Por Juan Ricardo Montoya/Los Ángeles Press
La tarde del viernes 29 de mayo de 2009 corrió el rumor en el gremio periodístico del estado de Hidalgo del supuesto secuestro de Enrique ‘El Ojitos’ Meza, en ese entonces director técnico del Club de Fútbol Los Tuzos, a dos días del partido de vuelta de la final del torneo clausura de aquel año, que iba a disputarse contra los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en el Estadio Miguel Hidalgo de Pachuca. La confirmación hubiera sido de relevancia nacional porque en el encuentro de ida de la final, realizado en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria el marcador había terminado en un empate a dos goles entre Pumas y Tuzos.
«¿Que crees? Se rumora de que secuestraron al hombre más importante de Hidalgo en estos momentos», me dijo por teléfono un compañero y amigo periodista, corresponsal de un diario nacional a eso de las 9 de la noche. «¡No me digas que plagiaron al gobernador o al secretario de gobierno!», le contesté al colega.
Me dijo : «¡No! ¡A esos nadie se atreve hacerles algo; son intocables! ¡Se dice que secuestraron al Ojitos Meza!»
Y sí , el hecho que el Club Pachuca, financiado con terrenos y dinero público del gobierno local disputaba la final había despertado una gran efervescencia en la afición hidalguense. Al grado del fanatismo, por lo que el supuesto plagio del Ojitos, dos días antes de la final, nos puso en alerta máxima a todos los reporteros y corresponsales de Hidalgo.
De inmediato comenzamos a consultar las fuentes de información de costumbre, tanto las oficiales como las anónimas pero nada, no se confirmó el secuestro. En la Policía Estatal, la municipal de Pachuca y en la Procuraduría General de Justicia de Hidalgo aseguraron no tener información ni ningún reporte de secuestro: «Sin novedad, ha sido un día muy tranquilo», me contestó una de mis fuentes, que laboraba en la Policía Estatal.
Una entrevista en vivo de ‘El Ojitos’ Meza con una televisora de la Ciudad de México, transmitida casi a la media noche y en la que el entrenador de Los Tuzos sólo habló de fútbol y de que su equipo iba a ser campeón puso fin a la búsqueda de la confirmación del supuesto secuestro en que estaban inmersos los periodistas de Hidalgo.
La víctima no fue Enrique Meza, pero ese día sí se produjo un intento de plagio. La intentona fue perpetrada por dos individuos que luego se supo eran los policías José Manuel Escobedo ‘El Oso’ de la Secretaría de Seguridad Pública de Pachuca y Jesús Garcés Jiménez ‘El Jarocho’, ‘Chita’ o ‘Soler’, comandante de la Policía Ministerial. Ambos trataron, con ayuda de otros uniformados y sin lograrlo, de sacar por la fuerza, meter a un auto y secuestrar a un joven del restaurante Vips, ubicado en Plaza Bella de Pachuca. Los policías había acordado reunirse ahí para comprarle los pases de acceso a su palco en el Estadio Miguel Hidalgo y presenciar ahí la final.
Las autoridades lograron ocultar a la opinión pública durante casi 14 años el intento de plagio… Hasta ahora.
La víctima, un joven en ese entonces de 22 años, y que por seguridad llamaré Juan, había publicado días antes en un diario local y por internet un anuncio en que ofrecía en renta asientos del palco que su familia tenía en el estadio para aficionados que querían presenciar la final. Tal como declararon tanto él como su madre ante el agente del Ministerio Público Federal, Juan recibió varios telefonemas de personas interesadas en rentar asientos. La tarde del 29 de mayo, una mujer, quien nunca se identificó, se comunicó con él para preguntar por el costo de los pases para acceder al palco, a lo que Juan le informó que era de seis mil pesos cada uno.
La mujer le dijo que necesitaba le rentara diez asientos, y Juan le contestó que sólo le quedaban ya nueve. La desconocida, le dijo a Juan que le iba a comentar a su hermano y que él se comunicaría más tarde para concretar la renta de los asientos, y al término de la llamada le pidió su nombre.
Alrededor de las 4 de la tarde, recibió la llamada de un individuo que se identificó como Erick. En realidad se trataba de José Manuel Escobedo ‘El Oso’, a quien Juan le reiteró que sólo tenía nueve asientos disponibles, a un costo de seis mil pesos cada uno. Escobedo le dijo que estaba bien ya que le habían ordenado conseguirlos «a cualquier precio» y que le urgían, pidiéndole que se vieran de inmediato para concretar la operación. Juan le explicó que no tenía los tarjetones en ese momento y que tenía que ir a su casa por ellos.
