—¿Y andaba metido?
—Sí y no.5656
Para algunos familiares cercanos, Francisco Aceves Urías o Francisco Aceves Araujo, conocido como el Barbarino, estaba distanciándose de la vida criminal. Por eso, aseguran, andaba solo el día en que fue asesinado, en el estacionamiento del restaurante Cayenna.
Para otros que lo conocieron desde joven, fueron muchos los deudos que sembró en su larga trayectoria criminal: unos 200 ejecutados, dicen. Lo describen como cabrón, avezado y peligroso. Lo cierto es que ese día, sus diez, veinte pistoleros con los que se hacía acompañar, ya no lo escoltaban.
“Por eso y porque se convirtió a Dios. Por eso no respondió a sus atacantes, no se defendió”, señaló uno de los entrevistados. Sin embargo, el día de su muerte le fue encontrada una pistola escuadra y cinco cargadores hasta el tope.
Otro familiar señaló que tenía meses, tal vez un par de años, queriendo dejar la vida delictiva. Aun así, versiones extraoficiales señalan que un comando lo atacó a balazos el año pasado y él y sus escoltas repelieron la agresión, con un saldo de cuatro muertos.
Vivir en el filo
De joven, cuando el sicariato ni siquiera asomaba en la vida local, el Barbarino ya aparecía como un hombre duro y beligerante. En la colonia Díaz Ordaz, donde vivió temporalmente, se dedicaba junto con otros de su camada, a rapar cholos. Los viejos cholos de esas calles lo confirman: le temían. Pero en este sector, por las calles 12 y 13, nadie dice conocerlo. Nadie sabe de él. No lo recuerdan. Cierran puertas y ponen candados a sus bocas.
Tendría entre 25 y 30 años cuando asesinó, como lo dicen las autoridades de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), a Ramón Eduardo Verástica Valenzuela, subdirector de la Policía Municipal de Culiacán, cuando Alfonso Carlos Ontiveros Salas era el titular de esa corporación.
Verástica, joven, carismático y abogado, muy querido entre la tropa de agentes, había emprendido una campaña de destrucción de plantíos de mariguana en la zona cercana a la ciudad, y en esa serranía no tan prolongada que anuncia el nacimiento de la Sierra Madre Occidental, al oriente y sur de esta ciudad capital.
Presuntamente, le llegaban avisos anónimos, denuncias telefónicas, sobre los plantíos de enervantes. Y luego de confirmar, investigar, avisaba a la Procuraduría General de la República (PGR) y ésta se veía obligada a enviar a los agentes de la Policía Judicial Federal, para destruirlos.
Por eso, porque pareció servir a una organización criminal en detrimento de otra, o porque afectó intereses del narcotráfico, fue asesinado. El 24 de agosto de 1993, alrededor de las 13 horas, cuando circulaba de poniente a oriente por la calzada Aeropuerto, a pocos metros del cruce con la carretera a Eldorado —en la zona conocida como Gas valle— fue emboscado.
Su cadáver y el de uno de sus fieles escoltas, de nombre Felipe Gil Cruz, de 23 años y originario de Puebla, quedaron en los asientos delanteros de la camioneta Suburban blanca, cuya carrocería y cristales fueron prácticamente desintegradas a golpes de proyectiles calibre 7.62, para fusil AK-47.
Dos vehículos usaron los integrantes de ese comando para ultimar a los uniformados. Una Suburban blanca, que había sido robada en Sonora y que era propiedad de la Asociación de Agricultores del Valle del Yaqui. El otro fue un Gran Marquís rojo. Desde uno de los lados y por delante, fue el ataque a balazos. No hubo tiempo de reaccionar.
Verástica quedó con alrededor de ocho lesiones de bala, según información del Ministerio Público. Su escolta murió después, cuando era atendido en el Hospital Regional del IMSS. La mano del subdirector se quedó apretando el micrófono del aparato de radiocomunicación. Minutos después y por ese mismo sistema, en los radios portátiles de los agentes que estaban en el lugar del doble asesinato, se escuchaban estrofas de un corrido de narcos a través de un aparato que habían hurtado. También se oyeron voces que gritaban ¡“Ya regresamos y no respetamos gobierno”!
Al Barbarino le dedicaron un corrido, Regalo caro y se dijo en los mentideros del bajo mundo que había sido en honor a ese crimen.
