El pasado 1º de febrero, Brasil se convirtió en el 25º país en adherirse al Convenio núm. 189de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que regula el empleo decente de las personas que trabajan en el hogar realizando tareas domésticas.
¿Puede este compromiso internacional ejercer un impacto real para los trabajadores del hogar en un país todavía debilitado por la crisis económica, y donde la reciente reforma del Código del Trabajo ha generado una explosión del trabajo informal y los contratos con “cero horas”?
Para el director de la OIT, Guy Ryder, la adhesión de Brasil a este Convenio marca un hito, porque el gigante de América Latina es el país del mundo que cuenta con el mayor número de trabajadores del hogar, es decir, casi 7,2 millones de personas. Y son estos trabajadores los que aún hoy padecen las condiciones más precarias y los salarios más bajos.
El Gobierno brasileño marca así una nueva etapa en la protección de estos trabajadores, que durante mucho tiempo han carecido casi totalmente de derechos, debido a la fuerte resistencia de los empleadores a considerarles trabajadores de pleno derecho.
La “domesticidad”, explica la investigadora Carla Conde, tiene sus raíces en un pasado colonial y esclavista, donde la mano de obra pobre no costaba nada y las jerarquías sociales y raciales estaban muy marcadas.
Hasta el año 2015 el país no aprobó una ley integral en la que se especificaban los derechos y deberes de cada parte. Hasta entonces, la mayoría de estos hombres y mujeres empleados como criados, cocineros, amas de llaves, jardineros, o chóferes trabajaban, incluso habiendo firmado un contrato, carentes de una protección social adecuada y sin tener la posibilidad de reclamar sus derechos en caso de conflicto.
Lilian Steiner recuerda que cuando la ley se aprobó, hace poco más de dos años, “hubo muchos reportajes en la televisión que explicaban los nuevos trámites para declarar a su criada o niñera”.
En ese momento trabajaba para ellos Rosa, una madre soltera de 38 años originaria de las afueras de São Paulo, que venía a hacerse cargo del hogar durante el día. Lilian y su esposo Osvaldo decidieron contratarla formalmente.
“Ahora Rosa trabaja como empleada con nosotros y con nuestros hijos, cuatro días a la semana. Además de su salario, ahora también cotiza para su pensión y seguro de desempleo y está asegurada en caso de accidente”, explica Osvaldo, mostrándonos las fichas emitidas por el portal administrativo en línea “eSocial”, un servicio específicamente destinado a declarar a los empleados del hogar. También paga impuestos, retenidos en origen.
Para Rosa Alves, ser declarada oficialmente no ha cambiado mucho su rutina. Durante sus 30 días de vacaciones pagadas, afirma que prefiere seguir trabajando para ganar un poco más al final del año. A pesar de que sus empleadores le pagan más que el salario mínimo, esta madre de tres niños, que comenzó a trabajar a la edad de 12 años, sigue luchando para llegar a fin de mes y criar a sus hijos. “Ahora pago impuestos, pero la escuela pública y el sistema de atención médica siguen siendo malos”, lamenta.
En 2015, además del derecho a la protección social se añadió la limitación de la jornada laboral a ocho horas, la prohibición de trabajar para los menores de edad, las multas en caso de despido injustificado y, por último, el derecho a vacaciones pagadas y a un 13º mes.
El salario ha de basarse en el mínimo legal, pero muchos de los empleados del hogar aún ganan un ingreso inferior al salario mínimo.
Antes de aprobarse esta ley, el número de horas de trabajo no estaba definido. En 2013, se estableció un primer límite a un máximo de 44 horas por semana. En la mayoría de las casas brasileñas de clase media, hasta hace muy poco tiempo era habitual que los arquitectos incluyeran una “habitación de servicio”. Es decir, que para los empleados que viven en casa, a menudo mujeres, sus horas de trabajo en el hogar no se cuentan nunca.
Nuevos retos
Maria Lima, de 31 años, trabajó durante seis años y medio para una familia de tres personas en una ciudad del área metropolitana de São Paulo. Vivía en su lugar de trabajo, en una pequeña casa al fondo del jardín con su hijo, que ahora tiene diez años.
“Según mi contrato, tenía que trabajar de las 8 a las 17 horas, de lunes a sábado, con un descanso de una hora y media para almorzar con mi hijo. Pero a menudo me pedían que hiciera diversas tareas por las tardes y los domingos”, explica esta otra madre soltera. “Nunca reclamé ni me negué a hacerlo, aunque sabía que no era legal”, dice la joven, que acaba de perder su trabajo y su vivienda debido a que la familia se mudó a otro estado.
Aunque sus ingresos siguen siendo bajos (550 dólares USD –unos 445 euros– para la primera y 370 USD –unos 300 euros– para la segunda), Rosa y Maria piensan que el nuevo marco legal ha traído un pequeño reconocimiento social. “Antes, servir como criada no se consideraba un ‘trabajo real’. Nos daba vergüenza decir lo que hacíamos”, explica Maria.
También están satisfechas de tener un poco más de seguridad, especialmente para su vejez. Y Maria ahora podría reclamar el subsidio de desempleo.
En los últimos años, los trabajadores del hogar, mujeres en un 93% de los casos, han empezado a formar sindicatos, pese al aislamiento estructural propio a la naturaleza de su trabajo.
Organizaciones tales como la Federação Nacional das Trabalhadoras Doméstica (Federación Nacional de Trabajadoras del Hogar) se encargan de denunciar a los empleadores que ofrecen condiciones de trabajo ilegales y ayudan a los empleados que necesitan ayuda jurídica.
Para Luiza Batista Ferreira, presidenta de la federación, la firma del convenio de la OIT fue una sorpresa por parte del Gobierno actual, incluso si el procedimiento ya había sido iniciado desde hacía unos años, en particular gracias al impulso de una campaña realizada por la Confederación Sindical Internacional (CSI).
La federación se muestra preocupada porque desde hace unos meses se está formalizando un nuevo contrato denominado “trabajo intermitente”, que permite remunerar las tareas domésticas “por hora”, sin garantía de salario mínimo ni de número de horas. “Para el empleador es fácil: puede reducir el tiempo de trabajo y pagar menos”, comenta Luiza Batista.
Con la crisis económica que experimenta Brasil desde 2014, muchas trabajadoras del hogar han perdido su empleo de jornada completa y se han visto obligadas a aceptar empleos “diaristas”, es decir, remunerados por día. Entre 1995 y 2015, las cifras de este tipo de trabajo aumentaron del 18,5% al 31,7%, según el Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada.
Para Maria Lima, aún queda mucho por hacer para que el trabajo del hogar sea socialmente valorado: “Es un trabajo que requiere mucho tiempo, mucho compromiso personal y mucha confianza. No es fácil encontrar a una persona fiable y eficiente para cuidar de tus seres queridos y ocuparse de tu hogar. También debería valorarse eso”.
Esta percepción de la sociedad, pese a leyes y compromisos internacionales, solo podrá cambiar con el paso del tiempo.
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