Makó, como otros pueblos del Imperio Austro-Húngaro, tenía una importante población judía a mediados del siglo XIX. Allí nació, en 1847, uno de los hijos de Fülöp y Elize Pulitzer, a quien dieron el nombre de József. Los Pulitzer tenían una cómoda posición económica gracias a sus actividades comerciales. Algunos años después se mudaron a Budapest.
Sin embargo, cuando József tenía 11 años su padre falleció; al poco tiempo sus negocios se fueron a pique, y la familia se vio reducida a la pobreza. Al llegar a la adolescencia, József trató de enlistarse en el ejército como una forma de ganarse la vida; al no lograrlo decidió emigrar a Estados Unidos, país que entonces estaba en plena Guerra Civil, con un pasaje pagado por las fuerzas unionistas de Massachusetts, que de ese modo reclutaban soldados extranjeros. La idea era enviarle parte del dinero que ganara a su familia.
Así, un día de 1864, el joven de 17 años desembarcó en Boston. Sin embargo, al llegar se enteró de que los reclutadores se quedaban con casi toda la paga que debían recibir los conscriptos; disgustado, se evadió y logró llegar hasta Nueva York, donde se enroló en la caballería. El muchacho casi no hablaba inglés, pero dominaba el húngaro, el alemán y el francés; por suerte para él, casi todo su regimiento estaba compuesto por inmigrantes alemanes y no tuvo problemas de comunicación.
Después de la guerra, Pulitzer desempeñó multitud de trabajos, incluso de ballenero y cuidador de mulas. Su miseria era tal que vendió por 75 céntimos su única posesión, un fino pañuelo, para poder comer. Viajó como polizón en un tren hasta Saint Louis, Missouri.
En esa ciudad trabajó un tiempo como mesonero y comenzó a frecuentar la biblioteca pública, donde estudió inglés por su cuenta y leyó vorazmente. Un día, junto a otros buscadores de trabajo, le pagó a un hombre que les ofrecía empleo en una plantación de azúcar de Luisiana. El grupo abordó uno de los típicos barcos de ruedas de paletas rumbo al sur, pero cuando se encontraban a cierta distancia los obligaron a desembarcar y tuvieron que regresar a pie a la ciudad. Indignado por el engaño, Pulitzer escribió una encendida crónica sobre su experiencia y la llevó al diario en alemán Westliche Post. Él no lo sabía, pero ese sería el inicio de una brillante carrera periodística.
El World Building, uno de los primeros rascacielos y sede los diarios de Pulitzer en Nueva York. A los lados se ubicaban los edificios de otros diarios importantes, el New York Tribune y el New York Times, por lo que la calle recibió el nombre de Newspaper Row, “Fila de los Periódicos”
De Joey the Jew a congresista estatal
En el mismo edificio donde quedaba el Westliche Post había un bufete de dos abogados, William Patrick y Charles Johnson, quienes quedaron impresionados con la escritura del joven Pulitzer; cariñosamente lo llamaban “Shakespeare”. Le dieron un espacio en su oficina y lo alentaron a estudiar leyes en su biblioteca, en una época en que no era necesario ir a la universidad para hacer la carrera de Derecho. En 1868, ya naturalizado estadounidense y con su nombre cambiado a Joseph, fue admitido como abogado.
Sin embargo, su extraño acento y vestuario poco llamativo mantenían alejados a los clientes. Apenas se sostenía con pequeños trabajos de oficina, hasta que el Westliche Post le ofreció empleo como reportero.
Joseph, a quien algunos daban el apodo de Joey the Jew (“Joey el judío”), se dedicó a su labor durante 16 horas diarias y demostró poseer gran talento y energía. Además se unió a la Philosophical Society, y comenzó a frecuentar una librería donde se reunían muchos intelectuales. Allí despertó su interés por la política y, habiendo conocido la miseria, decidió buscar la forma de mejorar las condiciones de vida de la población menos favorecida.