Tú le estorbas a mi jefe/ y matarte lo he planeado/ toda la gente del Chaca/ donde quiera te ha buscado/esta vez vengo por ti / té eres mi regalo caro/ Se agarraron a balazos/ Barbarino tuvo suerte/ en la frente del bandido/ se le dibujo la muerte/ y lo subió a su Marquis/ para llevárselo al jefe.
No tengo mucho dinero/ para regalarle un carro/ discúlpeme usted señor/ estos presentes son caros/ abra la cajuela jefe/ este es mi humilde regalo.
Los primeros diez
Ya en ese momento, las fuentes oficiales lo confirmaban. Barbarino, conocido pistolero del Cártel de Sinaloa, tenía en su haber diez asesinatos. O al menos eran los que le acreditaban las autoridades.
“La figura que la Procuraduría General de Justicia del Estado hizo circular del presunto autor material de Ramón Eduardo Verástica Valenzuela, Francisco Aceves Avilés (a) el Barbarín, el Barbarillo y/o el Panchillo, (es) presunto homicida de cuando menos diez personas más”, reza la nota publicada por el diario Noroeste, días después de este asesinato, y firmada por Óscar Rivera Inzunza e Ismael Bojórquez Perea.
“Aceves Avilés, según fuentes dignas de crédito, fue también uno de los partícipes directos en el atentado a Gustavo Arturo Rico Urrea, ocurrido sobre el bulevar Emiliano Zapata, a pocos metros del puente a desnivel, de esta ciudad. En el ataque, donde murió el chofer de Rico Urrea, según establece información filtrada en las filas de la PJE (Policía Judicial del Estado) participó además de Aceves Urías un sujeto apodado el Guacho”.
Entre los homicidios que se le acreditan está también el de un jefe de grupo de la entonces Policía Judicial, en Villa Universidad. Las autoridades difundieron retratos hablados de los dos asesinos que participaron en el asesinato de Verástica. Además, informaron que el Barbarino había sido pistolero de Luis Héctor Palma Salazar, conocido como el Güero Palma, durante 1989 y 1990.
Pleito personal
Responsable de las pesquisas en torno al homicidio de Verástica, Francisco Javier Bojórquez Ruelas le pisaba los talones a Francisco Aceves. Aquello, de acuerdo con testigos de estas rencillas, parecía un asunto personal, más que la intención del entonces jefe de investigaciones de la Policía Judicial de aplicar la ley y detener al gatillero.
“Bojórquez Ruelas le tenía marca personal. Hasta lo retaba. Hablaba por teléfono con el Barbarino. Yo le decía que no era asunto personal, que no lo tomara así. Que entendiera que él se debía a una institución y así debería enfrentar este caso. Pero nunca entendió”, manifestó una de las personas que convivió de cerca con el Flaco, como también llamaban a Bojórquez.
En una ocasión, agregó, hablaron por teléfono y quedaron de verse para partirse la cara. El lugar acordado era la Y griega, donde fue asesinado a balazos Pedro Avilés, camino a Tepuche. Bojórquez sí fue. Quien faltó, cuentan jefes policiacos de entonces, fue el Barbarino.
Dos años después, en 1995 y siendo aún jefe de Investigaciones de la Judicial, Bojórquez fue muerto a balazos. Fuentes allegadas a las indagatorias indican que fue Ignacio Coronel, a quien detuvo junto a un con un grupo armado que viajaba del norte del estado hacia Jalisco, quien mandó a que lo asesinaran.
Vida empresarial
Aceves Urías o Aceves Araujo tenía varios negocios. En la década de los 80 era dueño de un taller automotriz ubicado por la avenida Álvaro Obregón, a pocos metros de la calle Novena o Universitarios, en la colonia Tierra Blanca. Más recientemente, en la Sección Amarilla, aparecen dos negocios de grúas para automóviles, en la comunidad de Pericos, por la carretera a Badiraguato número 43, municipio de Mocorito, y en Costa Rica, en Culiacán, a su nombre.
De 2010 a la fecha, investigaciones de la Policía Ministerial del Estado lo ubican como jefe de una de las células que se dedican al robo de gasolina, en ese corredor de ductos de PEMEX entre Pericos, El Tamarindo, Recoveco y esta ciudad capital.
