Ernesto Hernández Norzagaray/Río Doce
Primero fue un rumor. Supuestamente alguien había dado la orden de comprar el mayor número de ejemplares de la edición de Ríodoce del domingo 19 de febrero y algo me indicaba que tenía bases firmes.
Me habían hecho llegar por whatsapp la foto de la portada del semanario donde aparecía el rostro sereno de Dámaso López y desde ese mismo momento sospeché que a alguien no habría de gustarle, pero nunca imaginé que llevaría al decomiso masivo de ejemplares.
Hasta donde se sabe el decomiso fue sin violencia y mediante pago a los distribuidores. Se trataba de que la edición circulara lo mínimo y probablemente hacer un llamado de atención a los editores del semanario. Hay a quienes les molesta la línea editorial de Ríodoce y es muy probable también les haya molestado la entrevista y la portada de esta edición.
El decomiso ahora resulta inevitable no vincularlo con el ascenso de la violencia criminal de los últimos meses que ha costado la vida de decenas de personas y donde la versión oficial indica que hay una disputa fuerte dentro del Cártel de Sinaloa entre los hijos de Joaquín el Chapo Guzmán y el grupo que encabeza Dámaso López Núñez.
Una confrontación que ha dejado de estar solo sobre el terreno, para estar en los medios de comunicación, donde los bandos ventilan sus diferencias y eso expresa algo novedoso en las luchas por el poder en el mundo criminal.
La entrevista de Javier Valdez se celebró con todas las reservas del caso. Aquel emisario estaba interesado en responder a cada una de las preguntas del reportero, pero también a las aseveraciones y cuestionamientos expresados en la carta dada por buena de los hijos de Joaquín el Chapo Guzmán y que habría llegado al escritorio del periodista Ciro Gómez Leyva.
¿Por qué dar la entrevista a Ríodoce siendo un semanario regional que evidentemente no tiene la visibilidad y alcance de las pantallas de Televisa? Es una pregunta sobre la que no hay una respuesta firme. Lo cierto es que ahí está la entrevista para el consumo de todos los interesados. Es una entrevista bien hecha, como las que acostumbran hacer, corriendo riesgos los reporteros de este semanario, y revela aun en el tono conciliador de las respuestas, ángulos dignos de atención y estudio sobre la violencia en Sinaloa.
¿Qué pasó para qué los editores decidieran guardar silencio cuando se dio el decomiso de miles de ejemplares de esa edición dominical?
Hablé con uno de ellos y solo me dijo que habían decidido no publicar nada sobre el decomiso masivo. Pensé que debía ser algo gordo para que nuestros directivos hayan decidido no hacer declaración alguna y optado por la discreción ante ese hecho grave, pero no tanto, para lo que se acostumbra en estos casos de censura.
No es la primera vez que Ríodoce sufre una amenaza y eso no ha evitado que lo hagan público. Cómo olvidar, por ejemplo, la madrugada del 9 de septiembre de 2009, cuando llegó en medio de las sombras nocturnas un grupo hasta las instalaciones del semanario para violar la cerradura de las instalaciones y abiertos los accesos lanzaron una granada de fragmentación que afortunadamente no pasó de daños materiales, pero sí dejó una atmosfera de zozobra e incertidumbre. No todos los días sucede esto y es la excepción a la regla.
Claro, la dimensión de la agresión aquella no es la misma a la del pasado domingo, y la procedencia bien podría ser de cualquier persona que se sintiera afectado por la portada pero también por cualquier otra nota que se publicó en esa edición. Remota la hipótesis pero no imposible. Quiero pensar que en un próximo número los editores podrían dar una explicación detallada de los hechos, o simplemente no darla, porque se juzgue innecesario e incluso peligroso para el medio y sus colaboradores. Lo real es la requisa de cientos de ejemplares que no pudieron llegar a los lectores del semanario.
Y es el precedente, que no debería repetirse, pero quién lo puede garantizar.
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