La semana pasada falleció el artista que representó la vida y los sueños del puerto mazatleco.
Cortesía/Río Doce/Azucena Manjarrez.
Antonio López Sáenz ha sido el gran pintor de Mazatlán, pero el de ese puerto íntimo, de ensoñación, festivo y también nostálgico, que asumió su oficio con pulcritud hasta sus últimos días.
En su casa de la calle Libertad del Centro Histórico, el artista dejó su esencia luminosa, porque con su trabajo no dejó nada a deber, de acuerdo a Felipe Parra, a él le tocó la transición entre los estilos abstracto y el neofigurativo, pero logró construir un estilo propio.
“López Sáenz desarrolla el estilo personal que lo distingue de su generación, da identidad temática a Mazatlán en el buen sentido de la palabra”, apuntó el crítico de arte.
“Fue de los pocos en la historia de Sinaloa que realmente se formó en la Academia de San Carlos y que logró trabajar con la galería Estela Shapiro, que fue muy importante”.
La obra del también escultor, señaló que aporta a la plástica nacional una narrativa visual de su entorno casi como mágico. Recupera con nostalgia a un Mazatlán íntimo.
Un pintor con oficio
Antonio López Sáenz recogió en sus lienzos al Mazatlán onírico; a las familias, atardeceres, jugadores de beisbol, el carnaval, los músicos y al crepúsculo de los días. Su obra siempre fue un viaje a los embarcaderos y al mar profundo.
En el malecón del puerto y en el aeropuerto de Culiacán, el artista desarrolló esculturas, sus obras además fueron imagen de la Serie del Caribe y del Carnaval.
Esto no fue casualidad, Felipe Parra señaló que tenía algo que muchos pintores de hoy carecen, el oficio.
“El proceso creativo de su obra siempre fue sólido. Su estilística, desde la calidad de su dibujo, el conocimiento de los materiales, fue una parte muy importante”, detalló el también cineasta.
“El fondeo de sus telas era el blanco y su paleta de colores muy festiva, no usó en general los colores primarios, siempre los diluyó en blanco para crear sus colores propios”.
La volumetría de los ‘monos’, de López Sáenz, dijo que tienen identidad propia, porque la manera en que trató el tema del puerto en su obra no es copia de nadie, es propia.
El Mazatlán de López Sáenz
Parra contó que López Sáenz vivió en la Ciudad de México con el pintor oaxaqueño Rodolfo Morales, gracias a ello conoció también a Rufino Tamayo.
“De la misma manera que Rodolfo Morales lo hizo en Oaxaca, López Sáenz configuró una narrativa plástica arraigada en las costumbres y en el entorno en el que viven, integran y representan lo que viven cotidianamente”, señaló Parra.
A diferencia de sus contemporáneos sinaloenses; Álvaro Blancarte, Arturo Moyers y Roberto Pérez Rubio, permaneció en su lugar de origen y tuvo una galería importante que vendía su obra.
“Un pintor sin galería es una especie de artista errante, pero él tuvo este respaldo, en sus primeras etapas tenía una obra extraordinaria, creo que lo mejor de su obra está en las colecciones familiares de Mazatlán”.
Su partida, a los 87 años, indicó que deja un hueco, de esos que no llena nadie.
“Tenía varios años sin pintar ya, pero se pierde una personalidad importante, el entorno cultural teniendo personas vivas, son un respaldo, una referencia”.
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