Cortesía/Río Doce.
Le hicieron el alto y no se paró… y eso le costó la vida en Loma de Redo
El día que lo mataron Juan Miguel se despertó a las cinco de la mañana. Su mujer, al lado de él, se despertó en cuanto lo sintió incorporarse en la cama, y de reojo lo miró; lo abrazó para luego preguntarle si quería que le hiciera algo de desayunar. Juan Manuel negó con la cabeza y entonces ambos se levantaron.
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Aunque tenían casi dos meses de haberse juntado, se habían casado por todas las de la ley dos semanas antes, y aquellos días eran como una extensión de la luna de miel que nunca tuvieron. Juan Manuel se despidió de su mujer, y antes de salir le dio el beso habitual de despedida. Ninguno de los dos sabía que esa sería la última vez que se verían.
Afuera, el sol aún no despuntaba. Aun así, Juan Manuel se dirigió al patio de su casa, se montó en su moto y se fue. Ignoraba que, una hora antes aproximadamente, el ejército mexicano había abatido a cinco presuntos sicarios en la gasolinera del pueblo, ubicada a menos de 500 metros de donde vivían.
La viuda de Juan Miguel, una joven de apenas 20 años, que habló con este semanario, culpó al sonido del aire acondicionado, a la televisión encendida en la habitación, y al hecho de que todas las ventanas y puertas estuvieran cerradas, el no escuchar nada de lo que minutos antes había ocurrido en el pueblo.
“Nos encerrábamos, y no se escuchaba nada”, aclaró la mujer.
Cuando se quedó sola fue a la cocina a hacer desayuno, y ahí notó que el pueblo estaba inusualmente callado a esa hora, y, dice, un extraño presentimiento la asaltó.
Por instinto tomó su teléfono y sólo entonces notó que había varios mensajes que le habían llegado a su aplicación de WhatsApp, y fue así que se enteró de los enfrentamientos que hubo en el pueblo.
Aún sin alarmarse, llamó a su marido, pero éste no le respondió. Le mandó entonces un par de mensajes pidiéndole que se devolviera, porque había enfrentamientos, pero los mensajes ya no le llegaron. Entonces empezó a escribir a sus amigas y a otros conocidos de su marido para pedirles que, si alguien lo veía, le advirtieran lo que estaba pasando. Un amigo de Juan Miguel respondió a los pocos minutos, diciéndole que iba a su casa, porque algo malo había pasado.
“Con lo que me dijo, me entró un desespero muy grande, y ya no me pude estar en paz”, dijo.
Presintió, según contó después, que le habían matado a su hombre. La mujer salió al tejaván de la vivienda a ver si escuchaba o veía a alguien que le diera razón. Quería correr, pero no sabía a dónde. Hasta que un amigo de su esposo llegó para avisarle que a Juan Miguel lo habían matado los militares.
Las heridas
Hasta el cierre de esta edición no se tenía acceso al reporte forense sobre cómo mataron a Juan Miguel, ni qué tipo de heridas le arrancaron la vida, pero de acuerdo a su mujer, presentaba un balazo en el costado izquierdo, otro en la espalda sin orificio de salida, y uno más en el pecho, a la altura del corazón.
Un adolescente de 17 años que habría visto lo que pasó, dijo a la familia que a Juan Miguel lo había matado el ejército y, según la explicación dada a los familiares, es que el joven iba en su moto rumbo a una parcela que tenía al sur del poblado, y en el camino se topó con una patrulla de soldados que le marcaron la parada. Éste, en lugar de detenerse, aceleró su moto para escapar de los elementos castrenses, dándose una persecución.
En su afán por perderlos, Juan Manuel se metió a un predio donde semanas antes habían cosechado maíz, y los soldados, al ver que se les escapaba, le dispararon en varias ocasiones, hiriéndolo en uno de los costados, aunque el disparo que lo tumbó, fue uno que le dieron en la espalda. Esta versión no fue posible corroborar ni con el menor que fue testigo, con Sedena, ni con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) que, precisó, “investiga la masacre”.
La explicación del menor, emitida a través de la familia, precisa que tras los disparos Juan Miguel cayó de bruces con todo y moto, mientras los soldados iban tras él. El único testigo del asesinato indicó a la familia que él vio cómo los soldados remataron en el suelo a Juan Miguel, pero que lo que aconteció después ya no lo supo, porque huyó del lugar.
PARCELA ENSANGRENTADA. Donde cayó Juan Miguel.
“Mi esposo no estaba armado; iba a ver el monte por las mañanas, le gustaba hacer eso. Pero eso no era malo; él se dedicaba a sembrar maíz junto con mi cuñado”, dijo la viuda.
