Jaques Berguier/Louis Pauwels
Según la tradición {[11]}, como quiera que la palabra «genio» no bastaba a expresar todos los estados superiores posibles del cerebro humano, los Rosacruz eran espíritus de otro calibre que se reunían por agrupación. Digamos mejor que la leyenda de la Rosacruz sirvió de soporte a una realidad: la sociedad secreta permanente de los hombres superiormente iluminados. Una conspiración a la luz del día.
La sociedad de los Rosacruz se habría formado, naturalmente, al buscar, los hombres llegados a un estado de conciencia elevado, otros hombres, parecidos a ellos en conocimientos, con quienes poder dialogar. Es el caso de Einstein, comprendido sólo por cinco o seis hombres en todo el mundo, o de algunos centenares de físicos y matemáticos capaces de pensar eficazmente en volver a poner sobre el tapete la ley de paridad.
Para los Rosacruz no hay más estudio que el de la Naturaleza, pero este estudio no puede realmente ilustrar más que a espíritus de un calibre diferente a los ordinarios.
Aplicando un espíritu de diferente calibre al estudio de la Naturaleza, se llega a la totalidad de los conocimientos y a la sabiduría. Esta idea nueva, dinámica, sedujo a Descartes y a Newton. Más de una vez se ha citado a los Rosacruz a su respecto. ¿Quiere esto decir que estaban afiliados a ella? Esta pregunta no tiene sentido. No nos imaginamos una sociedad organizada, sino contactos necesarios entre espíritus calibrados de un modo diferente, y un lenguaje común, no secreto, sino sencillamente inaccesible a los demás hombres en un tiempo dado.
Si algunos conocimientos profundos sobre la materia y la energía, sobre las leyes que rigen el Universo, fueron elaborados por civilizaciones hoy desaparecidas, y si algunos fragmentos de estos conocimientos han sido conservados a través de las edades (lo cual, por otra parte, lo sabemos ciertamente), sólo pudieran serlo por espíritus superiores y en lenguaje forzosamente incomprensible para el común de los humanos.
Pero aun prescindiendo de esta hipótesis, podemos, no obstante, imaginar, en el curso de los tiempos, una sucesión de espíritus desmesurados, que se comunicaban entre ellos. Tales espíritus saben con evidencia que no tiene ningún interés hacer alarde de su poderío. Si Cristóbal Colón hubiese sido un espíritu desmesurado, habría mantenido en secreto su descubrimiento. Obligados a una especie de clandestinidad, estos hombres sólo pueden establecer contactos satisfactorios con sus iguales. Basta pensar en las conversaciones de los médicos alrededor de una cama de hospital, conversaciones mantenidas en voz alta y de las que nada llega al conocimiento del enfermo, para comprender lo que queremos decir, sin tener que ahogar la idea en la niebla del ocultismo, de la iniciación, etc. En fin, es natural que los espíritus de esta clase, empeñados en pasar inadvertidos simplemente para que no los molesten, tienen otro trabajo que jugar a conspiradores. Si forman una sociedad, es por la fuerza de las cosas. Si tienen un lenguaje particular, es que las nociones generales que este lenguaje expresa son inaccesibles al espíritu humano ordinario. En este sentido y sólo en él, aceptamos la idea de sociedades secretas. Las otras sociedades secretas, las que se ven, y que son innumerables, no son más que imitaciones, juegos de niños que copian a los adultos.
Mientras los hombres alimenten el sueño de obtener algo por nada, dinero sin trabajar, conocimientos sin estudio, poder sin conocimientos, virtud sin ascetismo, florecerán las sociedades presuntamente secretas y de iniciación, con sus jerarquías de imitación y sus fórmulas que remedan el lenguaje secreto, es decir, técnico.
Hemos elegido el ejemplo de los Rosacruz de 1622, porque el verdadero Rosacruciano, según la tradición, no se hacía con misteriosas iniciaciones, sino con el estudio profundo y coherente del Líber Mundi, el libro del mundo y de la Naturaleza. La tradición de la Rosacruz es, pues, idéntica a la de la ciencia contemporánea. Hoy empezamos a comprender que un estudio profundo y coherente de este libro de la Naturaleza requiere algo más que espíritu de observación, que lo que llamábamos últimamente espíritu científico, e incluso algo más que lo que llamamos inteligencia. Es preciso, en el punto a que han llegado nuestras investigaciones, que el espíritu se eleve sobre sí mismo, que la inteligencia se trascienda. Lo humano, lo demasiado humano, no es bastante. Y es a esta comprobación, realizada en siglos pasados por
hombres superiores, que debemos, si no la realidad, al menos la leyenda de la Rosacruz. Elmoderno retrasado es racionalista. El contemporáneo del futuro se siente religioso. Mucho modernismo no; aleja del pasado. Un poco de futurismo nos vuelve a llevar a él.
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