Río Doce.- Después de las elecciones escaló la metralla; luego de las caras tristes y sonrisas triunfadoras, llegó el llanto desconsolado de madres, hermanos, esposas, hijos, amigos. Los montes sinaloenses se volvieron a teñir de rojo como la sangría maldita y recurrente. De Badiraguato a Mazatlán, de Rosario a Escuinapa.
Así, más de medio estado se sacudió y el miedo se extendió por toda la serranía, por muchos de sus pueblos, rancherías y caseríos. Cientos de vecinos abandonaron sus casas y bienes para ubicarse en las cabeceras municipales a la espera de que pase este vendaval violento que dejó un número indefinido de muertos, producto del enfrentamiento de los grupos que comandan los menores, al menos eso se dice en los medios, de las familias de los Guzmán Loera y Beltrán Leyva.
En el vértice de este enfrentamiento entre ambas familias están las fuerzas de seguridad de los gobiernos federal, estatal y municipal, que parecieran actuar bajo la máxima preventiva de “que se maten entre ellos”, pues es imposible creer que no vean a decenas de camionetas cargadas de gente armada trasladándose de un punto a otro del estado, sin que se encuentren o ameriten su intervención. No tiene lógica, cuando frecuentemente hay retenes en los accesos serranos y hay servicios de inteligencia trabajando las 24 horas del día.
Nada, todo pareció transcurrir sin parte militar, sin reporte policial o tareas de pacificación y protección de la población para garantizar los mínimos de seguridad pública. Fueron los personeros de los bandos en conflicto los que sugirieron a los habitantes que abandonaran sus comunidades si no querían quedar en medio de la refriega. Aquellos obedecieron y salieron con lo que podían de La Palma, La Tuna o Arroyo Seco. Después los invita a regresar a sus lugares de origen. Según ellos no había nada qué temer. Algo debe respaldar esta afirmación, aunque de seguro persiste el miedo entre los lugareños.
Más, cuando en plena incursión, el alcalde de Badiraguato recomendó a la prensa no arriesgarse subiendo a la sierra. Sabe lo que sucede en esos montes inhóspitos. La persecución y resistencia estaba en marcha. La madre del Joaquín el Chapo Guzmán salió de La Tuna literalmente volando con destino desconocido. El gobernador aclara que no está secuestrada. Ni lesionada. Qué está a salvo. Aun cuando en su pueblo hay cinco muertos de bala.
Simple estadística, como los siete descuartizados en la sierra del municipio de Rosario, donde nadie sabe nada. Como esas familias velando a sus muertos en medio del llanto y un calor que pronostica el infierno. Una tierra quemada por quienes viven en los centros urbanos. Que exhiben sus camionetas 4×4, su gusto por las armas y la violencia.
Son historias del poder sumergido. Ese que brota cuando menos se piensa como un venero de agua en esos montes. Y su hilo se extiende con rapidez extraordinaria. El que conecta en estos días por la venganza de viejos y nuevos agravios en el Cártel de Sinaloa. La lucha por el territorio luego de que fue detenido el legendario Chapo Guzmán y su jefe de sicarios, Orson Iván Gastélum Cruz, el Cholo Iván.
Allá arriba, en lo más recóndito del anonimato, hay quien mira condescendiente la riña que se traen los hijos de sus antiguos socios. No busca poner orden. Deja que la confrontación siga su curso. Cuando se defina quién es el vencedor, seguramente se sentará y explicará el ABC del negocio y la importancia de la discreción. La necesidad de no calentar plazas, regiones y el necesario respeto de las familias, que se rompió con la llegada de pistoleros a La Tuna, a la casa de la madre del Chapo Guzmán.
De llevar las cosas en lo posible en paz y saber qué tornillo apretar para poner a su servicio a políticos en cargos de gobierno. Saben algunos de ellos en deuda. Hay compromiso no escrito. Conocen cómo se paga la traición, la deslealtad, hacer el loco.
Por eso desde el gobierno, ahora y mañana, cuando suceden estos ajustes entre familias, no se meten literalmente entre las patas de los caballos. Simulan. Hacen declaraciones retóricas, acuden al discurso del estado de derecho, pero no interfieren, dejando que se maten y dejan frecuentemente a la buena de Dios a esos vecinos serranos.
No hay nada qué hacer, es tierra vedada, tierra quemada. Son los procesos naturales de depuración del cártel. Y eso se resuelve en familia. No hay porque hacerse presente, si no es tu problema. Menos, todavía, cuando es después de unas elecciones en la que se apoyó financiando, inhibiendo, ayudando a ganar.
Esperando a que lo político tuviera su tiempo. Su eco de triunfos y derrotas. Ahora está el suyo, exclusivamente suyo, por eso no quieren testigos, ni hay quien lo quiera ser. Quieren el terreno solo. Que nadie estorbe. Hay una nueva guerra en el triángulo dorado, donde ni papeletas electorales quedaron.
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