Juan acordó verse con el interesado para cerrar el trato ese mismo día a las seis y media de la tarde. En principio, se verían frente a los cines que aún se encuentran en el estacionamiento de Plaza Bella, ubicada sobre avenida Revolución de la colonia Periodistas. Por recomendación de su padre, Juan llamó a Erick para decirle que mejor se vieran en el interior del restaurante Vips. «Desconfías ¿verdad?», le dijo Escobedo a Juan, quien rápidamente le contestó que no, pero que si quería los tarjetones se verían en el Vips.
Alrededor de las seis, Juan llegó al restaurante acompañado de su madre, y se sentaron en el área de las mesas situadas junto a la pared interna del lugar con dos sillones para un par de personas cada uno.
Se acomodaron los dos en uno de los sillones, uno junto a otro. Dejaron libre el segundo sillón para que pudiera sentarse el supuesto arrendador de los asientos del palco y pudieran platicar cara a cara. Luego de consultar el menú, pidieron comida a una de las meseras. Juan llamó por teléfono a Erick para preguntarle si aún quería los lugares del palco, y le dijo que ya estaba en el restaurante.
De forma brusca, Erick contestó que seguía interesado, y cortó con un «ya vamos para allá». Juan dedujo que iba a llegar acompañado. Minutos después, Erick llamó a Juan y le dijo que ya se encontraban en el restaurante, y le preguntó en qué parte se encontraba. Juan contestó: «aquí, dentro del Vips». «¡Ah, en el Vips!, yo pensé que en El Portón», otro restaurante que se encuentra en la plaza comercial.
Alrededor de las 6:40 pm, Erick volvió a llamar y le dijo a Juan que ya estaban en el lugar. Le dijo que iba vestido con una chamarra Marlboro, la cual no llevaba puesta, ya que portaba otra de tipo borrega, de color café.
Al notar que Erick no llegaba pese a que había dicho que ya se encontraba allí, Juan se paró y recorrió el restaurante e incluso tal como narró su madre ante el Ministerio Público, salió del Vips para buscarlo pero no lo vio. Regresó a su mesa para terminar de comer. A los pocos minutos Erick entró al restaurante junto con otro individuo. De acuerdo con la madre, tenían mal aspecto y eran mal encarados.
Al llegar a la mesa, Juan les presentó a su mamá. Según la mujer «me saludaron de mala gana» y se negaron a sentarse en el sillón. «En todo momento hacían como que estaban llamando por teléfono», relató la madre. Juan se paró y les pidió que se sentarán en otra mesa, al pensar que no querían sentarse con ellos. «Terminen de comer», dijo secamente Erick, al negarse a sentarse y permaneció parado junto con el otro individuo. En esos momentos, el padre de Juan llamó por teléfono a su esposa, quien aprovechó la llamada para informarle que desconfiaba de los dos individuos que acababan de llegar. El padre le dijo que iba para allá, que no tardaba.
Por insistencia de Juan, por fin, los dos sujetos aceptaron sentarse en la otra mesa. Erick, es decir, de José Manuel Escobedo, según Juan y su madre era una persona morena, obesa, de pómulos prominentes, pelo lacio, que vestía una chamarra borrega. El otro sujeto, Jesús Garcés Jiménez era delgado, de 1.70 metros de estatura, moreno claro y llevaba puesta una playera blanca con estampado. Juan se sentó en la mesa en que se encontraban sentados Escobedo y Garcés. Se sentó en el rincón del sillón, entre la pared y Escobedo. Garcés lo hizo frente a Juan, sin intercambiar palabra con él. En ese momento llegó otro individuo, mal encarado también, de aspecto sucio, que por unos instantes se sentó a un lado de Garcés, tras lo cual se marchó.
Juan pidió a Escobedo que aclarara si iba a querer o no los asientos. La respuesta fue sí. Pero fue acompañada de una pregunta sobre la propiedad del palco. Juan respondió que era de su familia, a quien identificó con sus apellidos. «Pero ¿es tuyo?», le volvió cuestionar Escobedo. Ya en esos momentos Juan sospechaba de los dos individuos y de forma sutil prendió la cámara de su celular para grabarlos a escondidas logrando captar la imagen del que posteriormente fue identificado como Jesús Garcés Jiménez. Juan les preguntó sí tenían el dinero para hacer ya el trato. José Manuel Escobedo respondió que estaba en espera de que otra persona se lo llevara.
