A Gustavo, que se fue sin avisar.
Cuauhtémoc Villegas Durán/Días de Gloria.
Los jeeps del ejército en la época de paz, todavía en los tiempos del PRI, allá en los 80´s, llegaron a Huanusco, enclavado entre miles de cañones allí, en el cañón de Juchipila, en el gran estado de Zacatecas.
Los cañones de los rifles por su parte apuntaban al cielo. Algunos guachos era la primera vez que conocían esas tierras de Dios cuando circulaban por la carretera panamericana y de pronto, llegaron al palacio de gobierno el que tomaron como su base de operaciones el salón de usos múltiples aunque servia más que nada para los bailes donde se llenaba el piso todo de orines de tan chico, en una incongruencia de la funcionalidad del espacio arquitectónico y la corrupción del sistema.
Pidieron un guía para ir a destruir un plantío de marihuana en lo mas profundo de la sierra Madre Occidental, esa que ve azul desde Huanusco.
Bajaron y llegaron a la casa de enfrente del templo, la que servia para oír misa o disparar al cura en tiempos de la cristiada al mismo padre dando misa, lo que nunca sucedió pero pasó muchas veces por la cabeza de los agraristas. La casa de los líderes agraristas, la casa de mi abuela Sara, la casa donde noviaba Bonifacio Villegas. La casa sola, la casa triste hoy donde habitan ya solo todos esos muertos que hicieron la historia del pueblos y la región. Bonificio con su esposa y su hijo José Reyes y sus sueños de liberar aquellas tierras de la tiranía de los Díaz de León y sus cuatro haciendas dominándolo todo. La casa de Gustavo con sus noches de vida y sus días de descanso en una corta pero imcomparable fiesta. la casa de los espíritus de los cientos de venados desollados luego de largas cacerías nocturnas en camionetas o largas caminatas de día hasta encontrar el punto donde emboscar los animales. La casa odiada por los caciques Medina desde lo tiempos de Manuel Medina viudo de Prudenciana, primer cacique en el siglo XVIII de esta región indígena apenas domada a sangre y fuego. La casa de los amigos, la casa de las borracheras. La casa de paso rumbo al Volador a la cacería, a la pesca, la diversión, el amor. La casa donde los zapatistas se alojaron cuando hicieron un mitin con su pasamontañas. Esas caras que se se despojaron del pasamontañas ya durante la plática.
Allí estaban las armas más pesadas del pueblo y tocaron la puerta abierta buscando al joven ingeniero agrónomo aunque los recibió el jefe de armas, don Gregorio Ventura, quien tenía los rifles del ejército, creyó que habría una emergencia o desgracia. Allí tenía los los rifles 223 marcados y numerados con pintura verde del ejército, estaban allí, Gustavo vio el suyo, El Obispo cuando salió a recibir a los militares.
– Digame jefe.- Dijo Gustavo.
– Ocupamos que nos lleve a las tierras de fulano de tal.- Dijo el comandante de la operación, El capitán Salgado Salinas.
– Como no.- contestó Gustavo quien se subió a uno de los jeps.
Ya en la brecha sinuosa que se elevaba poco hacía al punto más alto del estado los militrares le dijeron al guía:
– Saque la miel amigo.
– Como no.- Contestó Gustavo, aliviado de no tener que esconderse de ellos para fumar. Ya conociéndolos sabía que podía ocurrir. Se pararon y forjaron cada quien su cigarro que se fumaron en el camino mientras observaban el verdor de los guaches, los mezquitez, lo nopales, los guizaches, los sembradíos de maíz con calabaza, los pitayos, los cintos de indio, los guayabales, los pastos en la hondonadas de los cañones y el pueblo que se perdía en el fondo donde ya sólo se veía el resplandor de los autos en la carretera, allá en el fondo del cañón de la carretera panamericana.
Ya marihuanos, llegaron al plantío y escogieron las mejores plantas, lo demás lo quemaron, mientras su boca se resecaba al punto de no poder despegarla y tener que tomar agua para hablar.
Ya de regreso en el salón de usos múltiples volvieron a llamar al guía: a quien recibieron amable y agradecidamente:
-Escoja su planta.
Gustavo escogió la más grande: aquella que tenía colas de 70 centímetros y que apenas podía empuñar en su mano que se llenaba de hachis y del olor dulzón de la “verde limón”: entonces ellos empacaron cada quien su planta en su mochila y procedieron a abandonar el pueblo.
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