Cortesía/Río Doce/Iván Páez.
Con el pretexto de las buenas calificaciones, Cooper (Josh Hartnett) acompaña a su hija Riley (Ariel Joy Donoghue) al concierto de Lady Raven (Saleka Shyamalan), la cantante de pop del momento. Desde su llegada al recinto, el bromista papá nota la presencia inusual y exagerada de la policía, y no tarda mucho en averiguar con un trabajador (Jonathan Langdon) que la autoridad está ahí para atrapar a El Carnicero, un asesino serial que presuntamente acudiría al espectáculo.
A partir de ahí, Cooper hace todo lo que puede y se vale de quien se deje para librarse del operativo, ya que en su teléfono hay información que lo compromete. Las características principales del cine de M. Night Shyamalan están presentes en su reciente película La trampa (Trap/EU/2024): lo que se ve no es exactamente lo que parece (y en ese sentido); la sorpresiva vuelta de tuerca; y el cameo del director (ahora como miembro del staff que invita a Riley a subir al escenario). Se trata de un producto medianamente entretenido, con una primicia atractiva, narrada ágilmente (sobre todo en la primera parte), que pudo haber sido superior, pero ciertas situaciones absurdas, se lo impidieron.
El filme disponible en las salas sobresale por el desarrollo del concierto, en el que, hábilmente, Shyamalan integra los elementos dramáticos para mantener la atención y la intriga: la relación padre/hija; la razón para estar en el show; los asistentes eufóricos; Riley como la fan principal de Lady Raven; la cantante en un espectáculo impresionante; El Carnicero calculando cada movimiento de la policía e ideando la manera de librarse del operativo…
No hay oportunidad de apartar la vista de la pantalla y es inevitable sentirse uno más en el auditorio, además de cómplice, al no poder denunciar al matón. Sin embargo, tampoco es posible mantenerse al margen de aspectos dudosos, inconsistentes e inverosímiles: ningún vendedor de cualquier puesto en un concierto sería tan accesible e ingenuo; no se puede obtener una ganzúa de ese tipo tan rápido; no sirven de nada los encuentros de Cooper con cierta mamá entrometida; Lady Raven puede entrar una vez, pero no dos, a una aplicación secreta de un teléfono ajeno; no se justifican, realmente, las razones del asesino para matar, ni el modo “serial” de hacerlo; y el procedimiento de la esposa (Alison Pill) para cooperar con las autoridades no es lógico.
El acierto más significativo de la cinta es que “la trampa” en cuestión no está en hacer que uno de los personajes vaya al concierto para que lo atrapen y encarcelen, sino en que Shyamalan provoque la asistencia del público a las salas de cine con la “garantía” de que verá una buena historia, por el prestigio y la credibilidad que goza, y sí, eso sucede en la primera mitad del metraje, pero en la segunda pierde el rumbo e, invariablemente, el espectador se da cuenta de que, de nuevo, cayó en el juego del realizador de la sí impecable Sexto sentido (1999).
A pesar de la excelente interpretación de Hartnett para dar vida a su ambivalente y perverso personaje, una vez fuera del concierto, la película va directo en picada hacia su inverosímil, sacado al vapor y absurdo final, que reafirma el principal sello del director y sugiere una (ojalá que no) innecesaria segunda entrega. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.
Artículo publicado el 18 de agosto de 2024 en la edición 1125 del semanario Ríodoce.
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