El relato de un sicario que fue bajado de la sierra para evitar que Ovidio Guzmán fuera aprehendido.
“¡Muévanse todos al aeropuerto! ¡Al aeropuerto!”, se escuchó en los radios Motorola de los sicarios. La voz de quien coordinaba el operativo sonaba enérgica y determinante, y no había tiempo para dudar. Los sicarios corrieron a sus vehículos, y entonces se inició un despliegue impresionante lleno de pistoleros rumbo al aeropuerto de Culiacán.
Cuando llegaron a la terminal aérea, se dirigieron rápido al hangar militar y trataron de ingresar a la fuerza, pero ya varios comandos de soldados los estaban esperando… y nuevamente se enfrentaron, como una hora antes se habían agarrado en Jesús María, donde la diferencia fue un helicóptero Black Hawk que los estaba aniquilando desde el aire.
Cuando llegaron al aeropuerto, los sicarios sólo tenían una orden: matar a todo soldado que encontraran en el camino, y evitar a costa de lo que fuera que despegara el Boeing color verde olivo de Fuerzas Especiales de Sedena, donde llevaban prisionero a Ovidio Guzmán López.
El relato anterior fue hecho por un sicario del Cártel de Sinaloa a quien este semanario tuvo acceso, y quien narró los encontronazos que pistoleros de Los Chapitos sostuvieron con el ejército durante el operativo para capturar a Guzmán López, hijo de Joaquín, el Chapo Guzmán.
La calma
A las cuatro de la mañana, del 5 de enero, la calma de la noche en la sierra de Sinaloa era profunda. Era la típica calma de la sierra, según relató el sicario, que opera en algún lugar de las montañas de Sinaloa.
El relato, hecho vía telefónica, es con cierta prisa por temor a que otros de sus compañeros se enterasen de que estaba hablando con la prensa.
“Los Motorola empezaron a sonar a las cuatro, oiga; se oía mucho ruido y había mucha urgencia porque había caído gobierno a Jesús María, y que Los Menores ocupaban apoyo, y la orden que se nos dio fue que todos los grupos de la sierra debíamos ir al rancho ese a brindar el apoyo”, recuerda el sicario, quien pidió que sólo lo identificaran con algún nombre falso.
El grupo de pistoleros comandado por “Marquillo”, compuesto por seis sicarios, tomaron sus AK47, AR15, un lanzagranadas, y una Barret .50 que estaba colocada sobre un tripié instalado en la base de una camioneta doble rodado, se llevó todas las municiones que pudieron, y arrancaron a toda velocidad rumbo a Jesús María.
“Por el radio íbamos escuchando que se estaban tramando, y que nosotros debíamos llegar a arrasar a todo soldado que encontráramos, así que desde que salimos, ya traíamos la adrenalina a todo lo que daba”, recordó el sicario.
La sorpresa y la adrenalina inicial colapsaron por lo largo del camino. Entre bromas, pases de cocaína, y el dedo siempre en el gatillo, el miedo empezó a seducir a “Marquillo”. Sabía que quizá no regresaría con vida y por un momento pensó en su familia. Qué pasaría si no regresaba. Pero en ese momento ya era muy tarde para arrepentirse, y un nuevo pase de coca le dio un valor para pensar que así era su vida, y sólo por eso iría por todo o por nada, o en sus propias palabras, “cuando eres sicario y vas a pelear, sabes que vas a matar o a que te maten”.
“Por eso yo pensaba, yo voy a matar”, relató.
Si bien es cierto, la mayor parte del tiempo la vida de un sicario es tranquila, “sin meterse a la boca del lobo”, siempre se está consciente que en cualquier momento puede llegar la hora en que se tiene que ir a pelear. Y aquel jueves en la madrugada había llegado la mala hora, y que era cuestión de tiempo para estar matando, o muriendo.
No supo en qué momento llegaron al entronque con Pericos, ni tuvo consciencia cuando tomaron al sur por la México 15 rumbo a Culiacán. No era temor, recuerda, porque ya se sabe que un sicario para eso está hecho… sino que era adrenalina.