En 1869 se afilió al Partido Republicano, que en ese momento buscaba candidato para un cargo vacante en la legislatura del estado de Missouri. A pesar de que según la ley la edad mínima para el cargo era de 25 años y él tenía 22, fue escogido por sus dotes intelectuales, sinceridad y empuje personal. Realizó una intensa campaña, convocando mítines y hablando directamente con los votantes, y ganó la elección. Fue un típico caso de “sueño americano”: cinco años después de llegar al país ya ocupaba un cargo público de elección popular. Así, Pulitzer ejerció como representante en la asamblea legislativa de Missouri a la vez que ascendía en el Westliche Post , del cual pronto se convirtió en editor-gerente.
Sin embargo, después de dos años como congresista estatal y tras participar en la fallida campaña para nominar como candidato presidencial a Horace Greeley, Pulitzer quedó decepcionado por la corrupción que presenció y se pasó al Partido Demócrata. Poco después dejó la legislatura.
En 1872 adquirió parte de las acciones del Westliche Post , pero al poco tiempo las vendió para comprar dos pequeños periódicos de la ciudad que se encontraban en declive: el Saint Louis Post y el Saint Louis Dispatch . Los fusionó en uno solo para crear el St. Louis Post-Dispatch , al que convirtió en un exitoso foro de defensa del “hombre común” y denuncia de la corrupción. Este diario sigue siendo uno de los más respetados de Estados Unidos.
El Premio Pulitzer es otorgado todos los años por la Universidad de Columbia, Nueva York, con el fin de reconocer la excelencia en el periodismo. Actualmente cuenta con 21 categorías que abarcan literatura, fotografía, música, poesía y dramaturgia, más un premio especial por servicio público. Los galardones por periodismo comprenden géneros como el reportaje de investigación y artículos de opinión.
En la elección de los ganadores, que se anuncian en el mes de abril, participan 102 jueces electos por el Comité del Premio, el cual a su vez está integrado por directores y ejecutivos de los principales diarios de Estados Unidos y seis académicos, entre los que se cuenta el rector de la Universidad de Columbia y el decano de su Escuela de Periodismo.
La medalla del Premio Pulitzer es de oro; una de sus caras representa a Benjamín Franklin, quien en su juventud fue periodista y editor, y en la otra figura una antigua prensa manual.
Medalla Premio Pulitzer
Estampilla emitida por el servicio de correos de Estados Unidos en 1947 para conmemorar el centenario del nacimiento de Joseph Pulitzer. La pieza reproduce uno de sus lemas: “Nuestra República y su prensa ascenderán o caerán juntas”
Época de innovación
En 1883 Pulitzer ya era una figura reconocida. Se mudó a Nueva York, donde compró otro diario en problemas, el New York World. Allí aplicó los principios que había utilizado exitosamente con el St. Louis Post-Dispatch, con un énfasis aun mayor en las historias de “interés humano”, revelando escándalos de corrupción y dando amplia cobertura a los crímenes más sonados, como forma de acercarse al público.
Era una época de gran florecimiento de la prensa: avances tecnológicos como la rotativa de alta velocidad permitían hacer grandes tirajes, la producción en masa del papel bajó dramáticamente su costo, el linotipo aceleró la composición de las páginas, la litografía hizo posible publicar fotos, y el telégrafo y el teléfono trasmitían información al instante desde grandes distancias. Todo ello sucedía mientras el incremento del alfabetismo entre la población generaba una demanda cada vez mayor de noticias. De hecho, Pulitzer creó pronto un diario “hermano” de The World, el vespertino Evening World.
En The World trabajaban los mejores periodistas de la ciudad; una de las más célebres fue Nellie Bly (seudónimo de Elizabeth Cochran), joven pionera del periodismo de investigación, quien entre 1889 y 1890 viajó sola alrededor del globo en un intento de hacer realidad la novela La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne; ella lo logró en 72 días. Sus crónicas atraparon la atención de millones de lectores de The World, que seguían ávidamente sus aventuras en una época en que aún no existían el cine ni la radio.
