En 2017, 40.000 millones de toneladas métricas de arena fueron extraídas de las playas, los ríos y los fondos marinos del planeta. Es el segundo recurso más consumido después del agua y lo mismo se usa para construir carreteras que bloques de apartamentos, teléfonos inteligentes o copas de cristal. Cada año, el vaciado silencioso aumenta al mismo ritmo en que se elevan las ciudades. Ya hay playas en Singapur o en Marruecos que empiezan a desaparecer con tal de cubrir la demanda de este mundo insaciable de siete mil millones de habitantes. A esta velocidad, ¿Cuántas orillas habrá que borrar en 2060, cuando seamos 3.000 millones de personas más?
Como ha advertido la OCDE, la extracción de arena –como la de combustibles fósiles, minerales o biocombustibles– se acabará duplicando en los próximos cuarenta años. Si queremos seguir viviendo como hasta ahora, necesitaremos 167.000 millones de toneladas de materias primas, frente a las 90.000 que consumimos hoy.
Y eso no hay Tierra que lo aguante.
“Ahora lo dice la OCDE, pero los científicos llevamos advirtiéndolo desde hace mucho tiempo”, asegura Antonio Valero, director del Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos (CIRCE). “Si seguimos así, en los próximos años consumiremos lo mismo que ha consumido el ser humano en toda su Historia”.
Valero hace hincapié en las llamadas materias primas críticas. Minerales como el oro, el platino o el cobalto –en total suman 27– que son parte esencial de la tecnología que nos rodea (móviles, tabletas, coches eléctricos) y de la que vendrá (pensemos en la robotización) y que, sin embargo, están a punto de agotarse.
“Cada vez son más escasos y hay que buscarlos a mayor profundidad. Cuantos más minerales demandamos, más energía necesitamos para extraer los siguientes. Por eso el impacto ambiental es enorme”.
No hay científico que lo rebata, nos acercamos peligrosamente a nuestros límites. El propio Grupo de Expertos en Cambio Climático de la ONU (IPCC) dice que solo nos quedan doce años para evitar que el planeta se caliente por encima de los 1,5°C. Necesitamos –dicen– “cambios rápidos, de gran alcance y sin precedentes”. Si no, acabaremos traspasando las líneas rojas y nadie sabe qué nos espera al otro lado.
“Solo el aumento de ese grado y medio nos va llevar a situaciones que desconocemos. No sabemos qué efectos tendrá en las migraciones o en la economía, cuántos incendios habrá, cuántas olas de frio”, plantea Miguel Ángel Soto, portavoz de Greenpeace. “Es complejo aventurar el punto de no retorno. En la era de Trump, de Bolsonaro, de líderes populistas que quieren salirse del Acuerdo de París, puede que incluso lleguemos antes”.
Reciclar ya no es suficiente
El mundo genera 228.000 toneladas de basura. Cada hora. Un volumen mastodóntico de latas, envases, restos de comida y aparatos electrónicos de los cuales solo un 19% se recicla.
Esto ocurre porque buena parte de la humanidad –más de 3.000 millones de personas– no tiene servicios de gestión de residuos y en la otra, donde sí los hay, tampoco los aprovechamos del todo. Incluso los países más aplicados –como Alemania o Austria– solo reciclan la mitad de sus desperdicios. Entre otras cosas, por la enorme cantidad de energía que requiere este proceso.
Se necesitan “cambios drásticos”, decía el panel de expertos de la ONU. Por eso no basta con reciclar, hay que cambiar el modelo productivo. Desde 2015 se extiende la idea de unaeconomía circular.
Consiste en reducir al máximo la basura. Es decir, que los productos duren el mayor tiempo posible y cuando ya no sirvan, se puedan reparar o actualizar o descomponer en elementos más pequeños que sean reutilizables.
“Es un cambio de modelo inspirado en la naturaleza”, explica Elena Ruiz, especialista en economía circular de la asociación Forética, “la naturaleza no genera residuos, todo se aprovecha”. Y para eso es fundamental cambiar la forma en que diseñamos nuestros objetos.
