Al inicio de El Principito (The Little Prince/Francia/2015), desde lo más alto de su casa, un pequeño espacio para ver las estrellas, un anciano le envía a una niña un escrito en una hoja de papel en forma de avión, con la intención de hacerse su amigo y, molesta, ella cierra la ventana de su cuarto, pero él alcanza a gritarle que sólo es el principio de una historia que nadie entiende.
Parece ser que lo que el escritor del clásico libro, Antoine de Saint-Exupery, trató de decir desde 1943, cuando publicó su texto, Mark Osborne, director de esta adaptación cinematográfica, considera que es tan indescifrable para los espectadores, que tuvo que mezclarla con la vida de una niña a la que le (y nos) explica paso a paso la filosofía de El Principito, a ver sí así le (y nos) queda clara, cuando eso no es necesario.
Luego de que el aspa de un avión entra a la cocina de su casa dejando un enorme hueco, porque un aviador, su vecino de al lado, intenta echar a volar el aeroplano que tiene en su patio, una pequeña niña recibe de él un frasco lleno de centavos como pago del desperfecto, en el que encuentra unos objetos extraños.
La mamá, que trabaja todo el día, quiere lo mejor para su hija, y con tal de que la acepten en la mejor escuela, le programa actividades durante las vacaciones, con las que la niña estudia todo el día y no tiene tiempo para jugar, además porque no conoce a nadie en su nuevo vecindario, por lo que siempre está sola.
Un día entra por su ventana un avión de papel con el inicio de una historia ilustrada con los objetos del frasco. Aunque lo lee, no le parece y lo tira a la basura, porque fue su vecino quien la envía, pero después se interesa en ella y en saber más acerca del aviador.
La pequeña se olvida de sus deberes y pasa todo el día con su nuevo amigo, quien le cuenta sobre El Principito, ese niño que conoce en el desierto, donde su avión se descompone, y que le enseña muchas cosas de cómo vivir.
Los problemas empiezan cuando el anciano se enferma y la niña lleva a cabo un curioso plan para ayudarlo, y su mamá se da cuenta que no cumple con sus tareas.
Es interesante cómo, para referirse al presente, la cinta se realizó con una excelente animación, cuidando al máximo los detalles, de una semejanza con la realidad impresionante: desde cada uno de los objetos en el interior de las casas hasta el exterior de las viviendas, la ciudad, los autos, y para abordar lo relacionado con El Principito (el pasado del aviador), lo hace en stop motion.
Es destacable también el contraste de cómo viven los personajes: la niña, de manera monótona, limitada (su casa está en un fraccionamiento), cuadrada (como su vivienda), privilegiando las obligaciones; y la del aviador mucho más relajada y libre (lo que más quiere está en el patio), destacando las actividades que se hacen por placer (apreciar las estrellas).
Aunque la cinta es buena, El Principito no necesita de nada más para ser una historia atractiva para niños y adultos, de ahí que todo lo referente a la niña y al aviador en su vejez no tiene razón de ser, menos si la intención es explicar la obra de Saint-Exupery. Vaya a verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.
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