Fabricamos una cosa que va a durar mil años para usarla cinco minutos
Antonio Muñoz Molina, escritor/Río Doce
Una ciudad limpia no es la que más se barre, sino la que menos se ensucia, rezaba un muro propiedad del Club de Leones de Mazatlán que hoy ha desaparecido, y ese lema no podría ser más oportuno que el día de hoy.
Hay imágenes circulando en las redes sociales de la suciedad que dejaron los días de Carnaval. Nuestra proclividad para generar basura parece alcanzar todo, pues según el alcalde en estos días de Carnaval se generaron 200 toneladas. Banquetas con una gran cantidad de plásticos, latas, vidrio, papel que delata a los que vitoreaban a las reinas, princesas, comparsas.
No hay conciencia de que el espacio público no es un basurero. Que la basura es de quien la produce y estaría obligado cada quien a ponerla a buen resguardo. Pero no, hay la idea de que lo público es del gobierno, que son sus instituciones de limpieza las que deben garantizar la pulcritud de la ciudad.
Y esto, quizá también los piensan los funcionarios públicos cuando no realizan campañas de prevención. De esas que estimulan a que la gente tome conciencia que la ciudad es su casa principal. La que presumen con sus amistades y familiares de otras partes del país incluso del extranjero. En esos espacios donde los vecinos y visitantes se toman selfies sonrientes con las grandes letras que forman la palabra Mazatlán.
Aquellas imágenes que hoy muestra a un Mazatlán sucio, obligaría en un gobierno responsable a tomar cartas en el asunto, llamando a través de campañas permanentes de sensibilización para que cada uno de los vecinos y visitantes se haga cargo no sólo de su basura, sino de que los demás no la tiren en las banquetas, avenidas, y menos en el mar donde hemos visto que flotan plásticos y latas impunemente.
Ya sabemos que mucha de esta basura termina en el fondo del océano o en el cuerpo de las especies marinas. No hace mucho tiempo leía en El País que en el abdomen de una ballena se habían encontrado 10 kilos de plástico y eso le había causado la muerte.
Esta tolerancia no debe seguir así, todos debemos hacernos responsables de la basura que producimos y esto implica lo mínimo que es depositarla en el lugar apropiado para ser recogida y tratada.
Y, ahí, podemos como sociedad movilizar las instituciones para crear conciencia de que a la ciudad hay que cuidarla de quienes la ensucian impunemente.
No solo del transeúnte que va por la calle tirando basura, sino de las empresas que arrojan sus desperdicios a las rúas o el drenaje pluvial recién reparado del Centro Histórico.
Hay un reglamento de Policía y Buen Gobierno que debe ser puesto en operación para sensibilizar o combatir a los infractores. La ausencia de sanciones significa permiso para seguir ensuciando y estimular la falta de solidaridad con la ciudad.
Es necesario un programa estricto de combate a la basura que vaya a las escuelas y se hable con los jóvenes, niños y niñas, para que ellos sean el primer vehículo de trasmisión de este programa. Los profesores pueden ayudar mucho.
Incluso, las autoridades dejar sus privados un día a la semana y ponerse a la cabeza de estas campañas con las familias, recogiendo la basura de nuestras playas y calles. Invitando con el ejemplo. De lo contrario toda la obra pública de la que hoy nos sentimos orgullosos simplemente se ira al carajo, de seguir circulando en redes la cara sucia de la ciudad.
Un ejemplo, es la llamada Carpa Olvera, que fue rescatada del olvido y se hizo una inversión cuantiosa pero que nadie cuida, las familias llegan y se van, dejando su basura en el suelo y la alberca marina. He sido testigo cómo un llamado de atención ha estado a punto de terminar en golpes y es que no hay quien ponga orden en este espacio público. Quizá sea la ausencia de autoridad o simplemente quienes cuidan igualmente tiran basura.
Finalmente, de echarse a andar estas campañas y obtener buenos resultados, bajaría la inversión pública en materia de recolección y tratamiento de los desechos.
Urge, pues, una campaña gubernamental fuerte para que no terminemos inmersos en la basura, pero esto no podrá suceder si no tenemos una autoridad que gobierne con el ejemplo.
Y entonces sí, podremos hacer honor a la máxima leonística con que iniciamos este grito contra los que tiran basura, esa de la que habla Muñoz Molina.
Artículo de opinión publicado el 18 de febrero de 2018 en la edición 786 del semanario Ríodoce.
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