Cortesía/Río Doce/Ismael Bojórquez/Altares y sótanos.
Una de las cosas más tristes de una narcoguerra es el daño colateral, la muerte de personas inocentes. La ciudad de Culiacán está llena de casos, muchos en hechos aislados y otros también en medio de pugnas entre los cárteles de la droga o sus facciones, como esta que estamos padeciendo desde hace casi cien días entre Chapos y Mayos. La ciudad misma es una víctima colateral porque está casi muerta. Si alguien lo duda salga a las ocho de la noche a dar un paseo en auto por la avenida Obregón. O por el bulevar Sánchez Alonso, tan lleno de vida, de luces y de ruido desde que el Tres Ríos se convirtió en el “centro” de la ciudad.
En medio del fuego cruzado han muerto niñas y niños, mujeres embarazadas, empleadas y empleados que han estado en el lugar equivocado cuando ocurre una balacera durante una riña en un bar o despachan en una papelería, en una taquería, en un supermercado, en un expendio de cerveza… Han muerto niños por balas “perdidas”, incluso en festejos como los de fin de año. Atroz el panorama, las historias se repiten para desgracia de la ciudad, de las familias, sin que nadie reciba nunca un castigo. ¿Quién pagará por la señora que mataron sobre el bulevar Agricultores el jueves pasado? ¿O por el señor que mataron en el expendio de la colonia Zapata, el viernes? ¿Quién por el niño herido por una bala “perdida” que atravesó los ventanales de un camión urbano?
Desde hace semanas la violencia se trasladó del campo a la ciudad, de las zonas rurales al casco urbano, esto para desgracia de la narrativa oficial, que se empeñaba en tapar el sol con un dedo asegurando una y otra vez que la ciudad estaba tranquila y que los hechos ocurrían, sí, pero en la zona rural, como si allá solo hubiera ganado, como si la gente que vive en los pueblos fuera de segunda o tercera clase, una diferenciación pretenciosa y pedante. El mismo Omar García Harfuch, cuando le preguntaron sobre la explosión ocurrida en la Limita de Itaje, dijo con desdén que no había sido en Culiacán, sino afuera de la ciudad, “en un ejido”.
Es entendible que los gobiernos traten siempre de minimizar contextos de violencia, —no vamos a pedirles que abonen a las resistencias de la gente a llevar una vida normal— pero tampoco es admisible que nieguen la realidad y la realidad es que ninguna estrategia ha funcionado para aminorar los hechos delictivos. Bajaron los bloqueos a carreteras y los ataques a comercios, pero siguen los levantones, siguen los torturados y asesinados, siguen los ataques a casas clandestinas de juegos, los enfrentamientos en las calles a la luz del día que se llevan de paso vidas inocentes.
No una sino dos o tres veces, Feliciano Castro, secretario general de Gobierno y vocero en materia de seguridad estatal, ha salido a decir con pompas que “se observa una tendencia a la baja en los hechos de violencia” y la preguntas es, ¿De qué retuerzo de los números saca este señor semejante conclusión si hasta por el estruendo de los disparos por toda la ciudad es evidente que los hechos violentos son una maldición incesante en Culiacán?
El gobierno —y aquí caben los tres niveles— ha sido tan timorato al enfrentar a los narcos que desde hace semanas muchos ataques se han perpetrado contra dispensarios de drogas y casas de juego clandestinas, —todos ilegales—, pero no los cierran. En cada ataque a un centro de estos va la culpa y la responsabilidad de los gobiernos ante la falta de prevención. Si hay 300 de estas tiendas y casas, son 300 veces la posibilidad de un ataque. ¿Pudo evitarse que una menor fuera quemada adentro del baño a donde corrió a protegerse de los sicarios en el ataque a un dispensario frente al estadio Monarcas, por la calle Patria? Sí, si lo hubieran clausurado… pero no lo hicieron.
¿No se discute este tema en la mesa de seguridad, donde participan todos los niveles del gobierno? ¿De qué ha servido, de qué sirve esta mesa, a quién le sirve? ¿Por qué han sido tan reacios a tomar medidas? ¿Por miedo o por complicidad?
Bola y cadena
SOBRE ESTE TEMA LLEVAMOS una nota en esta misma edición y damos cuenta cómo el secretario de Seguridad y su par en Salud se tiran la bolita porque la bolita es una papa caliente. El general Mérida dice que Salud tiene un censo de casas de juego y dispensarios y Cuitláhuac González dice que ellos no saben nada de eso porque no es su tema. ¿Y entonces? ¿Después de Batman le llamamos al Chapulín Colorado?
Sentido contrario
SIEMPRE DIJIMOS QUE UNA VEZ que AMLO se fuera a La Chingada (su rancho) los morenistas se agarrarían a cuchilladas. Era solo una metáfora, por supuesto, pero el pleito que ahora traen Adán Augusto López y Ricardo Monreal, es un adelanto de lo que puede venir. En el centro del conflicto, por supuesto, don dinero.
Humo negro
HACE SIETE MESES SALIMOS con un suplemento cultural, Barco de Papel, en tiempos en que pocos medios destinan esfuerzo, papel y tinta a las artes. Está siendo una experiencia de trabajo excepcional, sobre todo valorando las colaboraciones de amigos sin más interés que difundir la cultura y abonar para que nuestra sociedad sea más vivible. Este domingo les regalamos como tema central la vida y música de John Lennon, asesinado en Nueva York hace 44 años. Es una excelente lectura decembrina que le ayudará a pasarla un poquito mejor en medio de tanta violencia y tanto miedo. Una entrega para reflexionar sobre las cosas absurdas con las que tropezamos todos los días, a veces también trágicas. Pásela bien, no se exponga demasiado y disfrute a sus amigos y a su familia. La vida sigue.
Artículo publicado el 15 de diciembre de 2024 en la edición 1142 del semanario Ríodoce.
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