La letra con abuso entra: La violencia campea en las universidades, un elemento clave del acoso y abuso sexual que padecen
Por Rodolfo Soriano-Núñez Cortesía: Los Ángeles Press
Cuando inicié esta serie La letra con abuso entra sabía que en México las universidades eran espacios especialmente propicios para que se expresaran distintas formas de violencia.
Sin embargo, en la medida que he escrito esta serie no puedo dejar de asombrarme ante el número correos electrónicos y mensajes de redes sociales en los que mujeres y varones, alumnos o exalumnos de distintas universidades, públicas y privadas de México, comparten conmigo experiencias de una violencia que me aturde y sobrecoge.
Y también los profesores. Una profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana que, como la Universidad Autónoma de Querétaro recientemente estuvo en paro, me envió por medio de Whatsapp una catarata de casos de violencia dirigidos contra alumnas, pero también contra profesoras.
Entre los casos, en una de las unidades de la UAM, un grupo de alumnos por razones que no pude escudriñar, tapizaron hace algunos años con excremento humano el pizarrón del salón en que un profesor europeo daba clases. Sin pensarlo demasiado, el profesor dejó México.
Acostumbrado como estoy a encontrar referencias en casos de la sociología de la religión, lo primero que me vino a la mente cuando me enteré de este episodio en la UAM, fueron las así llamadas “Protestas sucias” o “Dirty Protests” en Irlanda del Norte de 1976 a 1981.
Los miembros del Ejército Revolucionario Irlandés en las cárceles británicas de Irlanda del Norte protestaban al tapizar, literalmente, las paredes de sus celdas con su propio excremento.
Era la manera en que radicales católicos irlandeses resistían a sus opresores protestantes británicos: esparcían su propio excremento, mezclado con sobras de comida y su propia orina, para “decorar” las celdas en que eran forzados a vivir. Escenas dantescas que no puedo imaginar que pudieran tener un paralelo en las aulas donde yo, a mediados de los ochenta, estudié.
Si era una forma de protesta de los estudiantes de la UAM contra el profesor europeo, ¿qué podría haber hecho ese profesor para provocar una reacción así?
Si era una agresión de los estudiantes de la UAM al profesor europeo, ¿qué podría llevar a los estudiantes de esa universidad a expresar de esa manera su enojo, su rabia, su insatisfacción?
Aunque es un caso extremo ése en la UAM, no puede considerarse único, basta revisar los medios de comunicación en México para darse cuenta qué tan frecuentemente las universidades se convierten en escenarios de distintas formas de violencia.
En la Universidad Autónoma de Querétaro, el caso que se ha seguido en esta serie con algún detalle en las últimas semanas y que se continuará explorando en entregas futuras, en 2017 se acusó a cinco profesores de la Facultad de Informática de haber tratado de empujar desde un segundo piso a una estudiante de esa facultad, la ahora egresada Jazmín Rocha Zaragoza quien, todavía en 2020, litigaba su caso ante el Poder Judicial del Estado de Querétaro.
Lo litigaba ahí, como lo atestigua esta página que da cuenta de la manera en que evolucionan distintos casos en juzgados estatales y federales en México, porque las autoridades de la universidad prometían justicia, pero hasta ahora no han cumplido.
También lo litigaba en el espacio al que recurren muchas víctimas de distintas formas de violencia y abuso en las universidades públicas y privadas en México: las redes sociales.
Desde su cuenta de Facebook, seis años después de los hechos de violencia, Jazmín Rocha sigue siendo forzada a volver a contar la historia del abuso del que fue víctima a manos de uno de sus profesores, quien la atacaba por ser honesta respecto de sus preferencias sexuales, como da cuenta en este vídeo del 21 de octubre de 2020.
No lo hizo una vez. Debía hacerlo repetidamente porque algunos de los profesores aliados de su agresor, habían optado por presentarla como enemiga de la universidad por haber recurrido a autoridades externas, es decir, solicitar un amparo ante el poder judicial de Querétaro, como lo hacía ver ella en este otro vídeo de la misma fecha.
Ésa, por cierto, es una estrategia a la que frecuentemente recurren las autoridades de las universidades: presentar a quienes denuncian los abusos de que son víctimas, como enemigos de la institución y, de manera más importante, como un potencial peligro para las carreras profesionales de los futuros egresados de las universidades. Basta revisar el texto que sobre el Sistema de Universidades del Estado de Oaxaca escribió Virginia Ilescas Vela como parte de esta serie.
México violento
En su caso, ese recurso incluyó revivir la figura de los “porros”, esas criaturas de los sesenta y setenta que decían defender a la Universidad Nacional Autónoma de México o al Instituto Politécnico Nacional de los “peligrosos comunistas” que amenazaban con convertir a esas instituciones en esclavas de Moscú o de La Habana.
En la UAQ, la ahora egresada Jazmín Rocha ha debido revictimizarse una y otra vez desde que trataron de tirarla desde un segundo piso. Algunas de esas ocasiones en que ella ha debido revictimizarse ocurrieron durante octubre de 2020, sin que las autoridades de la UAQ respondieran a los distintos llamados que hacía a que se le respetara y se le hiciera justicia.