The World ofrecía secciones de interés para todos: sus grandes reportajes fotográficos —hoy clásicos— denunciaban los padecimientos de los inmigrantes; había una sección del hogar para el ama de casa, cobertura sobre temas de entretenimiento, novelas por capítulos (folletines), y juegos e ilustraciones para los niños (incluyendo la primera tira cómica a color y primera en utilizar los “globos” de texto, The Yellow Kid). Los domingos había un cuerpo para cada miembro de la familia. A partir de 1896 publicó un suplemento dominical a color, The World Magazine, con gran despliegue de imágenes sobre temas de actualidad, ciencia y exploración. Su diseño rompió totalmente con el árido estilo de apretadas columnas típico de la época, e incluso incursionó en lo que hoy llamamos infografía.
La circulación de The World, que era de 15.000 ejemplares cuando Pulitzer lo adquirió, llegó a 600.000 en 1895, la más alta de Estados Unidos. Pulitzer construyó un edificio propio para el diario, el World Building, que con 20 pisos fue durante varios años la torre de oficinas más alta del mundo.
De esta forma, Pulitzer se había consolidado como el editor de diarios más famoso del país. Aunque el estilo de su contenido, en términos contemporáneos, era sensacionalista (énfasis en el impacto emotivo y el dramatismo), Pulitzer insistía en el rol social y la credibilidad de sus diarios. Varias de sus denuncias impulsaron a las autoridades a actuar para mejorar las condiciones de vida de los pobres y los inmigrantes.
Los diarios de la competencia atacaron varias veces a Pulitzer. Charles Dana, editor del New York Sun, llegó a utilizar epítetos antisemitas como “Judas Pulitzer”. Pero estos eran solo gajes del oficio en comparación con lo que vendría después.
Competencia y conflicto
Desde la próspera ciudad californiana de San Francisco, otro editor de periódicos observaba el éxito de Pulitzer. William Randolph Hearst, rico heredero de un magnate, imitó con éxito el estilo de The World tras adquirir un diario en decadencia, el San Francisco Examiner. Logró colocar su periódico en un sitial importante, y entonces se mudó a Nueva York con intenciones de triunfar en la que entonces era la meca de la prensa, como paso indispensable para crear el imperio periodístico al que aspiraba.
Pero su verdadero objetivo no estaba en el mundo de la comunicación, al que veía solo como un escalón hacia la política. Esa fue la época en que, por su creciente influencia, la prensa se volvió realmente el “cuarto poder”; Hearst, ambicioso y sin escrúpulos, aspiraba a ser electo algún día senador, y desde allí competir incluso por la Casa Blanca.
Al llegar a la gran ciudad en 1895, Hearst compró el diario New York Morning Journal, y aplicando las recetas de Pulitzer lo convirtió en poco tiempo en una fuerte competencia para The World, a un precio mucho menor: un céntimo, en lugar de los dos céntimos de los diarios de Pulitzer.
Pero Hearst desarrolló un estilo más agresivo: no conforme con el sensacionalismo, su redacción a veces se inventaba historias y reportajes, falsificaba fotografías, difundía rumores y plagiaba noticias de otros periódicos. Peor aún, convenció a los mejores periodistas de The World —incluyendo a todo el equipo de la sección dominical— de irse a trabajar en el Journal, ofreciéndoles mejores salarios, un mayor relieve para sus nombres y otras prerrogativas. Pulitzer vio cómo lo despojaban de sus mejores talentos, y además debió reducir el precio a un centavo para no seguir perdiendo lectores.
Entonces llegó la guerra hispano-estadounidense de 1898. Cuba se encontraba en rebelión contra España, y Estados Unidos envió su buque de guerra Maine para proteger sus intereses allí. Mientras estaba anclado en el puerto de La Habana, el Maine intempestivamente estalló y se hundió, causando muchas muertes. El World y el Journal, ya encarnizados competidores, usaron al extremo el sensacionalismo para aumentar su circulación, y acusaron a España de la tragedia; aunque los historiadores no atribuyen exclusivamente el conflicto a esta “guerra mediática”, sí tuvo un papel al inflamar las pasiones del público y presionar al presidente McKinley a declararle la guerra a España.
