José Martí fue un precursor y pensador que tuvo una visión integral de nuestra América, tanto en lo político como en lo estratégico para el desarrollo de nuestras comunidades. Martí, en el tono de uno de los intelectuales más notable de Argentina como es Ezequiel Martínez Estrada, refleja la esencia profunda de un pensador como nuestro prócer de la patria grande.
Puedo decir que Martí se me reveló por sí mismo en una dimensión universal de mito, quiero decir de existencia paradigmática que condensa y depura las virtudes inherentes a la condición humana.
Un referencia necesaria en estos tiempos, porque su producción literaria consolida la identidad latinoamericana en una sociedad moderna cada vez más compleja, dinámica y confusa. Es un pensador que desde la acción definió su ethos revolucionario. En ese sentido, planteó que “moriremos por una libertad verdadera, no por la libertad que sirve de pretexto para mantener a unos hombres en el goce excesivo, y a otros en el dolor innecesario”.
En estos tiempos modernos, donde las urgencias consumistas son una constante que determina y condiciona nuestros comportamientos, actitudes y modos de hacer, es importante evocar a los pensadores del pasado. Se evoca cuando se traen al presente los escritos, las reflexiones y su producción artística, en este caso, de un creador, de un guerrillero, de un filósofo de la palabra y de la acción. Es decir, evocar las raíces de lo que somos, de nuestra cultura, nuestra belleza como sociedad y comunidad.
En la historia universal existen personajes que tienen un considerado prestigio a partir de su propio peso especifico, autoridad o dados por los poderes turnos. La historia los ubica en un pedestal, en ocasiones, lo suficientemente exagerado y sobredimensionado. En el caso de Martí, no cuadra en ninguna categoría que se precie de tal, porque escribió sobre la espesura del hombre desde los confines de los caminos sinuosos de la selva del Amazonas hasta la montaña inmensa de la cordillera. Es un eco que retumba en todas las dimensiones, pero sobre todo en el agua, en el cielo, en el llano, en la montaña, en la selva y en la pachamama. En algún momento, Martí escribió: “Si Europa fuera el cerebro, América sería el corazón. América es la unidad de lo diverso; ésa es Nuestra América”.
Martí es uno entre todos los escritores. Es poeta porque le dio nombre a cada asombro que desbrozó. Es guerrillero porque defendió con amor y autoridad sus ideas desde las entrañas de su ser.
Hoy tenemos que leer a Martí para interpretarnos en esta modernidad absurda y no caer en el vacío existencial que implica ser seres de la acumulación bestial que propone el capitalismo.
Martí diría: el egoísmo es el mal del mundo.
Tenemos que leer a Martí para desenredar la complejidad perpetua que domina nuestros escenarios inmediatos, que por nuestra propia soberbia, negligencia e incapacidad no permite gestionar el equilibrio de la naturaleza
“La instrucción está compuesta de manera que saca a los hombres de la vida, cuando su objeto real es poner a los hombres en ella. No hay monstruos mayores que aquellos en que la inteligencia esta divorciada del corazón”, afirmó Martí.
Tenemos que leer a Martí para tejer un abrigo “poético” que caliente el pecho de los seres libres en permanente movimiento. Y que el calor los complete, les dé sentido y poesía en su trayecto.
“La poesía no es más que la expresión simbólica de los aspectos bellos de la naturaleza –resumió el cubano-. Se dice de todo el que se atreve a ser quien es, y no tomo de éste o del otro su modo de decir, sino de si propio y de la naturaleza, poniendo monte cuando es monte y gusano cuando ve gusano, bregando con la palabra y el color, hasta que consigue que el monte se vea en el escrito”.
Tenemos que leer a Martí, escuchando su palabra, su poesía, su experiencia, su mirada. Martí fue y sigue siendo, desde lo cotidiano, una potencia que germina en niños coqueteando sueños, en pueblos desafiando lo imposible y en mañanas presagiando despertares. Martí no se lee como un novela efímera, ni con apuro modernista. Te digo, con el puño de mancebo bien alto, que Martí se lee desde tripas y con todo el amor posible. Dicen los que saben que no muere aquel que fue capaz de amar.
Y Martí nos recita:
Dos milagros
Iba un niño travieso
Cazando mariposas;
Las cazaba el bribón, les daba un beso,
Y después las soltaba entre las rosas.
Por tierra, en un estero,
Estaba un sicomoro;
Le da un rayo de sol, y del madero muerto,
Sale volando un ave de oro.
Por todo esto, es necesario retornar a las huellas genuinas e históricas de nuestro pasado latinoamericanista, no por conmemoración o tributo, sino por decisión enfática de volver ahí pero con tono desafiante, reflexivo y crítico. Para viajar a la huellas de ese pasado y establecer vínculos con este presente. Por eso, hoy más que nunca, tenemos que leer a Martí.
Texto publicado originalmente en El Furgón
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