Y no es ella la única. Obviamente existe un cierto grado de solidaridad entre las víctimas de distintas formas de violencia en esta y otras universidades. Eso es lo que ha hecho estratégicamente útiles a las cuentas de redes sociales como herramientas que van más allá de sólo compartir fotos de la familia, las mascotas, los alimentos o los lugares que se visitan.
Son espacios desde donde se construyen y reconstruyen las identidades individuales y de grupo y es por ello que es ahí donde los paros en las universidades Autónoma de Querétaro y Autónoma Metropolitana, los dos más notables en el último año en México, lograron una dinámica que otras movilizaciones universitarias no habían logrado en México.
No es, desde luego, que sean más exitosas o que hayan movilizado a más personas. Es que, como me hacía ver una profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana con quien conversé a propósito de este asunto. “En 50 años de existencia de la UAM no había un movimiento tan genuino como el paro de marzo, abril y mayo de 2023. A una profesora la acusaron de ser la promotora del movimiento; se firmaron cartas para rechazar ese tipo de acusaciones. Las profesoras apoyaron el paro en las cinco unidades. Y tanto alumnas como alumnos lo apoyaron, lo sostuvieron”.
Esta misma profesora señalaba que, con todas las limitaciones de los protocolos para prevenir la violencia, son necesarios para que las instituciones mismas sean conscientes del alcance de la violencia. Explica que “los protocolos ayudan mucho, pero el tema de la violencia en la universidad es cultural, es estructural; es algo muy difícil de reconocer y aceptar”. Al respecto, enfatiza:
Hay profesores universitarios que son abiertamente homofóbicos. Limitar la incidencia de sus comentarios, es algo que puede ayudar.
Entonces, aunque los protocolos, como se ha señalado en entregas previas de esta serie, efectivamente crean esta capa adicional que a final de cuentas no resuelve el problema estructural, de fondo, que explica el abuso, el acoso y otras formas de violencia material y simbólica, sí hacen que las instituciones modifiquen su manera de proceder.
Quien esté interesado, puede consultar, por ejemplo, el protocolo de la Unidad Xochimilco aquí. El de la Unidad Iztapalapa en esta dirección y un protocolo más específico para la división de Ciencias Sociales y Humanidades de Azcapotzalco está disponible aquí. El de Cuajimalpa está disponible aquí y el de Lerma, la más reciente de las unidades de la UAM y donde el paro aparentemente fue más vigoroso, en esta dirección.
De nuevo, la voz de la profesora de la UAM, quien pidió la reserva de su identidad, apunta: “tenemos que empezar por algún lado. En el primer curso en una de las unidades de la UAM participaron casi 300 empleados, profesores y estudiantes. El objetivo sería darle forma a una cultura de respeto e inclusión, aunque es difícil que se acabe la violencia”. Agrega como ejemplo, algo que un profesor le dijo una vez a una estudiante: que la había visto “contoneándose en los pasillos”, que si buscaba marido. Algunas cosas han cambiado, señala. Ahora, una persona con antecedentes penales o de acoso sexual ya no puede ser contratada por la UAM”.
Dar forma a una cultura de respeto e inclusión, aunque es difícil que se acabe la violencia.
Pero también hace ver cómo los familiares de las alumnas que son víctima de violencia empiezan a hacerse justicia por propia mano, con todo el riesgo que ello implica en espacios que, por su propia naturaleza, deberían ser pacíficos y favorecer el intercambio de ideas.
Cuánto tiempo tendrá que pasar para que, además de los cambios culturales que los protocolos pudieran inducir en el lenguaje y el comportamiento de profesores, estudiantes, personal administrativo y autoridades, haya sanciones reales para quienes se sabe que han acosado o, peor aún, para quienes a pesar de todo el aparato jurídico, cultural y lingüístico que los protocolos despliegan se castigue a los agresores y se repare el daño a quienes son víctimas.
En ese asunto, como en el caso de la Iglesia Católica que sigo en la serie Religión y vida pública, nadie en su sano juicio puede hacer una predicción medianamente realista.
Por el momento, así como la Iglesia Católica está limitada a laicizar a los sacerdotes depredadores, es decir, a despojarlos de su condición especial, única, de ser clérigos, las universidades mexicanas parecen conformarse con expulsar de sus claustros a algunos de los académicos depredadores.
Durante el paro en la UAM, por ejemplo, el servicio de noticias de CIMAC daba cuenta de las cinco acusaciones que existen contra profesores de la Unidad Azcapotzalco de la UAM, sin que haya claridad hasta ahora si algún día habrá justicia para quienes les denunciaron. En el cuerpo del texto, una de las quejas más frecuentes era el problema de la impunidad que, a pesar de algunos avances, sigue haciendo poco creíbles las promesas de “cero tolerancia” que las universidades mexicanas, casi tanto como la Iglesia Católica, repiten con tanta frecuencia.
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