La joven hizo hincapié en el anillo de matrimonio que Juan Miguel tenía y nunca se quitaba ni para bañarse. Señala: Era de oro y se lo robaron. Se lo arrancaron a la fuerza porque el dedo (anular) lo tenía desgarrado, y el anillo ya no lo tenía cuando fui a reconocer el cuerpo. También le robaron una cadena de oro y tampoco tenía su teléfono celular.
La Sedena informa
Según el reporte oficial emitido por la Secretaría de Seguridad Publica de Sinaloa, el incidente comenzó alrededor de las cinco de la mañana, cuando elementos del Ejército Mexicano “fueron objeto de una agresión con armas de fuego por parte de civiles armados, presuntamente integrantes de la delincuencia organizada, mientras realizaban labores de prevención y vigilancia, esto en el poblado conocido como Loma de Redo”.
Agrega el comunicado: Los uniformados repelieron la agresión que sufrieron en esa comunidad, resultando cinco civiles abatidos durante el intercambio de disparos. Y que “no tenían conocimiento de que haya resultado lesionado algún elemento de SEDENA”.
El reporte concluye que, a raíz de esos hechos, las labores preventivas continuarán en la zona. “Será la autoridad competente la que dé a conocer los resultados que se obtengan al finalizar con los trabajos de campo”.
Las víctimas identificadas por las autoridades son: Juan Miguel de 32 años de edad, de Quilá, Julio Aarón de Navolato, Mario Alfonso del poblado de Tecomate, Inés Guadalupe de San Pedro, Marco Antonio del ejido Tierra y Libertad, y José Luis, de Culiacán.
Un anciano que habita en el pueblo señaló que no conocía a ninguna de las víctimas, pero que escuchó claramente cuando los primeros disparos se escucharon, seguidos de varias ráfagas de metralleta, que lo hicieron alejarse de las ventanas para evitar recibir una bala perdida.
“Es la plebada que anda en ese negocio, se juntan entre ellos y andan patrullando, pero sabrá Dios si ellos tiraron primero al ejército o fue al revés”, comentó el anciano, quien habita a menos de 100 metros de donde ocurrió la balacera.
Durante un recorrido hecho por Ríodoce el día de la masacre, se pudo observar que cuatro de los cuerpos de las víctimas quedaron tendidos sobre un predio que está al lado de la gasolinera, mientras otro de los presuntos sicarios quedó muerto dentro de una de las tres camionetas que aseguró el gobierno. El sexto de ellos, Juan Miguel, quedó a más de un kilómetro de distancia de donde ocurrió el primer enfrentamiento.
Gente del poblado asegura, sin embargo, que fueron seis los muertos en la gasolinera, y siete con Juan Miguel, y observan que sí hubo uso excesivo de la fuerza y que, más que un enfrentamiento, fue una ejecución, porque los militares empezaron a tirarles en cuanto los vieron y sin presunto motivo aparente.
Fuentes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) declararon a este semanario que ellos tuvieron conocimiento del caso desde el día que aconteció, y que de inmediato iniciaron una investigación sobre el incidente para determinar si realmente hubo uso excesivo de la fuerza.
“Al tratarse de una investigación abierta, la CNDH no puede dar más información al respecto hasta que se concluya con la investigación y se llegue a conclusiones”, explicó la CNDH.
En Sinaloa, la Comisión Estatal de Derechos Humanos informó que ellos no habían recibido ninguna denuncia por parte de las familias de las víctimas, y que, aunque tenían conocimiento del incidente, no era competencia del estado iniciar una averiguación, a menos que hubiera denuncia.
Pero las denuncias, parece, nunca llegarán. Al menos no de la familia de Juan Miguel.
“Y para qué reclamo si de todos modos ya no me lo van a regresar. Si me lo mató el gobierno, y aunque le reclame, yo sé que no le voy a ganar al gobierno”, dijo la joven, una chica de tez morena clara, alta y delgada, que más que viuda parecía estudiante de preparatoria.
Y sin embargo, más que dolor, la mujer reflejaba miedo. Una semana antes habían arrestado a Ismael el Mayo Zambada, el capo que controlaba la región, y la posibilidad de una guerra entre la facción del Mayo con la de Los Chapitos, era un tema que estaba en boca de todos. La paranoia en el pueblo era evidente. Pero la joven prefirió no hablar del tema.
Sólo le quedaba el silencio. A su marido lo había enterrado un día antes, el lunes de la semana pasada, y con el silencio, sólo quedaba el miedo. Miedo a saber que el asesinato de su marido no lo había soñado, sino que realmente había ocurrido. “Sólo eso me da miedo. Y también me da miedo ver al ejército. A esos son a quienes realmente les tenemos miedo”, dijo la joven.
Artículo publicado el 11 de agosto de 2024 en la edición 1124 del semanario Ríodoce.
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