Escobedo tomó un radio que llevaba consigo y comenzó hablar con otra persona en clave. Mientras lo hacía, Juan le pidió le diera permiso de salir para hacer una llamada, pues se encontraba «encajonado» en el sillón. Escobedo se negó, haciéndole imposible pasar. De nueva cuenta, Juan le pidió permiso a Escobedo que lo dejara salir, por lo que ‘El Oso’ y Jesús Garcés se pusieron de pie.
Juan aprovechó para salir y, ya en el pasillo del restaurante, simuló que charlaba con alguien por teléfono. De repente, vio que otros dos individuos, mal encarados y fornidos irrumpían en el Vips y se dirigían de forma amenazadora a donde se encontraba. Invadido por el pánico comenzó a pedir ayuda. A gritos decía que lo querían secuestrar. Intentó correr hasta el fondo del lugar pero fue sujetado del brazo por El Oso. Esto dio oportunidad a Garcés y a los recién llegados para someterlo, pero el joven, a jalones, patadas, y manotazos, con ayuda de su madre, logró zafarse e irse al fondo del establecimiento, donde volvió a ser alcanzado por los secuestradores. De forma milagrosa, se volvió a liberar.
Todo pasaba frente a la atónita mirada de las meseras y comensales, algunos aterrados se fueron sin pagar del Vips. Ninguno de los que se quedaron intentaron ayudar a Juan ni a su madre que, a gritos, pedían ayuda que llamaran a la policía. Ambos decidieron meterse a la cocina del Vips. Desde allí observaron cómo El Oso mostraba, sin articular palabra, su credencial de policía municipal a los empleados, en tanto los otros tres individuos se paseaban de un lado a otro, acechando a sus víctimas, incapaces de decidir si entraban o no a la cocina para sacarlos.
Juan y su madre, desde sus teléfonos, solicitaron ayuda a sus amigos, familiares y al número de emergencia 066. Minutos después, Garcés, El Oso y los otros dos individuos se marcharon. Entonces llegaron dos policías municipales de Pachuca que, en vez de tranquilizar a Juan y a su madre amedrentaron al muchacho. «Pues, ¿qué hiciste? Algo debiste haber hecho…», le dijo uno de los policías.
A gritos, Juan le dijo :»¡Qué no entienden que me querían secuestrar! ¡Los secuestradores se acaban de ir, quizás están allá afuera!» A pesar de los gritos, los policías se negaban a actuar. Ni siquiera estaban dispuestos a avisar por radio a sus compañeros para que buscaran y detuvieran a los plagiarios. Los uniformados le preguntaron su nombre, pero Juan se negó a dárselos.
En ese momento llegó el padre de Juan y tres amigos que trataron de tranquilizarlo, pues se encontraba llorando y temblando de terror. Otros policías entraron al Vips, sin brindar ningún tipo de ayuda. Abrazados los tres, resguardados sólo por los amigos de Juan y ante la torva mirada de los policías, salieron del restaurante y se dirigieron al estacionamiento.
Notaron que afuera del Vips, ubicado a un costado del acceso a la plaza que da a la avenida Revolución había más de veinte elementos de la policía municipal, estatal y ministerial, así como una camioneta de granaderos y una patrulla.
El padre de Juan había estacionado su auto Seat León, con película anti asalto en los cristales, cerca del Vips. Le dijo a su hijo que se metiera en los asientos de atrás. Los policías, bajo el pretexto de que no se hacían responsables de lo que pudiera ocurrirles sí se iban en ese auto, querían llevar a Juan en la patrulla, a lo que tanto el joven como su padre se negaron.
Juan, su madre y su padre abordaron el Seat y pidieron a los policías que los resguardaran hasta las instalaciones de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI). Pero un policía le pidió al padre que bajara un momento del coche para hablar, a lo que accedió. Su esposa entonces se pasó al asiento del piloto y uno de los amigos de Juan se metió al vehículo y ocupó el de copiloto. La película antirobo en los cristales impedía que los policías pudieran ver con claridad que ocurría en el interior.
