Culiacán, poderes yuxtapuestos
Por Ernesto Hernández Norzagaray
¿Dónde empieza y donde termina el poder del Estado mexicano? ¿Dónde empieza y donde termina el poder del Cártel de Sinaloa? Si había una duda, este jueves ha quedado claro. El poder del Estado empieza en sus leyes, sus ordenamientos, las acciones, pero termina donde el Cártel de Sinaloa siente que aquel está rebasando los límites establecidos de facto, los que han sido acordados o simplemente son valores entendidos y han garantizado en el último año la llamada pax narca, la de valores a la baja en materia de homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes (un índice muy socorrido en los estudios de seguridad pública), los que Quirino Ordaz ha presumido en los informes de gobierno o cuando se le pregunta sobre el estado de la violencia criminal.
Entonces, si las cosas son así, estamos ante un poder yuxtapuesto, un Estado híbrido, de convivencia entre actores sustantivamente diferentes, donde se pueden conciliar los intereses del Estado y los del mundo criminal, y llegado a este punto, los agentes de aquellos subterráneos (o ya no tanto) pueden en el caso de verse afectados, imponer su voluntad y someter al gobierno cuando se sienten tocados.
Ahí, está lo que presenciamos este jueves negro, que no tiene precedente en Culiacán y eso que alguna vez fue considerada la capital mexicana del crimen organizado, y nunca lo había vivido ni siquiera cuando las dos veces que fue detenido el Chapo Guzmán, y eso no es algo nada menor, se rebasaron los límites históricos de violencia, por eso la solución del gobierno de López Obrador de “evitar muertes de ciudadanos”, si bien podría ser aceptable, es evidente que tiene un costo mayor en el mediano y largo plazo.
El Estado detenta el poder de la llamada violencia legítima y cuándo se renuncia a ella, quizá resuelve el problema coyuntural, el de corto plazo, el de ayer o antier, pero a esa misma sociedad la condena a sufrir en el futuro los efectos del desamparo en materia de seguridad pública.
Después de los acontecimientos del pasado jueves, que levantaron columnas de humo, ¿quién se podrá sentir seguro de transitar por las calles de Culiacán cuando detrás queda la sensación del desamparo de que el gobierno pueda decir ahí no me meto? La percepción de que ya se sabe quién es el que manda, cuando en uno de los videos que circularon los civiles armados llegan y conversan con los militares en la caseta de Costa Rica.
La rendición no era opción. Hoy vemos al ejército y la Guardia Nacional, sometidos, humillados, desconcertados, porque se les ha preparado para combatir a los malos, no para renunciar a su función social.
He escuchado en defensa de la estrategia de seguridad que ¿si era preferible una masacre? Por supuesto que no, quien en su sano juicio desea que haya una más, que lastime familias, que se imponga la ley del más fuerte, pero eso no excusa que lo que se hizo se hizo mal, sin considerar las consecuencias de tomar decisiones apresuradas, oportunistas, como si se tratara de una decisión que no obliga a la coordinación y a seguir los pasos de un protocolo estricto.
Acaso, esa coordinación ¿no es lo que ha provocado que las detenciones de otros personajes, el Mochomo y el mismo Chapo Guzmán, hayan sido sin tirar una sola bala?
Entonces, salir ahora a decir que la decisión fue la correcta sin considerar el déficit de estrategia, deja un mal sabor de boca cuando se demostró la bisoñez de los operativos y echar la culpa a “los conservadores”. Cuando esas versiones vienen desde los propios mandos del SNSP es no entender la complejidad de estos poderes yuxtapuestos que no solo en Sinaloa existen, sino lamentablemente están surgiendo como hongos en los estados y municipios del país.
Cierto, a AMLO nunca le gustó la llamada “guerra contra el narco” y está bien, muchos la deploramos, la sufrimos en nuestras familias, otros la siguen recordando con dolor, por eso a Calderón casi nadie lo puede ver y menos cuando presenta proyectos políticos disparatados sin anclajes sólidos, sin credibilidad.
En fin, más allá del debate mediático, estamos ante una anomia social que es este tipo de cohabitación que varios investigadores han localizado en la economía, la política, la cultura de la violencia.
Hay que empezar por tener el diagnóstico exacto, para ser más asertivos en las acciones de gobierno contra ese mundo que se expresó con toda su fuerza el jueves negro y para muchos quedó claro que los equilibrios llegado el momento se difuminan en perjuicio de todos.
Artículo publicado el 20 de octubre de 2019 en la edición 873 del semanario Ríodoce.
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