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Jaques Berguier y Louis Pauwles

El principio de la conservación de la energía era algo sólido, cierto, inconmovible. Y he aquí que el radio produce energía sin tomarla de ninguna fuente. Se estaba seguro de la identidad de la luz y de la

electricidad: no podían propagarse más que en línea recta y sin cruzar obstáculos Y he aquí que las ondas y los rayos X atraviesan los cuerpos sólidos. En los tubos de descarga, la materia parece desvanecerse, transformándose en corpúsculos. En la Naturaleza se produce la transmutación de los elementos: el radio se convierte en helio y plomo. El Templo de la Certidumbre se hunde. ¡El mundo ya no sigue el juego de la razón! ¿Será todo posible? De un solo golpe, los que saben, o creían saber, dejan de separar lo físico de lo metafísico, lo comprobado y lo soñado. Los pilares del Templo se esfuman, los sacerdotes de Descartes se vuelven locos. Si el principio de la conservación de la energía es falso, ¿qué impide que el médium fabrique un ectoplasma partiendo de la nada? Si las ondas magnéticas atraviesan la Tierra, ¿por qué no puede viajar un pensamiento? Si todos los cuerpos emiten fuerzas invisibles, ¿por qué no pueden emitir un cuerpo astral? Si existe una cuarta dimensión, ¿será ésta del dominio de los espíritus?

Madame Curie, Crookes, Lodge, hacen bailar los veladores. Edison intenta construir un aparato para comunicarse con los muertos. Marconi, en 1901, cree haber captado mensajes de los marcianos. Simón Newcomb encuentra perfectamente natural que un médium materialice conchas frescas del Pacífico. Un temporal de irrealidades fantásticas derriba a los buscadores de realidades.

Pero los puros, los irreductibles, intentan rechazar la marea. La vieja guardia del positivismo libra un último combate por su honor. Y, en nombre de la Verdad, en nombre de la Realidad, lo niega todo en bloque: los rayos X y los ectoplasmas, los átomos y el espíritu de los muertos, el cuarto estado de la materia y los marcianos.

Y así se desarrollará, entre lo fantástico y la realidad, un combate a menudo absurdo, ciego, desordenado, que pronto resonará en todas las formas del pensamiento, en todos los campos: literario, social, filosófico, moral, estético. Sin embargo, será la ciencia física la que restablecerá el orden, no por regresión, no por amputación, sino por adelantamiento. Ello se debe al esfuerzo de unos titanes como Langevin, Perrin, Einstein. Y aparece una ciencia nueva, menos dogmática que la antigua. Las puertas se abren sobre una realidad distinta. Como en toda gran novela, no hay finalmente ni buenos ni malos y todos los héroes tienen razón si el novelista se ha situado en una dimensión complementaria donde los destinos se encuentran y se confunden, elevados todos juntos a un grado superior.

¿Dónde estamos hoy en día? Las puertas se han abierto en casi todos los edificios científicos, pero el edificio de la física se ha quedado casi sin paredes: una catedral toda de cristales en la que se reflejan las luces de otro mundo, infinitamente próximo.

La materia se ha manifestado tan rica o acaso más rica en posibilidades que el espíritu. Encierra una energía incalculable, es susceptible de infinitas transformaciones, sus recursos son imprevisibles. El término
«materialista», en el sentido del siglo XIX, ha perdido todo sentido, lo mismo que el término «racionalista».

Ya no existe la lógica del «sentido común». En la nueva física , una proposición puede ser a la vez verdadera y falsa. AB ya no es igual a BA. Una misma entidad puede ser a la vez continua y discontinua. Sería ya inútil apelar a la física para condenar tal o cual aspecto de lo posible.