El policía le dijo a al padre de Juan que habían recibido la instrucción de no escoltarlos ni llevarlos a la Agencia Federal de Investigaciones y, en cambio, les habían dado la orden de trasladar a su hijo en la patrulla a sus oficinas, para que allí interpusiera su denuncia. En eso, llegó a toda velocidad un auto Neón blanco sin placas. Los policías, al ver el vehículo, movieron el camión de granaderos que habían colocado detrás del Seat para que se pudiera estacionar.
Juan, al ver que el conductor era Jesús Garcés Jiménez, alias ‘El Jarocho’ y que a bordo iban también José Manuel Escobedo ‘El Oso’ y los otros dos individuos que habían intentado secuestrarlo, empezó a gritar, invadido por el pánico y terror: «¡regresaron los secuestradores!».
José Manuel Escobedo y los otros tres individuos salieron del Neón; El Oso le preguntó a uno de los policías dónde estaba Juan. El uniformado señaló al Seat. El Oso se acercó al auto, vio con dificultad por uno de los cristales reflejantes y le dijo al municipal que ése era el joven que según él, vendía drogas y al que andaba buscando, por lo que sacó una pistola y con la cacha comenzó a golpear el cristal, sin lograr romperlo por película anti asaltos.
El padre le reclamó por qué golpeaba su coche y el motivo por el que acusaba falsamente a su hijo de vender droga, mientras lo grababa con su celular. El Oso comenzó a forcejear con él para quitárselo, sin lograrlo. Entonces, pateó al padre en la entrepierna, lo que provocó que el padre de Juan cayera al suelo. Mientras eso ocurría, Garcés y los otros sujetos que habían bajado del Neón empezaron a golpear con las cachas de sus armas los vidrios del auto. Se sumaron a esa tarea los cerca de 20 policías que se encontraban en el estacionamiento. El Oso apuntó su pistola a la ventanilla del asiento del piloto donde se encontraba la madre de Juan, ordenándole a gritos que abriera la puerta. La mujer intentó arrancar el auto, pero por los nervios no lo logró.
Entonces, el amigo de Juan que ocupaba el asiento de copiloto, sin salir del auto, cambió con la madre de lugar. Logró hacerlo y arrancar el auto. Luego de varias maniobras y a pesar de haber chocado con otros autos, sacó el vehículo del estacionamiento por la salida posterior de la plaza, logró huir del lugar perseguido por algunos instantes por policías que, a pie, intentaron alcanzarlos. Los llevó a la casa de unos amigos de la madre, en un fraccionamiento de Pachuca, donde permanecieron ocultos por algunas horas.
El padre de Juan aprovechó la confusión para llegar a uno de los locales de la plaza comercial. Minutos después, llegó su abogado y se lo llevó en su auto a su despacho.
Ya en su oficina, el jurista convenció al padre de hacer la denuncia correspondiente ante la entonces Procuraduría General de Justicia de Hidalgo (PGJH). Pero comenzaron a ocurrir cosas extrañas.
Según el padre, en la PGJH, él y su abogado fueron recibidos por Josué Méndez Ayala, secretario particular del entonces procurador José Alberto Rodríguez Calderón, quien les presentó al comandante de la Policía Ministerial Abelardo Cortés Skewees, designado para investigar el frustrado secuestro. Luego de que el padre rindió su declaración ante el agente del Ministerio Público, Skewees le dijo que quería ir al día siguiente a su casa para hablar con su hijo.
Cuando el sábado 30 de mayo, Juan le mostró a Skewees el vídeo que grabó en el Vips, el comandante dijo que no conocía a ninguno de los dos sujetos que habían sido grabados. Ello era totalmente falso, pues Garcés formaba parte de la Policía Ministerial. Ese mismo día, el abogado del padre, al ver el vídeo, reconoció de inmediato a Garcés ‘El Jarocho’. El abogado, quien había trabajado por muchos años en la procuraduría, llamó a Skeewees y le dijo que reconociera que el sujeto que aparecía en el vídeo era El Jarocho, quien entonces era comandante en activo de la policía ministerial.
Le advirtió que, de no reportar a sus superiores lo que había visto en el vídeo, se iba a meter en problemas. Skewees respondió que no iba a solapar a nadie. Al día siguiente, domingo 31 de mayo, el padre llamó a Méndez y le preguntó si Skewees ya había informado al procurador que un comandante de la policía ministerial había sido identificado como uno de los secuestradores. Méndez respondió que no, a lo que el abogado replicó que estaría en contacto con él más adelante.
