Llegó con la cheroki negra, monstruosa, llena de accesorios brillantes y llantas adultas, que su prima se la comió con la mirada: se acercó, traía la baba en las comisuras y un asomo líquido en los extremos de los ojos, se relamió con un temblor ansioso y dijo: esta camioneta va a ser mía y muy pronto. Él sonrió, como asintiendo, pero no emitió sonidos.
Era el fruto de uno de sus jales recientes. Mandar chiva allende las fronteras y más acá le había redituado bien y quería seguir en ese camino de la heroína y los paquetes de dólares que se embolsaba. Bien parecido, alto, atlético, con esa barba que parecía tatuada y esa voz de locutor de la enedobleú. Seductor posgraduado. Así se ganaba a las aeromozas, esculcaba con sus músculos y extremidades en sus orificios siempre oscuros y febriles y nocturnos, y las convencía de que llevaran esas pequeñas bolsitas con contenido viscoso.
Tú eres mi reina. Yo seré tu príncipe y también tu esclavo. Y pum. Caían.
Semanas después de adquirir a la negra, como llamaba a su cheroki, buscó a su prima. Ella tenía una casa cerca del pueblo, en otra comunidad. Él le dijo primita, préstame tu casa o réntamela o como quieras. En ocasiones se me hace muy tarde y no alcanzo a llegar, y me gustaría tener una casita para quedarme a dormir de vez en cuando. Claro, te la presto con mucho gusto.
Él se ausentó por meses y ella se preguntó por qué no habrá venido. Tomó el duplicado que tenía para imprevistos y se fue a ver qué pasaba. Tocó y tocó. Nadie. Los vecinos la veían con recelo. Saludaron a secas. A ella le incomodó. Abrió y la recibió un hachazo de olores: alcohol, acetona y otros químicos en baldes, tambos, plásticos. Ah cabrón. Tomó el cel y le llamó al primo. Primo, estoy en la casa, la que te presté. Qué está pasando.
El hombre se apuró a decirle no te preocupes. Nos vemos en los mariscos de don Chano en media hora y ahí platicamos. Oquei. Se vieron y él le soltó con una rapidez más que sospechosa: ya está todo arreglado y limpio, sin pedos, sin broncas, tú no te apures por nada y aquí están las llaves de la camioneta, me la pagas a cómo puedas. Yo invito el aguachile.
Ella sintió cómo se le instaló el sol de invierno en el rostro y agarró las llaves antes de que otra cosa pasara. La casa estaba de nuevo habitable y podía disponer de ella cuando quisiera. Acordaron cinco mil mensuales y en ocasiones bi o trimensuales. Ella se pasea en su cherocona: ambas lucen altivas y soberbias. El primo había dejado huérfanas a las aeromozas y se dedicaba ahora a cocinar cristal.
De vez en cuando la prima lo busca para avisarle que no podrá pagar el abono. Él contesta no hay pedo primita. No me pagues esta vez y ve y hermoséate, aunque ya sé que no te hace falta. Cómprate algo. Lo que sea.
Columna publicada el 4 de noviembre de 2018 en la edición 823 del semanario Ríodoce.
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