Diagonal.- Una tormenta imposible. 54% de humedad, una presión mínima de 952 hectopascales y vientos de hasta 200 km/h se alinearon el 15 de febrero de 1941 para extender el incendio que se originó en el número 20 de la calle Cádiz, en Santander ciudad. Las fotos de Samot o Arauna hablan por sí solas, pero éstas son las cifras tras 43 horas de fuego: 37 calles y 1.783 casas destruidas; 10.000 personas quedaron sin hogar y un 10% de la población perdió todas sus pertenencias (vivían entonces alrededor de 101.000 personas en la capital cántabra); 508 comercios arrasados y, a consecuencia de ello, 7.000 personas sin empleo. Hay quien definió el fuego como “un soplete sádico”, un castigo de dimensiones bíblicas llegado apenas dos años después del final de la Guerra Civil.
“Santander no está muerto”, será una “ciudad nueva que brota de sus propias cenizas”, para así “incorporarse al resurgimiento de la Patria” gracias a una “ceniza purificadora” que permitirá gritar “Santander por España”. La identificación de la reconstrucción con el nuevo régimen se percibe en estas palabras de la revista Alerta y en muchos otros discursos gubernamentales. La ciudad fue incluida en el listado de Regiones Devastadas.
Mientras tanto, tal y como ha analizado Julián Sanz en La construcción de la dictadura franquista en Cantabria, un mínimo de 2.500 personas fueron asesinadas en el período de posguerra. Todo ello parte de un mismo proceso de lavado y revitalización de la raza.
37 calles y 1.783 casas fueron destruidas, más de 10.000 personas quedaron sin hogar
La burguesía le sacó un partido enorme al incendio que asoló la práctica totalidad del casco viejo. Las clases populares fueron expulsadas al extrarradio y el centro fue reconstruido según los designios fascistas. Seguramente se trate del primer caso de gentrificación en el Estado español.
Este proceso se produjo más de veinte años antes de que el concepto existiera (fue acuñado por la socióloga británica Ruth Glass en 1964). Gentrification, en inglés, literalmente significa aburguesamiento. Una forma de planificación urbana que produce una sustitución social de población con poco poder adquisitivo por otra capaz de pagar las rentas aumentadas de la vivienda.
Tormenta imposible
Según el arquitecto Ramon Faura, “el Plan Voisin (1925) de Le Corbusier explica, en su literalidad casi infantil, la fascinación moderna por la tabula rasa. Elimina el centro de París, obstáculo para la construcción de la ciudad ideal. Los argumentos son los del higienismo y la gran escala que impone el orden industrial, especialmente el coche (…) La nueva ciudad de Le Corbusier es una extensa superficie neta sobre la cual los edificios se depositan como los instrumentos de un cirujano sobre la sobre la mesa auxiliar. Militarmente ordenados antes de la operación. Separados, esterilizados, sin tocarse (…) La ciudad se zonifica a partir de sus funciones”.
115.421 metros cuadrados de la ciudad de Santander resultaron afectados por el incendio. Una auténtica fantasía arquitectónica moderna que permitió al régimen construir su ciudad ideal, la llamada “ciudad orgánica” planteada por la Dirección General de Arquitectura comandada por la Falange: “un centro representativo, la Plaza Porticada, un eje espiritual –desde la Catedral a la iglesia de la Compañía– y el corazón de la ciudad, que era el eje comercial y de servicios”.
Y para el resto, casas baratas en las afueras: Canda Landáburu, Pedro Velarde, Jacobo Roldán Losada, Santos Mártires y José María de Pereda son algunos ejemplos de bloques periféricos edificados después de 1941.
En 1950 el panorama de Santander estaba segmentado según una clara jerarquía social. Los inquilinos de las 2.000 viviendas de renta alta alojadas en los noventa edificios construidos en los 400 solares resultantes de la parcelación del centro pagaban entre 500 y 1.300 pesetas de alquiler, frente a las 15 de Canda Landáburu.
Se levantaron solamente 1.199 de las 3.011 viviendas que el proyecto de reconstrucción redactado en 1941 iba a destinar a las y los damnificados
Además, el hacinamiento de las familias pobres resultaba evidente: se levantaron solamente 1.199 de las 3.011 viviendas que el proyecto de reconstrucción redactado en 1941 iba a destinar a las y los damnificados.