Por la tarde, el padre de Juan recibió una llamada del procurador Alberto Rodríguez, quien tras reconocer que Juan tenía razón en tener temor y desconfianza hacía la policía, era necesario que hiciera su declaración. Le pidió que le proporcionará una dirección para enviar al agente del Ministerio Público, al subdirector de Averiguaciones Previas, y al director de la Policía Ministerial. El padre aceptó la propuesta del procurador, y esa misma noche recibió en su casa a los funcionarios, para que le tomarán la declaración a Juan. Pero, temeroso, se escapó de la vivienda y se refugió en otro lugar.
El padre fue a buscarlo y, tras localizarlo, le dio su palabra de que no le iba a ocurrir nada. Juan regresó a su domicilio y, junto con su madre, rindió su declaración ante el entonces agente del Ministerio Público. También identificó al ‘Jarocho’, en una de las fotos de los registros de elementos que trabajaban en la Policía Ministerial. De igual forma, identificó a Escobedo ‘El Oso’, cuya foto aparecía en los ficheros de la Policía Municipal de Pachuca y a Margarito Alejandro Ortiz Robles, de la misma corporación policíaca, quien fue el oficial que se negó a protegerlo a él y a su madre en el interior del Vips.
A las once y media de la noche del domingo 31 de mayo, el procurador llamó por teléfono al padre de Juan para informarle que a las 6 de la tarde de ese mismo día, se había detenido y arraigado a Garcés ‘El Jarocho’ por lo que pidió que él, Juan y su esposa estuvieran tranquilos. Le prometió recibirlo en su despacho al día siguiente, lunes 1 de junio para «platicar del asunto». No obstante, bajo el argumento de que iba a acompañar al entonces gobernador, Miguel Osorio Chong a una gira, el procurador mandó decir que la reunión se haría el jueves 4 de junio. Pero nunca se logró concretar, ya que Alberto Rodríguez siempre canceló las reuniones que él mismo agendaba.
El padre pidió a su abogado gestionar una audiencia con el entonces gobernador Miguel Osorio Chong, para informarle de la complicidad de policías con criminales, aparentemente vinculados al grupo delictivo Los Zetas, pero el secretario particular del mandatario se negó a agendar el encuentro. Temerosos de que ‘El Oso’ -quién aún se encontraba libre- con apoyo de otros policías al servicio de los Zetas intentara «levantarlos», la familia decidió trasladarse a las oficinas de la entonces Procuraduría General de la República (PGR) de la Ciudad de México, para levantar una denuncia formal de carácter federal contra los policías secuestradores. La denuncia quedó foliada con el número PGR/SIEDO/UEIDCS/150/2009.
Días después José Manuel Escobedo Delgadillo, al igual que ‘El Jarocho’ ya era investigado por la PGR, y fue detenido por agentes federales.
Tras ser detenido, en sus declaraciones ante el agente del Ministerio Público Federal, Escobedo aseguró que junto con Garcés intentaron detener al joven porque supuestamente los había querido estafar, al subir el precio del arrendamiento de los asientos del palco, pese a que ya previamente habían acordado con él una cantidad menor. Dicho argumento fue desechado tanto por el fiscal federal como por el juez que dictó auto de formal prisión al considerar que, incluso de ser cierto ese señalamiento, no se consideraba como fraude, ya que toda persona tiene el derecho de cobrar el precio de algo de su propiedad que estuviera en venta o arrendamiento en la cantidad que considere justa o viable.
Tampoco pudo probar que el muchacho vendía drogas como aseguraron los policías que llegaron a Plaza Bella.
Viéndose perdido, el temible y violento policía, con los ojos llorosos, pidió al Ministerio Público ser «colaborador protegido», «poniendo el dedo» a decenas de policías municipales, estatales, ministeriales e incluso agentes de la AFI, que supuestamente trabajaban para Los Zetas.
El tan ansiado triunfo del Pachuca sobre los Pumas de la UNAM en el Estadio Miguel Hidalgo, al igual que el secuestro, se frustró. La noche del 31 de mayo, Los Tuzos perdieron la final del fútbol mexicano en su propia casa, al marcar sólo 2 goles contra 3 de los Pumas.
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