Mucho antes de llegar, a la altura del Dique II, escucharon uno o dos helicópteros volando, pero también escuchaban los “cohetazos” del enfrentamiento, y no necesitaba ser adivino para saber que militares y “la plebada”, como llama a los sicarios, se estaban dando con todo.
“Tronaban los fierros bonito”
Por las veredas del camino, a lado del poblado La Campana, se divisaba el humo de los fusiles y el olor a pólvora cuando se levantaba por encima de los cerros. “Marquillo” y los otros cinco sicarios se prepararon; cortaron cartucho a los “cuernos” y el compa del Barret .50 también preparó su arma, pues sabían que el cualquier momento podrían caerles los soldados a balazos desde cualquier lugar, o bien ellos caerles a los soldados.
El dedo en el gatillo, alertas a más no poder, “Marquillo” y su gente avanzaban tratando primero de posicionarse de un punto estratégico donde resguardarse… y empezar a tirar.
No hubo momento de nada y rápido accionaron sus fusiles. El resto de los sicarios habían formado un frente de más de 300 hombres tronando las armas contra los soldados que, aunque resguardaban la zona donde aparentemente habían sometido a Ovidio, tenían un número similar de elementos y se defendían, hasta que un helicóptero militar se levantó en el aire, justo cuando otro les disparaba desde otro ángulo con un calibre .50.
“Se puso muy feo; ¡mucha gente muerta! No sé cuántos, pero fueron más muertos de los que dice el gobierno; carros, casas destruidas, muy feo oiga”, comenta.
Y aunque el Black Hawk que se había levantado antes ya estaba lejos, los soldados abajo seguían tirándoles, y los sicarios igualmente respondiendo, pues los disparos desde el helicóptero los habían atontado mientras ellos trataban de resguardarse.
Se cree que la embestida por aire y por tierra era una estrategia, pues en el helicóptero que se elevó minutos antes de Jesús María, llevaba a Ovidio rumbo al aeropuerto.
Ya había clareado el día cuando su grupo recibió la orden de moverse hacia el aeropuerto, para impedir que alguna aeronave despegara o aterrizara en la terminal aérea de Culiacán. “Si se acercaba un avión, o si uno trataba de despegar, sobre todo si era del ejército o de la Marina, le íbamos a disparar”.
Un despliegue impresionante de vehículos llenos de pistoleros, llegó al aeropuerto y se instalaron afuera del hangar del ejército, y prepararon sus armas tratando de entrar, pero ya los estaban esperando.
“Se hizo lo que se pudo para que el avión del ejército no despegara, pero el ejército tenía todo bien preparado”, dijo.
Varias de las aerolíneas que tenían sus vuelos programados desde meses atrás ya venían en camino, y no tenían otra que aterrizar en Culiacán. El pistolero no precisó si ellos dispararon a algunos de esos aviones, lo que sí dijo es que ellos eran del grupo que estaban tramándose con el gobierno, ahí en la terminal aérea.
Alrededor de las 10:00 de la mañana, tras un nuevo enfrentamiento, un Boeing militar de Fuerzas Especiales de Sedena realizó un despegue muy arriesgado mientras era cubierto por cientos de soldados que trataban de cubrir el avión, y en ese momento soltaron todo lo que tenían en contra de los grupos armados.
Finalmente, la aeronave había logrado despegar, y pocos minutos después, medios nacionales reportaron que Ovidio Guzmán López ya estaba en el Campo Militar 1 de la Ciudad de México.
Un vecino de Bachigualato recuerda el rugido espectacular que hiciera el Boeing militar, y la gran maniobra que debió hacer para poder despegar.
“Se hizo lo que se pudo, pero la “plebada” no quedó contenta porque no se pudo rescatar a Ovidio, y yo creo que la cosa no va a terminar ahí”, dijo el sicario.
Artículo publicado el 08 de enero de 2023 en la edición 1041 del semanario Ríodoce.
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