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Cuando llegó el cuerpo de Cuen, ni médicos había en el Semefo

Cortesía/Río Doce/Ismael Bojórquez.

El cuerpo estaba frío, frío, y cadavérico y solo, no había médicos y no le hicieron nada al llegar a la clínica.

Fue la primera persona que lo vio muerto en la camilla después de las dos enfermeras que lo recibieron.

Escuchó por las redes sociales que habían herido de bala “al maestro Cuen” y que lo habían llevado a la Clínica Cemsi de la colonia Chapultepec.

Estaba en su casa y de inmediato salió en su camioneta, siguiendo los avances de la información en las mismas redes. Ya para llegar a la clínica, la información era que Héctor Melesio Cuen Ojeda acababa de morir.

Ingresó directo a Urgencias y el ex rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa ya estaba cubierto con sábanas blancas. Les preguntó a las enfermeras si era Cuen y le dijeron que sí; les preguntó de qué había muerto y le respondieron que de balazos. Se acercó por el lado de la cabeza y lo destapó hasta la cintura. Se espantó al verlo. Su cuerpo intensamente pálido, observaba un morete en el pecho.

Le pregunté si tenía lesiones como si le hubieran dado una patada y dijo que no. Cuando alguien muere y la sangre deja de circular, produce moretes, le dije. ¿Viste algo como si le hubieran dado un golpe con la mano o con los pies? No.

Dice que lo abrazó y se puso a llorar sobre el cuerpo inerte por varios minutos. Le impactó lo frío que estaba. No acababa de morir, dijo. Yo no sé de estas cosas, pero el maestro tenía muchas horas muerto, porque estaba frío, frío.

Se conocieron desde jóvenes y trabajaron juntos en la UAS y también en el Partido Sinaloense. Eran amigos de familia, sus hijos le decían “tío” a Cuen.

¿Dónde tiene los balazos? Preguntó a una de las enfermeras. En las piernas, escuchó. Entonces cubrió el rostro de Cuen y levantó la sábana por el lado de los pies hasta las rodillas.

Solo vi una herida, dijo. La tenía en la pierna derecha, en la pantorrilla, por la parte interna. ¿Por la parte interna? Pregunté ¿Y en la pierna derecha? ¿estás seguro? Sí, estoy seguro. ¿No sería el orificio de salida el que viste? No, no tenía orificio de salida. El orificio era pequeño y hasta podía confundirse con un rasguño o un raspón, pero era un orificio, al parecer de calibre pequeño, no sé, yo no conozco de armas.

Se supone que el ataque en la gasolinera fue por el lado del copiloto, le dije; si le dieron un balazo allí la dirección de la bala tendría que haber sido de derecha a izquierda y más bien en el muslo, no en la pierna. Sí, dijo, pero ese balazo lo tenía en la pantorrilla.

No le vio las otras heridas porque la sábana solo se la levantó hasta las rodillas. El cuerpo estaba desnudo. Fue un error mío, dijo, pero es lo que hice y es lo que vi.

Apenas se reponía de la crisis emocional, cuando una enfermera llegó con unas hojas para que se las firmara. ¿Es usted familiar de la víctima?, le preguntó. No, pero éramos como hermanos. Entonces sí me puede firmar esto, le dijo, mientras le extendía las hojas. No, yo no puedo firmar eso, le respondió.

Ni siquiera vi de qué se trataba, qué era lo que quería que firmara, comentó. Pero en eso llegó uno de los nietos de Cuen, que apenas tendrá 15 años y él sí firmó los papeles sin leerlos.

Me llamó la atención, agregó que al maestro no lo hubieran intervenido para nada; el cuerpo estaba limpio, no le hicieron nada y ni siquiera médicos había, solo esas dos enfermeras, ni un doctor. Y el cuerpo estaba sobre una camita simple, sin equipo médico, nada.

Salí a la banqueta y al primero que vi fue al diputado Gene Bojórquez, añadió. Acababa de llegar. Qué pasó, me preguntó. Falleció el maestro. Luego vimos a Fausto (Corrales Rodríguez, que lo había llevado a la clínica) en un rincón oscuro, como escondido. Nos acercamos y le preguntamos qué había pasado, pero se quedó mudo. Estaba como choqueado, aturdido. Yo estaba destrozado y me alejé. Se quedó Gene con él, los dejé platicando. Luego me salí a la calle mientras periodistas y amigos de Cuen llegaban a la clínica.

Al poco rato vi pasar una camioneta Suburban por el bulevar Anaya. Luego se regresó y volvió a pasar por enfrente de la clínica y luego se detuvo en el estacionamiento de una farmacia que está a un lado y bajaron tres muchachos con camisas de enfermeros, se metieron a la clínica, a los tres o cuatro minutos regresaron, se subieron a la camioneta y se marcharon. ¿A qué fueron? No lo sé.

¿Viste a la esposa de Cuen, a la señora Angélica? No, la única que llegó fue la Baby (una de sus tres hijas), destrozada. Y su nieto, el que firmó los papeles. Pero a ella no la vi.

Artículo publicado el 18 de agosto de 2024 en la edición 1125 del semanario Ríodoce.

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