El incendio activó un proceso especulativo a través de subastas que permitió que los mejores solares e inmuebles construidos fuesen a parar a manos de una minoría de propietarios. Éstos se los traspasaron entre ellos para aumentar el precio, no sin exenciones de impuestos y financiación de la compra por parte de instituciones financieras del régimen. Todo un adelanto del ciclo inmobiliario, en plena autarquía, que se activaría a partir de 1956 con la Ley de Suelo.
Revanchismo
Cada época y lugar practican el revanchismo en formas diferentes, también el neoliberalismo actual. En Nueva Orleans (Estados Unidos), diez años después del huracán Katrina, gran parte de la población negra ha sido desplazada de zonas céntricas en favor de jóvenes emprendedores de raza blanca. Todo ello aparece en la trama de la serie de televisión Treme y existe mucha literatura sociológica al respecto.
Si bien el paralelismo es evidente, cabe decir que probablemente a buena parte de quienes fueron expulsados del centro de Santander les tocó trabajar en las obras de reconstrucción. La trama de calles resultante quedó con nombres fascistas que todavía hoy se están modificando: seis cambios en el mes de septiembre. Todo ello en una ciudad que en 2008 retiraba la penúltima estatua ecuestre de Franco en el Estado.
El escritor Émile Zola planteó que una transformación urbanística acompaña una transformación moral. El director de cine José Luis Guerín, a propósito de su película En construcción, afirmó que la transformación de un paisaje urbano lo es al mismo tiempo de un paisaje humano.
Para hacerse una idea sobre los rostros y formas de vida previos al fuego de Santander se puede ojear el libro de Rafael Gutiérrez-Colomer Tipos populares santanderinos. Aunque se fije principalmente en los años 20, las pescaderas, marineros, vendedores y músicos ambulantes, tabernas e historias de picaresca formaban parte del paisaje popular que existía también durante los años de la República y en la postguerra.
Este libro llamó la atención del escritor italiano Claudio Magris, que se refirió a él como el Spoon River cántabro. También sirvió de inspiración para la novela de Ruiz Mantilla Ahogada en llamas, una historia de la ciudad entre dos catástrofes: la explosión del buque Cabo Machicaco (1893) y el incendio.
En el mejor de los casos, estos “tipos populares” pasaron a formar parte de la “internacional de los bloques”, Pérez Andújar dixit, que habita en las periferias de todas las ciudades.
Imágenes
Se ha hablado de Santander como un escaparate del régimen, como un modelo que debía permitir la comprensión del significado de la nueva España. Sin embargo, pocas veces apareció esta ciudad en el No-Do. La más significativa tuvo lugar en 1953, el día de la inauguración de la nueva Catedral.
Anteriormente, el régimen permitió la filmación en 1944 de Santander, la ciudad en llamas, un largometraje de pésima calidad, “insalvable”, según José Enrique Monterde, profesor de Teoría del Arte e Historia del Cine en la Universidad de Barcelona, dirigido por un director menor, Luis Marquina. Su argumento encajaba en las preocupaciones de “españolidad” de entonces: un indiano de apellido Bárcenas decide regresar para reconstruir con su riqueza la ciudad. El amor a España y el buen corazón de las clases altas como campaña de propaganda.
Citas al incendio también en la película censurada Canciones para después de una guerra (Basilio Martín Patino, 1971). La secuencia que comienza con fotos de la entrevista entre Franco y Hitler, mientras suena Lili Marlene, termina con recortes de periódicos y una voz atemorizada: “Soplaba un viento terrible y todas las profecías anunciaban que en los años 40 sería el fin del mundo”. Los tiempos estaban cambiando.
Cómo nos han contado la burbuja
Este texto parte de los escritos del proyecto Desmemoriados y La reconstrucción urbana de Santander 1941-1950, de Ramón Rodríguez Llera.
Este artículo, junto a los otros ya publicados por Joan M. Gual en Diagonal, forma parte de la investigación Especulación y desahucio. Una historia cultural de la burbuja inmobiliaria española, con la que su autor, doctor en Teoría del cine y activista de vivienda, quiere rastrear las representaciones con las que se ha relatado la crisis inmobiliaria.
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