“Hay que rediseñar los productos para reutilizarlos mejor, que las materias primas y los minerales sean fáciles de recuperar”, defiende el director de CIRCE. Porque si se recuperan, no hará falta extraer más.
La fórmula es tan buena, dicen sus defensores, que hasta servirá para crear empleo (en la reparación y refabricación) y que incluso, al ahorrar materias primas, elevará el Producto Interior Bruto. Aunque, de momento, el modelo avanza desigual. Mientras unos hablan de jubilar los cubos de basura, muchas empresas todavía siguen desperdiciando kilómetros de plástico en envolver fruta ya pelada. “Como todos los cambios, necesita un periodo de adaptación. Hablamos de cambiar un engranaje que viene funcionando así desde la Revolución Industrial”, argumenta Ruiz.
La cuestión es, si estando como estamos –a doce años del umbral de lo desconocido–, llegaremos a tiempo. “La economía circular es un buen planteamiento, pero por sí sola no basta”, insiste Yayo Herrero, antropóloga y activista ambiental. “Hace falta decrecer”.
Es la misma idea que 200 científicos acaban de plantear en un manifiesto dirigido a la Unión Europea: tenemos que dejar de crecer. Es imposible que la economía siga expandiéndose en un planeta finito. Para ello proponen medidas como limitar el uso de los recursos, implantar una renta básica para todos o reducir las horas de trabajo. No necesitamos crecer más –dicen– sino repartir la riqueza que ya existe. Como defiende Herrero, “si seguimos manteniendo esta economía irracional, cada vez habrá menos beneficiados. Sí o sí tenemos que aprender a vivir con menos”.
Reducir en tiempos de Amazon
La palabra consumir tiene curiosas acepciones: acabar, agotar, extinguir, destruir. Visto así, los consumidores somos, en realidad, destructores. Se puede confirmar en cualquier diccionario.
Y cada vez consumimos/destruimos más. Tras el bache de 2009, las compras vuelven a crecer a un ritmo del 2%. Solo en Europa gastaremos este año más de 600.000 millones de euros en compras en línea –un 13% más que el año pasado–.
El mundo se derrumba y nosotros seguimos en casa, esperando al repartidor de Amazon.
“Creemos que la calidad de vida se consigue cuando somos capaces de consumir más. Eso, al final, se traduce en un sobreconsumo, pero también en un sobretrabajo” recuerda Ricardo García Mira. Este experto en psicología ambiental investiga modelos de vida sostenible en países como Alemania, Holanda o España. Porque, sí, las excepcionesexisten.
“Somos una burbuja de gente cada vez más concienciada dentro de una sociedad cada vez más consumista”, cuentan Patricia Reina y Fernando Gómez. Esta pareja española se propuso en 2015 vivir sin plástico. O vivir con el mínimo posible. “Al principio te sientes bien reciclando, pero luego te das cuenta de que llenas una bolsa de plásticos cada tres días”, cuenta Patricia. Por eso decidieron eliminarlo casi todo: bolsas de basura, film transparente, cuchillas desechables, dentífricos, desodorantes. Los han sustituido por alternativas caseras o sin plástico. “Conseguir plástico cero es imposible, pero cada uno puede reducir en la medida de sus posibilidades”, insiste Patricia.
“Esto es una responsabilidad compartida. Tienes que examinar primero tu consumo y luego exigir a gobiernos y empresas”, apunta Fernando, “no es que nos vayamos a una cueva, es hacer un consumo responsable”.
La mayoría de los europeos reconoce hoy que el cambio climático existe, pero solo una cuarta parte afirma sentirse “muy” o “extremadamente” preocupado.
A pesar de toda la literatura científica, todavía muchos creen que la agroecología es una moda, que prohibir los plásticos de un solo uso es un engorro y que eliminar los vehículos de combustión interna es un capricho extravagante. Ignoran que, en realidad, no tenemos otra opción, que estamos en tiempo de descuento. O ponemos límites o el Planeta lo hará por nosotros.
Publicado originalmente en Equal Times
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