Columna/Alfabeto QWERTY/Cortesía/Ríodoce/Miguel Ángel Vega
Inicia el 2025 y Sinaloa está ahora en una doble mira: la pugna intestina que acumula meses y no cede, y además regresa la atención a la producción de fentanilo desde aquí para el mundo.
En unos pocos años el fentanilo pasó de ser una droga más en el catálogo de sustancias ilícitas a ser la droga clave en el mundo. Alrededor de ella abundan los mitos, muchas historias mal contadas con sello de oficiales, la polémica y el debate.
La razón principal es que los estadounidenses quedaron atrapados en una crisis de salud pública sin precedentes, provocada por ellos mismos —eso es lo que pocas veces se atreven a decir. Llegaron a morir hasta 150 personas cada día en Estados Unidos por sobredosis de la sustancia.
En el último lustro se han dedicado a culpar a México por el envío de la droga y exigen el combate frontal a su producción —aquí lo que tenemos es una historia mal contada, porque no todo el fentanilo se produce en México e incluso está documentado que una gran cantidad de los precursores químicos primero llegan a su país.
A estas alturas no caben ingenuidades de ningún lado en la cadena global que implica el comercio de las sustancias utilizadas como precursores, la producción del fentanilo, el tráfico a los centros principales para su venta y el consumo. Las ingenuidades son de ambos países: Estados Unidos echa la culpa a México de la producción de la droga y México niega producirla.
El fentanilo se patentó en 1963, lograron sintetizar un analgésico con más potencia que la morfina. En los años posteriores su uso médico se extendió. Hace más de una década, de acuerdo a informes de salud y de organizaciones civiles, se detectó el consumo mezclado con metanfetamina y heroína entre consumidores en ciudades fronterizas de México y en San Diego, Los Ángeles y Chicago en Estados Unidos. Unos cinco años después, en 2018, empiezan a detectarse casos de demanda de tratamiento por consumo de fentanilo en Baja California, Sonora, Chihuahua y Sinaloa.
Justamente por el 2018 y 2019, son los años en que empiezan a aparecer como una plaga los rústicos laboratorios de fentanilo en poblaciones cercanas a Culiacán. Aún es posible encontrarse bidones y demás recipientes de los famosos precursores en caminos y veredas de comunidades. Debajo de una carpa, en una enramada, se improvisaba una hornilla y se hacía el proceso.
La proliferación de los rústicos laboratorios en este lado de la frontera obedecía al incremento de la demanda en Estados Unidos. Las drogas viajan como cualquier otro producto, como un paquete de tomates o como las autopartes para un coche. Van de país en país, cruzan fronteras, llegan a los mercados y se consumen. No hay diferencia, aunque unas mercancías sean legales y otras no.
Margen de error
(Dolor) El negocio del dolor, es una película de 2023 donde explica esa parte de la historia de los Estados Unidos que nos les gusta contar. Se basa en un artículo periodístico que dio el seguimiento a uno de los varios laboratorios que hicieron el gran negocio con el dolor crónico de los pacientes. Corrompían a médicos para que recetaran indiscriminadamente una droga legal para el dolor más simple, cuando solo debía indicarse para pacientes terminales. Así inició la adicción de millares de estadounidenses.
Sobra decir que solo les impusieron multas y algunas penas menores a los participantes, pero el daño ya estaba hecho. Mientras detenían las recetas indiscriminadas de los médicos americanos, el mercado ilegal aparecía ofreciendo un producto similar en las calles de Estados Unidos. Pero ya no en aerosol, sino en pastillas, inyectable y hasta en parches.
Primera cita
(Industria) Las drogas ilícitas son una industria compleja, por eso las dificultades para desarticularla —aquí es donde entra el mito, alrededor de su combate. Para la producción hay una red global de empresas lícitas e ilícitas con muchos eslabones y diversas redes criminales.
Para que una pastilla de fentanilo llegue a las manos de un consumidor en las calles de Nueva York, antes pasó por las fronteras de varios países, cruzó océanos, fue de mano en mano corrompiendo gobiernos y provocó en su trayecto peleas por el mercado.
Por ejemplo, está ampliamente documentada la forma en que empresas de China y la India se encargan de crear los precursores químicos para la elaboración del fentanilo o de otras drogas. Algunas son legales pero tienen filiales ilegales para ofrecer el producto al mejor postor. Esos precursores son enviados a muchos países, entre ellos a México. Aquí el mapa delictivo lo concentran dos organizaciones: Jalisco Nueva Generación y Sinaloa, pero sin ser los únicos.
Mirilla
(Simple) En este contexto y la guerra de declaraciones sobre el tema, hay también un ingrediente político, obviamente. Ese tiene sus propios precursores, como el reconcentrado Donald Trump en la Presidencia y el arranque de una estrategia de seguridad distinta en México.
El problema en realidad no tiene solución, pero enfrentarlo no es simple ni sencillo. De entrada la verdadera urgencia no está en si se produce o no el fentanilo en el centro de Culiacán, en una rústica cocina. Sino en el aumento en el consumo en las ciudades de México. Mucho del producto que se produce aquí se va quedando aquí. Nuestras ciudades son también un mercado, y de eso no se habla tampoco (PUNTO)
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