Me quedé sola oiga. Y ahora aquí ando, trabaje y trabaje. De noche, oiga, porque no hay de otra. Ya me estoy acostumbrando, no crea. Entrar a las cinco y salir a las dos o a las tres de la madrugada. N’ombre: voy llegando a la casa a eso de las cuatro.
Y ni modo, oiga. Yo tengo cinco hijos y treinta y seis años. Y ninguno es de él. De todos modos todos estos meses, años, me ayudó pa’la comida, pa’los niños y la escuela y la ropa. Y nunca dijo nada en contra ni se quejó ni reclamó. Nada.
El pobrecito se peleó el otro día. Ni ganó ni perdió. Más bien sí perdió, porque ya lo traen en la mira para pasarlo a la rana, que es la celda de castigo. Lo agarraron con poquito, oiga: poquitito. Y ya lleva cinco, seis meses.
Sí, ya sé a qué se dedica y no necesito preguntárselo. Si ahí traía el pobre. Poquito pero traía. Lo agarraron los ministeriales y pues es delito federal. Ahí lo traen con esa bronca que se echó. Y yo con él.
En estos meses ya lo extraño. Toi sola, oiga: solita. Y no crea. Ya estaba acostumbrada al trabajo nocturno. De cantina en cantina, oiga. Que aquel bar, que aquel restaurante, que en el motel La puerta del sol. Ya sabía yo de trabajar de noche. Pero me desacostumbré.
Ahora estoy otra vez agarrando el hilo. Tengo las manos llenas de ampollas y arrugas y callos. Dice una hermana mía, más chica, que tengo las manos de viejita. Pero no: son treinta y seis, ninguno más.
¿Otra coronita? Hay aguachile de camarón, oiga. Botanita: tenemos carnes frías, quesito. También tortas ahogadas enchilositas, tacos y quesadillas mixtas. ¿No?, ¿nada? Sale pues.
Vienen días pesados. Más pesados que los pasados. Pero, ¿sabe qué? No hay bronca, oiga. No-ha-y-bron-ca. De veras. Resulta que él me ayudó todo este tiempo. Y los niños no son de él, como le digo. Y de todos modos. Ahí va la lana pa’esto. Ahí va la lana pa’esto otro.
Y sí. Cómo me ayudó, oiga. Mucho. Muchísimo. Y nunca me pidió nada. No más que anduviéramos juntos. Muy bueno él, de veras. Menor que yo, eso sí. De treinta y cuatro. Pero si a él no le importó, pues a mí menos.
Ya le llevo yo los cien, los doscientos. Cuando nos toca o se nos antoja pago yo una carraquita, oiga, pa’star solos. Y es que ahora me toca a mí ayudar. Y no crea: en veces me va bien, en veces me va mal.
Pero no me falta, oiga. No me falta pa’pagar la renta de mil pesos. Allá en la Agustina Ramírez. Una casita buena, de dos recámaras y salita. ¿Y sabe qué me aliviana, oiga? Las propinas. Eso sí. Qué alivianón.
No, yo no le hago. Él sí. Le gusta esa cosa, la coca. Pero no creo que hace desorden. No sé a qué se dedica. Bueno sí. Por eso lo agarraron, aunque era poca. Y ni le pregunto. ¿Para qué?
Es que ahora me toca a mí darle. Y también sacar adelante a los morros. Pero no me pesa, no crea. Él es bueno y nunca me pega. Ya le dije que se porte bien ahí dentro. Que no haga desorden. Que no se meta con nadie. Porque está grueso.
Que salga pronto, oiga. Que salga. Porque me duermo parada. De día me duermo: en el camión, en el trabajo, cuando llevo a los niños. Y estoy sola, oiga. Estoy sola… ¿otra coronita?
Columna publicada el 06 de junio de 2021 en la edición 958 del semanario Ríodoce.
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