En entrevista con IBERO, Jorge Ramos repasa la manera de cómo su formación en la Universidad Iberoamericana ha marcado su desarrollo profesional; narra las vicisitudes de su partida a trabajar a Estados Unidos, luego de que en la televisión mexicana sufriera censura y, en tiempos de fake news, recomienda más que nunca estudiar periodismo, dadas las transformaciones que están viviendo los medios. “En mi época –argumenta el periodista considerado en 2015 una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time–, los comunicadores debíamos decidir entre radio, televisión, cine, prensa o relaciones públicas, pero hoy esto se ha convertido en una multitud de plataformas que hay que dominar”. En la entrevista también se da tiempo para hablar de política y esboza sus expectativas en torno a Andrés Manuel López Obrador, el presidente electo de México que entrará en funciones el 1 de diciembre; advierte sobre la compleja relación que le espera a México con la administración Trump en Estados Unidos, y reconoce el movimiento estudiantil del 68 como un modelo que nos enseñó a no dejarnos nunca de los gobiernos represivos y autoritarios.
¿Cómo fue tu etapa de formación como comunicador?
Recibí una educación universitaria muy variada –estudié historia, filosofía, sociología y psicología– y mucha calle. El periodismo de verdad lo aprendí en las calles de Los Ángeles y viajando por toda América Latina. El periodista tiene que saber un poco de todo. Pero lo más importante es poner en contexto lo que vas cubriendo. Eso es lo que a mí me dio la Ibero.
¿Recuerdas en particular a algunos maestros de la Ibero?
Tuve grandes maestros en la Universidad, pero lo que más agradezco es esa oportunidad que tuve de pensar en voz alta. Recuerdo grandes debates en clases y fuertes cuestionamientos a los profesores. Con el maestro Paco Prieto se hablaba de la vida y la muerte y quedaba uno con mil inquietudes. Era mucho más que ir a clase. El maestro Jorge González nos sacaba del salón y nos llevaba lejos de la ciudad de México a poner en práctica lo que leíamos sobre sociología. Eso es invaluable. Imagínate que aprendí sobre marxismo de sacerdotes jesuitas. Esos contrastes me ayudaron enormemente. La tolerancia y la apertura se convirtieron en necesidad.
¿De qué manera tu paso por la Ibero marcó tu formación profesional?
En la Ibero aprendí la importancia de discutir y respetar las diferencias. No sabes cómo extraño esas clases en los “gallineros” (así denominaron los propios alumnos las instalaciones prefabricadas provisionales donde tomaron clases luego de que el sismo del 14 de marzo de 1979 arrasó sus instalaciones de la colonia Campestre Churubusco).
¿Fue duro el camino que debiste recorrer para poder incursionar en el ámbito profesional?
Sí, muy duro. La realidad chocaba mucho con lo que aprendíamos en la universidad, que era un espacio abierto para disentir y cuestionar, y México, a principios de los ochenta, no lo era. Todo lo que se discutía en clase no se podía decir en los medios. Ese choque me costó caro. Mi segundo o tercer reportaje para la televisión fue totalmente censurado. No me permitieron usar unas entrevistas que había hecho con Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis. El México que descubrí no se parecía en nada al que discutía en clases. Al final tomé una de las decisiones más importantes de mi vida: renuncié y me vine a Estados Unidos. No quería ser un periodista censurado. Si hubiera seguido en la televisión mexicana habría traicionado los principios éticos que aprendí en la Ibero.
¿Es recomendable en estos tiempos estudiar comunicación?
Sí lo es. No hay nada más importante. Las formas de comunicación se están transformando con enorme rapidez y hay que entender lo que nos está pasando. Lo que en mi época era decidir entre televisión, radio, cine, periodismo o relaciones públicas, hoy se ha convertido en una multitud de plataformas que hay que dominar simultáneamente. A mí la carrera me sirvió para entender el mundo que me tocó vivir. Eso fue –y es– lo más valioso.
¿Cómo ves el futuro del periodismo, de la comunicación?
En tiempos de fake news y de millones de opciones en internet, los periodistas son más importantes que nunca. Todos somos editores de nuestra propia realidad. Cada uno de nosotros escoge a quién creerle, así que lo único que tenemos es la credibilidad. Si dices algo y la gente no te cree, de nada sirve tu trabajo. The Washington Post acaba de reportar que el presidente Trump mintió más de cuatro mil veces en sus primeros 500 días de gobierno. Nos toca a nosotros los periodistas observar y denunciar eso. Y lo mismo en México. No debemos acostumbrarnos a políticos mentirosos.
¿Cómo defines el rol del comunicador-periodista ante sus entrevistados y entorno?
Nuestro papel como periodistas es ser contrapoder, estar en el otro lado de los poderosos. Nos toca hacer las preguntas incómodas y exigir rendición de cuentas. No le podemos dar un cheque en blanco a ningún presidente. La principal función social del periodismo es cuestionar a los que tienen el poder. Para eso sirve el periodismo. Nos toca balancear esto y dar voz a quienes no la tienen.
Con tu estilo, ¿representas un nuevo modelo de periodista?
