La cantautora nació en Culiacán el 29 de septiembre de 1946
Cortesía/Río Doce/Julio Bernal.
Vengo a la tecla con las manos perfumadas a piñones asados. Llegué corriendo desde la cocina, donde empecé la preparación de chiles en nogada para complacer a un puñadito íntimo de amistades. Mientras me sacudía el mandil de un fino polvo de anís estrella, canela y clavo de olor, me pregunté si a Amparo Ochoa le gustaban estos chiles de la cocina conventual poblana. Nunca hablamos nada de eso, ni comimos tantas veces juntos. Lo que sí tengo muy presente, fue el día que me dijo que moría de hambre cada vez que terminaba de cantar. Y la muy condenada me lo confesó justo cuando la ayudaba a bajar del escenario, y pues con vergüencita le dije que allá, muy cerca del Parque Revolución, donde fue el concierto, los muchachos de Psicología de la UAS tenían lista una olla de tamales. Para ella y para todos. Y bien clarito que la recuerdo departiendo a un lado de la olla, acompañada de su madrecita, doña Amparo Castaños.
Yo apenas la andaba conociendo. Por eso lo de la vergüencita. Y desde entonces empecé a respetar mucho la enorme altura de su sencillez, como cuando fuimos por ella al aeropuerto de Culiacán, y usted no me lo va a creer: ¡en un Volkswagen! Y ella lo abordó como si se subiera a una de esas Suburban del año que exigen los artistitas de lata, ya sabe cuáles, así que para qué me querría preguntar nombres.
Como ya saqué del fuego la cacerola y además, como me ganó la emoción, tengo al Apple Music sonando con el Corrido de Pancho Villa, esa que dice que “ni falta que hace que ahora los potentados pongan su nombre con letras amarillas”, que porque a Villa —cuenta Amparo en la letra del corrido— el pueblo entero le dio su corazón. Y que con eso. Y me resulta bien curiosa la frase en estos días, porque usted sabe que meses atrás el Congreso de Sinaloa puso el nombre de ella en el Muro de Honor. Con letras doradas. Of course. Pero pongámonos en contexto: el disco Corridos y canciones de la Revolución Mexicana, que es donde viene el Corrido de Pancho Villa, lo grabó Amparo en 1983. ¿Sabe quién era el presidente de México en ese entonces? ¡Miguel de la Madrid, quien prácticamente abrió el hoyo del neoliberalismo!
Uta, era absolutamente impensable, ni como idea extravagante, que un nombre como el de Amparo Ochoa recibiera los honores de los legisladores.
Antes del arribo de Rubén Rocha Moya a la gubernatura de Sinaloa, y antes de que Feliciano Castro Meléndrez se convirtiera en el diputado presidente de la Junta de Coordinación Política de la legislatura local, ya el mandatario Andrés Manuel López Obrador había dignificado la figura y el canto de Amparo Ochoa, pero no nada más la puntita, porque además de nombrarla más de una vez en sus “Mañaneras”, y de enseñar su foto, le dio espacio a la hija de la intérprete y luchadora social para que cantara un par de piezas frente a los medios nacionales e internacionales. Casi-casi convirtió a Amparo Ochoa en moneda de cambio. La puso de moda.
Mire, yo tengo un canal en YouTube que se llama “Música al 100” y allí tengo alojado un video-homenaje que le hice a Amparo Ochoa hace mucho. Uta, oiga, he venido recibiendo un titipuchal de visitas y de comentarios, claro que, a buena ley, desde que López Obrador le refrescó la memoria a México sobre la vida de una mujer que puso su canto (todo) al servicio de los desprotegidos, cantando para los estudiantes (como los de Psicología de la UAS), para los obreros, las mujeres, los campesinos y hasta para los niños.
Entonces, ya traía viada cuando en el Congreso de Sinaloa acuñó su nombre en el Muro de Honor. Pero no vaya usted a creer que estoy diciendo que los nuestros le siguieron el rollo al presidente de la República. ¡Óigame, no! Que hubo uno que otro que sí tuvo que hurgar en Google para saber algo sobre ella, eso que ni qué. Para que le digo que no, si sí.
Pero el que escribe fue testigo y hasta guía la vez aquella en que Rubén Rocha Moya, en enero de 1993 (siendo Rector de la UAS) se apersonó hasta el domicilio —en la colonia STASE de Culiacán— donde Amparo Ochoa convalecía del cáncer que terminó por vencerla. Yo escuché las palabras de aliento que le expresó el hoy gobernador de Sinaloa. Y también estuve cuando el entonces Rector recibió a Amparo, el martes 9 de febrero de 1993, para hacerle un homenaje de cuerpo presente en el Edificio Central de la UAS. En medio de las lágrimas de muchos de los que allí estábamos, le ofrendó el título de “Universitaria Distinguida”.
Por eso fue muy válido que durante su gobierno y al seno de la legislatura con Castro Meléndrez como presidente de la JUCOPO Sinaloa, se haya inscrito con letras doradas el nombre de Amparo Ochoa. Y por las mismas razones le acabo de enviar al maestro Feliciano mi libro sobre la vida de Amparo, titulado Se me reventó el barzón, que me hallé en una librería de viejo en la Ciudad de México, porque hace muchos años está agotado.
Y pues, haciendo ya un alto a la retahíla, todos estos recuerdos se me agolpan entrado el mes patrio, porque Amparo nació en Culiacán (no en Costa Rica) el 29 de septiembre de 1946. De vivir, este sería su cumpleaños número 78. Y punto.
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