Andrés Villarreal/Río Doce.- Cuando Ernesto Fonseca ya era un narco consumado, Rafael Caro apenas era un niño. Más de una generación de badiraguatenses vislumbró en el narco una forma de salir de la pobreza. Casi vecinos en los pueblos intrincados de la Sierra Madre de Badiraguato, cual más de los dos igual de miserables, llegaron a ser parientes políticos y cabezas de las incipientes organizaciones criminales de finales de los años 70 y 80 del siglo pasado.
Caro y Fonseca se complementaban. Ambos eran iletrados, procedentes de familias numerosas que apenas sobrevivían en la sierra olvidada. Caro le imprimió dimensiones exponenciales a la siembra de mariguana y las conexiones necesarias para vender a un mercado insaciable; mientras Fonseca ofrecía el salvajismo y la sangre, también indispensables para eliminar enemigos, no por nada llevaba ya tantos años en el narco.
Ambos amasaron fortunas difícil de cuantificar —y otros capos más de Badiraguato: Guzmán, Beltrán, Esparragoza… igualmente lograron números inalcanzables para sus conocimientos de matemáticas—, pero sus pueblos natales siguen igual de miserables que hace medio siglo cuando ellos nacieron. El mito absurdo del narco abriendo caminos, carreteras, escuelas, hospitales, se derrumba con el mínimo acercamiento a Santiago de los Caballeros, La Noria o La Tuna.
Así como llegaron juntos a la cima y emprendieron una compra desenfrenada de casas, autos, joyas y ranchos, igualmente juntos cayeron presos. Con poca diferencia, casi tres décadas después, recuperaron su libertad. Caminos paralelos los de Caro y Fonseca.
Ambos saben que su desgracia va acompañada de un derroche de poder. Durante muchos años fueron escalando a la cima en un negocio ilícito, corrompiendo por completo a un sistema proclive a las inyecciones de dinero… y dinero era lo que les sobraba en los 80 a Caro y Fonseca. Portaban credenciales de la Dirección Federal de Seguridad —en ese tiempo una patente de corso que servía igual de salvoconducto que de credencial para la impunidad—, y compraban al jefe de la policía y a todos sus agentes. No necesitaban más para moverse, o para pasar inadvertidos en un mundo sin la apariencia mediática con la que ahora se topan ambos.
Caro decide hablar en un punto álgido de su salto de mata de los últimos tres años. Elige a la revista Proceso y a una reportera que, según sus fuentes, Caro forma parte de una nueva guerra entre organizaciones criminales en la sierra. Desmiente todo y casi se muestra como víctima. La inteligencia es una forma diferente de la astucia. Caro habla, porque tiene la astucia suficiente para enfrentarse a cualquier reportero que solo conoce de oídas y lecturas la historia que él mismo vivió en carne propia. No hay pregunta que lo desequilibre. Si ya lo entrevistó Julio Scherer a principios de siglo, quién podría abordarlo e incomodarlo.
Ernesto Fonseca solo necesitaba la formalidad de salir de la cárcel para movilizarse como sus condiciones se lo permitan. Pasados los 80 años ya se está más allá del bien y del mal.
Margen de error
(El Partenón) El Partenón está en ruinas en Santiago de los Caballeros, Badiraguato. El mármol blanco que forró por completo la ostentosa tumba de Ernesto Fonseca se cae a pedazos, literalmente. Don Neto la mandó construir en la colina más alta de su pueblo natal, un par de años después de que fue capturado y encarcelado por el asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena.
Santiago de los Caballeros, Badiraguato, es un pueblo minúsculo en una cañada de la sierra madre. Una carretera, ahora pavimentada pero en tiempos de don Neto de terracería, lleva hasta la cumbre del poblado que no crece desde los tiempos de gloria que inyectaba el narco en los años 80. Para llegar a la comunidad es necesario bajar y mantener la vista siempre en una base del ejército mexicano instalada desde los tiempos de la Operación Cóndor.
En el Partenón no hay muertos que velar, luce siempre plagado de hierba, y las criptas convertidas en un subterráneo para que los visitantes orinen o echen un vistazo a la nada.
Aun así, la excentricidad de un tipo que se manda construir la tumba 30 años antes de su muerte no deja de llamar la atención a propios y extraños. El panteón donde está el Partenón es un lugar casi inaccesible. La pendiente de la colina requiere de un auto 4×4 o de las ya clásicas cuatrimotos de la sierra.
El hombre que predijo su muerte hace casi tres décadas, fue liberado por sus condiciones de salud, que más que un narco liberado lo muestran como un muerto en vida.
Mirilla
(El Don) El don, con mayúscula, es ya para Ernesto Fonseca una deferencia más anecdótica que real. El hombre es más historia que realidad. En cualquier información se cita aquella fotografía con lentes oscuros, sonriendo ante un juez, hundido hasta el cuello.
Fonseca logra su libertad más muerto que vivo. En un sistema que se ensañó contra quien en muchos de los casos, hacía revelar la corrupción de sí mismo.
Primera cita
(DEA) Si Caro quiere paz, que no la busque con los gringos. La DEA insiste en que Rafael Caro es culpable del crimen de su agente y que lo seguirá buscando. No habrá solicitud de perdón que valga (PUNTO)
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