No, soy sencillamente un periodista. Pero hay que entender que nuestro trabajo es precisamente incomodar y cuestionar a los poderosos. Es la única forma en que entiendo el periodismo. Sí, hay que reportar la realidad tal y como es, no como quisiéramos que fuera.
¿Qué opinas de las críticas de quienes dicen que eres provocador, incisivo en extremo; que buscas siempre protagonismo?
Creo que en estos momentos de mi carrera me toca entrevistar a muchos protagonistas y eso llama la atención. Cuando llego a una entrevista pienso dos cosas: una, que si yo no hago esa pregunta nadie más la va a hacer; y dos, que nunca más volveré a ver a ese presidente o político. Si no tratas de quedar bien, salen mejor las entrevistas.
¿Cuál ha sido tu entrevista más complicada?
Los malos son buenos entrevistados. Se creen todopoderosos y les molesta enormemente cuando los cuestionas. Trato de no rehuirle al conflicto, pero siempre lo hay con ellos porque no les gusta ser cuestionados. Recuerdo mis entrevistas con Carlos Salinas de Gortari, Hugo Chávez, Fidel Castro, Evo Morales y mi enfrentamiento en una conferencia de prensa con Donald Trump. Esto último –en el verano del 2015– es quizás lo que más se dio a conocer. Después de tratar de hacerle una pregunta a Trump, le llamó a uno de sus guardaespaldas y me sacó del lugar. Hay ocasiones en que los gestos son más importantes que las palabras. Quedó clara la intolerancia del entonces candidato a la presidencia, pero pocos hicieron caso. Cuando se dieron cuenta de a quién habían elegido, ya era demasiado tarde.
¿A qué personalidad de la actualidad te falta entrevistar y qué es lo que tendrías que preguntarle?
Siempre me he quedado con las ganas de entrevistar al Dalái Lama y al Papa (a quien conocí en una ceremonia privada en el Vaticano). Soy agnóstico y quizá por eso tengo tanta curiosidad sobre el cielo, el infierno y la supuesta vida después de la vida. Me encantaría preguntarles: Entonces, uno se muere y ¿qué pasa?
¿Son diferentes los medios de México a los de Estados Unidos, donde tú ejerces, o a los de otras partes del mundo?
Mira, la gran diferencia –creo– es que en la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos se establece la absoluta libertad de prensa, lo que me ha permitido trabajar durante 35 años sin ningún tipo de censura. Otra gran diferencia es que los dueños de la compañía en la que trabajo jamás me han dicho qué decir o qué sacar del aire. Incluso, después de mi enfrentamiento con Trump, puedo decir lo que quiera sobre él y su presidencia, no tengo protección ni guardaespaldas, voy solo al supermercado, ando en bicicleta y nunca pasa nada. Eso es algo que siempre agradezco.
¿Cómo vislumbras el futuro de México con el nuevo gobierno?
El simple hecho de que no estarán ni PRI ni PAN ya es un cambio. Por primera vez desde 1929 hay algo distinto. Pero eso no significa que debamos estirar la luna de miel con el nuevo gobierno. Me tocará ser igual de crítico que antes. Ese es mi trabajo.
¿Cómo crees que será la relación con el gobierno de Donald Trump?
No lo sé. Aprendí hace mucho que no se puede confiar en él. Desde que publicó mi número de celular en Instagram, supe que le gusta abusar de su poder y de la gente. Lo único que le importa a Donald Trump es Donald Trump. El nuevo gobierno de México se va a equivocar –como hizo el de Peña Nieto– si trata de ser su “amiguito”. Eso no funciona. Él sólo respeta el poder. Eso es todo.
¿Qué opinión tienes sobre los 50 años del movimiento estudiantil del 68? ¿Crees que otros como el #YoSoy132 (gestado en la Ibero a partir de #Másde131) o las protestas de jóvenes por los desaparecidos de Ayotzinapa tienen el mismo ADN que el de aquella movilización?
Somos, todos, producto de ese movimiento estudiantil. Aprendimos que no hay que dejarnos nunca de un gobierno represivo y autoritario. Esa masacre no podría repetirse en este 2018, y en eso veo un importante avance. En tal sentido, el #YoSoy132 y el movimiento por los desaparecidos de Ayotzinapa deben mucho a lo que se aprendió del 68.
¿Hay planes de nuevos libros, nuevos proyectos televisivos, algo que te vincule más con México?
Curiosamente gracias a las redes sociales, a dos aerolíneas y a mi celular, ahora me siento más cerca de México que nunca. Mi mamá y mis hermanos siguen aquí. Últimamente he sentido esa necesidad de acercarme más y entender lo que realmente está pasando. México, en realidad, nunca ha salido de mí a pesar de tantos años fuera del país. Lo irónico –lo triste– es que, por haberme ido, nunca seré suficientemente mexicano para muchos mexicanos.
Para ver la información adicional de la entrevista con Jorge Ramos, da click en este enlace
La entrevista fue publicada en la revista IBERO (número 58, octubre-noviembre 2018)
*Jorge Cervantes Magaña es coordinador de Medios y Web de la Dirección de Comunicación Institucional de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
Este material se comparte con autorización de la IBERO
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