Del libro Resistir cuando te susurra la muerte
Luego llegó el primer libro, en el que documenté la corrupción en el gabinete presidencial: ministros y familiares de los presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón haciendo negocios ilegales para obtener millonarias ganancias, también ilegales, de la empresa Petróleos Mexicanos, la paraestatal más importante de México, que le genera al país 40 por ciento de su Producto Interno Bruto, y que es la petrolera número once del mundo, por las ganancias que genera.
Y después, en el libro El Cártel Negro, revelé los negocios que los cárteles de la droga hacen en la industria mundial de los energéticos, negocios en los que los narcotraficantes están asociados con ejecutivos de consorcios internacionales y apoyados de todo tipo de funcionarios públicos.
Lejos de casa cumplí mis 36 años, recordando los últimos, los más candentes en la profesión. «En breve tiempo has conocido la hiel y la miel del oficio, sujeta a procesos civiles a punto de derivar en averiguaciones penales y obtenido premios que suelen llegar al cabo de un trayecto», me dijo un día el maestro Miguel Ángel Granados Chapa, el periodista más respetado de México, muerto hace un año, generoso mentor y prologuista de mi libro Camisas azules, manos negras.
En la casa familiar la costumbre de cada cumpleaños es despertarse con las mañanitas en cd en cualquier tono, que mi madre puntualmente obsequia a sus hijas, precedida de flores y otros obsequios. Esta vez el ritual familiar se rompió, y uno no piensa en la valía de esos pequeños detalles hasta que se ha privado de ellos.
Mi amiga Yoselin, una emigrante mexiquense trató de suplir el hueco con enchiladas verdes hechas a mano, con Maseca y una salsa verde que se trajo de contrabando en el avión en su última visita a México; Wolfgang, un lúcido internacionalista que trabaja para Amnistía Inter- nacional, me obsequió dalias, las flores originarias de Aztlán, europeizadas en 1804 por el naturalista y explora-dor Alexander von Humboldt. Por un día mi mesa se vistió de hogar.
En México, durante los últimos años, los más candentes en la profesión, inmersa en la espinosa circunstancia cotidiana para hacer mi trabajo, nunca tuve oportunidad para reflexionar sobre mi vida. No hubo un momento de calma, ni siquiera una breve tregua para detenerme a mirar el oscuro abismo al que me lanzaba sin paracaídas.
Es hasta ahora, con un Océano Atlántico de por medio cuando he podido cavilar cómo viví y trabajé lidiando siempre con el miedo de que los criminales cumplieran su amenaza. Obligada por las circunstancias aprendí el lenguaje de los juzgados. Vi de cerca la corrupción judicial y policial, al servicio del que mejor paga. Y a pesar de todo, me mantuve en pie, firme como una piedra, fiel a mis principios y ética profesional.
Aún en la distancia, no logro desprenderme de la necesidad de saber lo que ocurre en mi país. Por eso, puntualmente seguí el reciente proceso electoral, en el cual, como era de esperarse, la ciudadanía dio su voto de castigo al Partido Acción Nacional, que tuvo la Presidencia los últimos 12 años. Leí también el último informe de su gobierno que Felipe Calderón envió al Congreso, un informe con grandes ausencias: los casi 100 mil civiles muertos, 160 mil desplazados y por lo menos 13 mil desaparecidos, en los que se cuantifica su saldo de guerra.
No hubo tampoco una sola mención por los 70 periodistas asesinados ni los 14 desaparecidos. Mucho menos por los que debimos salir de nuestro país porque él, como jefe de Estado, no supo, no pudo, no quiso o no le interesó garantizar nuestra integridad, la seguridad mínima para cumplir con nuestro trabajo, un oficio mal pagado en el que por publicar verdades si al interlocutor le viene en gana te puede responder con balas.
El gran dato ausente fue que en su sexenio México perdió la libertad de prensa, según determinaron organizaciones no gubernamentales. El saldo de su gobierno recuerda al de Victoriano Huerta, cuando calló al incómodo crítico Belisario Domínguez cortándole la lengua; ahora a los periodistas críticos les cortan la cabeza.
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