Diagonal.- Morir de una neumonía o de una herida infectada. Tener que dar a luz tres o cuatro hijos para que dos sobrevivan. Vivir 25 años menos de media. Que las intervenciones quirúrgicas que hoy son rutinarias, como una operación de apendicitis o una cesárea, sean de alto riesgo. Que las personas con sistemas inmunes debilitados, o sea bebés prematuros, enfermos de cáncer o de sida, tengan pocas posibilidades de salir adelante. Así era el mundo antes de que se descubrieran los antibióticos. Así volverá a serlo el día en que dejen de funcionar.
Según un informe del Review on Antimicrobial Resistance de 2014, 700.000 personas mueren al año en el mundo a causa de enfermedades que no se pueden curar con antibióticos (25.000 en la Unión Europea). Las proyecciones dicen que esta cifra subirá a 10 millones en 2050.
Ante este escenario, la comunidad internacional ha dado por primera vez una respuesta conjunta y reconocido que el fenómeno de la resistencia antimicrobiana es el “mayor y más urgente riesgo global”. La Asamblea General de la ONU aprobó el pasado 21 de septiembre una declaración política en la que los 193 países miembro se comprometen a llevar a cabo medidas que frenen esta amenaza. Se trata de la cuarta vez en la historia que este organismo multilateral se reúne para tratar un tema de salud.
Mal uso y abuso de los antibióticos
El descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming es considerado hoy como uno de los principales avances de la medicina moderna. Sin embargo, él mismo advirtió que el mal uso de los antibióticos podría hacer que las bacterias se volvieran resistentes a ellos.
El funcionamiento de la resistencia es sencillo y obedece a los principios más básicos de la selección natural. Cuando una bacteria resiste a un antibiótico tiene más posibilidades de sobrevivir y de propagar su ADN. En la eterna lucha por la supervivencia entre los organismos, cada vez que usamos un antibiótico estamos matando a las bacterias no resistentes, dejando en una posición de ventaja a las que sí lo hacen, y dándoles más oportunidades para expandirse y reproducirse.
La exposición de las bacterias a muchos y diferentes tipos de antibióticos hace que éstas vayan desarrollando y acumulando resistencias. El resultado son infecciones muy difíciles de curar especialmente en personas con el sistema inmune debilitado. Por citar un ejemplo, el caso de la gonorrea es de los más preocupantes, pues 10 países han detectado ya formas incurables de esta enfermedad, según la Organización Mundial de la Salud.
Tal y como lo advirtiera Fleming hace más de medio siglo, el documento aprobado por la ONU responsabiliza de la rápida propagación de bacterias multirresistentes al “abuso y mal uso de los antibióticos y otros microbianos”. Y éste ha sido generalizado, pues se ha detectado la presencia de estos ‘superbichos’ en todas las regiones del mundo.
Desconocimiento y falta de control
Para muestra, un botón: un paciente acude al médico y éste le receta antibióticos para curar, digamos, una infección de garganta. Acude a la farmacia y recibe un paquete estándar de amoxicilina. A los tres días ya se encuentra mucho mejor, decide suspender el tratamiento. Digamos que a los dos meses, este paciente vuelve a tener dolor de garganta y otros síntomas de catarro. En lugar de ir al médico recurre a la amoxicilina del tratamiento anterior.
Lejos de ser una simple caricatura, el último Eurobarómetro sobre la resistencia antimicrobiana recoge que un 50% de los españoles declaran no saber para qué sirven los antibióticos, y un 45% reconoce haberlos consumido para aliviar resfriados y catarros.
Antibióticos en la industria alimentaria
Ahora bien, no son los desinformados pacientes los únicos –ni siquiera los principales– responsables del abuso de los antibióticos. Según un informe del Center of Diseases Dynamics, Economics & Policy (CDDEP), un 50% de su consumo global recae en la cría de animales para la alimentación (ganado, aves y acuicultura). Y a diferencia de los humanos, los animales toman antibióticos sin estar enfermos.
El exponencial desarrollo de la industria cárnica en la segunda mitad del siglo XX está directamente relacionado con el uso de estas sustancias. Y es que a finales de los años 40 se descubría que los antibióticos aceleraban el crecimiento de los animales. A esto se le añade su utilización como profiláctico, pues es mucho más fácil y barato administrar antibióticos de forma preventiva para contrarrestar las condiciones de la cría intensiva que llevar un estricto control sanitario e higiénico en las granjas.
El resultado es una mayor prevalencia de bacterias multirresistentes en las especies destinadas al consumo, que pasan fácilmente a los humanos a través del contacto con los trabajadores de este sector o a través de la cadena alimentaria. Por si fuera poco, los residuos derivados de esta actividad también añaden antibióticos innecesarios al ecosistema (agua, suelos y semillas), favoreciendo así el fenómeno de la resistencia.
La Unión Europea prohibió en 2006 el uso de antimicrobianos como suplemento alimenticio para animales y trabaja actualmente para aprobar un reglamento que extienda esta prohibición a todo consumo de antibióticos de forma preventiva. Algunos países como Holanda, Dinamarca y Noruega ya han aplicado normas en este sentido, incluso con controles sorpresa en las granjas que suponen el sacrificio de todo el ganado en caso de detectarse alguna bacteria multirresistente.
Pero la mayoría de los países del globo está aún lejos de esa situación. Según el CDDEP, en EE UU los poderosos sectores agrícola y ganadero consumen el 80% del total de los antibióticos (8.000 toneladas al año). China, por su parte, es la nación que más cantidad de antibióticos usa para animales (30.000 toneladas al año). Además, los países en vías de desarrollo no quieren ver limitadas sus capacidades de producción ante una creciente demanda de proteínas por parte de la población.
Cómo acabar con los superbichos
Al problema del rápido aumento y expansión de las superbacterias se le añade la falta de respuesta de la industria farmacéutica. Desde el año 1987 no sale al mercado ninguna nueva familia de antibióticos. Aunque existen algunos en fase de pruebas, la comunidad médica internacional coincide en que son insuficientes para poder hacer frente a la amenaza de las resistencias antimicrobianas.
Las causas sobre esta falta de interés en el desarrollo de nuevos antibióticos apuntan directamente a los grandes laboratorios farmacéuticos, que han encontrado nichos de mercado más rentables en el desarrollo de medicinas para pacientes crónicos. Al fin y al cabo, estas últimas están destinadas a un consumo de por vida, mientras que los antibióticos deben tomarse puntualmente y en la menor cantidad posible.
Aunque la vuelta a la era preantibióticos parece lejana, no son pocos los retos a los que se enfrenta la población mundial para frenar el avance de estos ‘superbichos’. El documento aprobado por la ONU recoge la necesidad de movilizar más recursos para la investigación y desarrollo de nuevos fármacos y vacunas, pero también de preservar la efectividad de los tratamientos existentes. Algo fundamental si se tiene en cuenta que algunas bacterias se reproducen en sólo 20 minutos, mientras que un nuevo medicamento tarda de media entre 10 y 15 años en salir al mercado.
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