El resultado fue una rápida victoria militar para Estados Unidos y la independencia de Cuba, pero tanto Pulitzer como Hearst terminaron perdiendo enormes cantidades de dinero en su esfuerzo por hundirse mutuamente.
Este no fue el último capítulo de las dificultades para Pulitzer. Al año siguiente, 1899, los “defensores del hombre común” se vieron enfrentados a los vendedores (“pregoneros”) de periódicos, en su gran mayoría niños muy pobres, quienes exigían un aumento del mísero porcentaje que les quedaba de las ventas. Estos jovenzuelos organizaron una huelga que paralizó la distribución del World y el Journal. Los dos emporios de la prensa tuvieron que ceder, y tanto Pulitzer como Hearst vieron su imagen muy dañada ante la opinión pública.
Hearst continuó desarrollando su imperio periodístico, que sigue existiendo en la actualidad; pero su carrera política nunca despegó, en buena parte debido a su mala reputación, escándalos amorosos y uso frecuente del chantaje. En la década de 1930 llegó a coquetear con el nazismo: visitó a Hitler en Berlín y publicó columnas de dos líderes de su régimen, Hermann Goering y Alfred Rosenberg.
ESA FUE LA ÉPOCA EN QUE, POR SU CRECIENTE INFLUENCIA, LA PRENSA SE VOLVIÓ REALMENTE EL “CUARTO PODER”
DOSSIER
Legado
En sus últimos años, la salud de Joseph Pulitzer se deterioró, y además perdió la vista; sin embargo, seguía tomando algunas decisiones sobre sus periódicos. Falleció el 29 de octubre de 1911 a los 64 años de edad.
Cuando su final estaba cerca, Pulitzer quiso dejar un legado para la posteridad. Ya en 1892 le había ofrecido un fondo a la Universidad de Columbia con el fin de crear la primera Escuela de Periodismo del mundo, pero la propuesta fue rechazada. Diez años más tarde insistió con la idea, y esta vez el nuevo rector de la institución la aceptó. Pulitzer estipuló en su herencia un fondo de dos millones de dólares para crear la nueva profesión, lo cual se hizo realidad un año después de su muerte, en 1912. La Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia es hoy una de las más respetadas del mundo.
Pulitzer creó además un fondo de 250.000 dólares destinado a premiar los mejores trabajos periodísticos. El Premio Pulitzer se otorgó por primera vez en 1917 y es, sin duda, el más prestigioso que se otorga en el ámbito de la comunicación social.
El legado de Hearst y Pulitzer terminó siendo absolutamente divergente. Mientras hoy solo se recuerda a William Randolph Hearst por el patético retrato que de él hizo Orson Welles en el clásico filme Citizen Kane, el nombre de Joseph Pulitzer estará por siempre asociado a la excelencia en el arte de la comunicación.
En 1885 Pulitzer lanzó una campaña que exhortaba a sus lectores a contribuir con los fondos necesarios para instalar la Estatua de la Libertad, monumento que Francia había obsequiado a Estados Unidos pero con el que el gobierno no sabía qué hacer. La respuesta fue entusiasta: 120.000 personas aportaron los 100.000 dólares requeridos para construir el pedestal en la isla Bedloe (hoy Liberty Island), a la entrada del puerto de Nueva York.
Caricatura de la época que representaba a Pulitzer con una pequeña rotativa en la mano, y las páginas de The World envolviendo al mundo. El diario declinó y dejó de existir en 1931. Uno de sus bisnietos, Joseph Pulitzer IV, fue directivo del St. Louis Post-Dispatch hasta 1995
Un ejemplo extraordinario de diseño adelantado a su tiempo es esta portada del suplemento The World Magazine de 1907, con una incipiente infografía de los edificios más altos de la ciudad en la que se preguntaba: “¿Cuánto puede escalar Nueva York hacia el cielo?”
Sin escrúpulos: William Randolph Hearst degradó el periodismo y perjudicó a Pulitzer
Fuentes:
Encyclopaedia Judaica, vol. 13 (1973). Jerusalem: Keter Publishing House.
www.columbia.edu
nyc-architecture.com
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Stephanie Curvelo
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