a uno de los suyos. No creo que por eso, pero la Academia Sueca juzgó pertinente que don José compartiera elPremio Nobel de Literatura 1904 con el poeta francés Frédéric Mistral.
En 1922 otro madrileño abonaría su nombre a la lista del Premio Nobel, pero este sin críticas hacia su trabajo literario, por el contrario, su designación fue recibida con orgullo colectivo. Jacinto Benavente, al que se le considera el Óscar Wilde español, tiene un registro que revela el fervor del pueblo español hacia su obra: en 1907, cuando estrena en el Teatro Lara de Madrid Los intereses creados, el público lo llevó en hombros, vitoreándolo, hasta su casa, como a un matador de toros que remueve los cimientos de Las Ventas.
Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga es el nombre de Gabriela Mistral, sinónimo con el que ganó en 1945 el Premio Nobel de Literatura. Chilena y mujer, Mistral, que debe el apellido de su seudónimo a su admiración por Frédérick Mistral, que compartió con Echegaray el Nobel en 1904 (¿por qué no se hizo llamar Gabriela Echegaray?), fue el primer habitante del Nuevo Mundo en llegar a esa selecta nómina, en la que no abundan los nombres femeninos, once en 112 años, incluida ella.
Sonará paradójico, pero a Juan Ramón Jiménez un burro le concedió el Nobel en 1956: Platero y yo. Cierto que su obra es vasta, pero no es un secreto que un libro de esa contundencia incline la decisión de la Academia Sueca, así pasó con Hemingway con El viejo y el mar; así no pasó con Juan Rulfo y Pedro Páramo.
En 1967 sonaron con ganas las marimbas y el numeroso pueblo maya guatemalteco gritó a los cuatro vientos el advenimiento de Miguel Ángel Asturias como ganador del Nobel. Cara de Ángel, personaje principal de El Señor Presidente, novela cumbre de Asturias, tan bello y malo como Satán, debió esbozar una sonrisa.
Entre el Canto General y 20 poemas de amor y una canción desesperada se encargarían de llevar a Pablo Neruda hasta Estocolmo, en un celebrado Nobel 1971, que no supo a dinamita, sino a excelsa poesía.
Amigo de juventud de Rubén Darío, Antonio Machado, Cernuda y García Lorca, Vicente Aleixandre da a la afamada e innovadora Generación del 27 el Premio Nobel en 1977. Sevillano creado en Málaga, Aleixandre definía al poeta como una conciencia puesta en pie hasta el fin.
En Estocolmo tuvieron que conocer en 1982 el Liquiliqui, traje de gala colombiano, porque Gabriel García Márquez se resistió a vestirse de pingüino. Cuentan que en las nevadas calles de Estocolmo se dieron prodigios más fastuosos que lo que nos narra GGM en Los funerales de la Mamá Grande. El Realismo Mágico había tomado el poder, y no habría Otoño para el Patriarca, si acaso, de manera posterior, memorias para las putas tristes.
Camilo José Cela es un deleite leyéndolo y es un deleite escuchándolo. Si uno busca videos de sus entrevistas en Youtube se va a carcajear con las ocurrencias que se le venían al momento de dar una respuesta llena de luz, de picardía, de ingenio, como cuando le dijo a un periodista que lo cuestionó por casarse con Marina Castaño, en 1991, bastantes años menor que él: “Lo hago para demostrar que sigo siendo un maestro de la lengua”. Este gallego respondón que se ganó antipatías por su cinismo, gana el Nobel en 1989.
En Mazatlán se recuerda a Octavio Paz por su presencia, al lado de su esposa María-José, en el cine Zaragoza, a donde llegó para recibir el Mazatlán de Literatura y ofrecer un breve discurso que convocó a un aplauso de pie. Por suerte no nos mandó a la chingada, de la que hace un estudio en El laberinto de la soledad, estuvo con nosotros y es el único Premio Nobel que ha convivido con la tribu patasalada. El Premio Mazatlán lo obtiene en 1985 por su ensayoHombres en su siglo, el Nobel, por su obra completa, cinco años más tarde.
El último Nobel concedido a un escritor en nuestro idioma en 2010, me obliga a hacer una confesión. Mis tres consentidos del Boom Latinoamericano son Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, no en ese orden y no sé en cuál es. Con Cortázar se me despiertan las ganas de escribir y de hacer travesuras con las imágenes, con las palabras a su servicio, con García Márquez, igual, pero con Vargas Llosa, siempre que acabo una de sus novelas me siento cohibido.
Por todos ellos y por muchos más que no mencioné, asumamos nuestro idioma con responsabilidad. No lo chinguen.