Sangre y rejas
Fuentes extraoficiales indican que Francisco Aceves cayó preso en Monterrey, Nuevo León, en el 2005, junto con otros pistoleros, a quienes además les aseguraron droga y armas. En noviembre de 2013 y luego de un enfrentamiento a balazos donde el Barbarino recibió dos balazos en una nalga, uno de los atacantes fue internado herido de bala en la Clínica Santa María, ubicada por Francisco Villa y avenida Corona, en el centro de la ciudad capital.
Hombres armados llegaron a la clínica y sacaron al lesionado, a quien le dispararon a corta distancia. El occiso fue identificado como Jesús Alonso Rivera Ruiz, de 39 años y originario de La Lapara, Badiraguato. Fue la madrugada del 10 de noviembre de 2013 y todo se había originado por un supuesto enfrentamiento entre Rivera y Aceves, y sus respectivos grupos armados.
La víctima quedó boca abajo, con un fusil automático AK-47 en la espalda, cargador de disco y lanzagranadas. Otras versiones indican que en esta refriega fueron cuatro las personas que murieron, pero esto no fue confirmado.
Regalo caro
Lucieron los gigantescos arreglos florales, las coronas y los nombres de quienes las enviaron. Puro patrón, señor, jefe en las siglas escritas en los listones: JGL, entre ellos. Funeral de lujo para un hombre de fuego y plomo. Rosas rojas y blancas para un hombre que yacía con el plomo en el índice.
Dicen que tenía 55 años. Llegó en su automóvil blanco, de modelo reciente, Tiida gris, placas DRZ-1308, de Sinaloa. Aparentemente fue citado ahí, en el estacionamiento del restaurante Cayenna, junto al Panamá del malecón nuevo. Pero cuando vio a los agresores cerca, quiso huir. Le dispararon con fusiles AK-47. Primero de lejos y luego de cerca, para asegurar.
Al panteón Jardines del Humaya llegó el cortejo luego de estar en un lugar al que llaman La pista, en Mocorito, la tarde del jueves. Unos cincuenta vehículos: viejos, no tan viejos, y varios, muchos marca BMW y de lujo. Entre hombres y mujeres de negro, el niño Jassiel Avilés, quien ya interpreta corridos y piezas de la llamada onda grupera, le cantó su Regalo Caro.
Un hombre que parecía sacerdote rezaba: Gracias señor por prestarnos este ser inolvidable, gracias Francisco por la presencia y el amor que viniste a regalarnos. Llantos que no cesan. Caras largas que se alargan. Inquietud expectante y desconfianza, en esas miradas. La banda sonaba… Nadie vuelve del sueño profundo. Y mientras, el ataúd de maderas finas bajaba y bajaba, las cervezas y los tragos de botella de vidrio se evaporaban en las ardientes gargantas.
—¿Barbarino estaba metido o no?
—Sí y no. Era un hombre de familia, como que se estaba retirando.
Matón… y ‘noble’
Genaro Aceves Araujo es hermano del Barbarino. Dio un discurso durante el funeral y ahí aseguró que ese hombre que ahora enterraban se había arrepentido y convertido a Dios. Y por eso era perdonado.
“Creo que el hombre en su naturaleza humana tiene un destino y cada quien tiene el suyo en su tiempo, que no es cosa del hombre sino de Dios mismo”.
—Pero decías en tu discurso que él quería cambiar en los últimos días…
—Sí, él acepto a Jesucristo. Compartí con él la palabra de Dios y se entregó a Dios, por eso no disparó. En otras circunstancias hubiera disparado él. Quería cambiar su vida por su familia, vivir diferente. Él cambió en los últimos meses. Porque cuando el hombre se arrepiente Dios lo perdona.
–¿Qué piensas de lo que se dice de su vida, que era un asesino?
–Creo que a Francisco, Dios le puso ese corazón de valiente, pero una nobleza extraordinaria. Si platicas con la gente, él fue un excelente amigo y ayudó a todos los que pudo, empezando por la familia… lo que se dice de él es un poquito de lo que la gente misma por cultura empieza a decir, pero en su corazón fue un hombre noble, que mató porque lo atacaron, se defendió siempre.
Yo no soy perfecto, no hay uno solo. El que esté libre de culpa que arroje la piedra primera, si es que quieren juzgar.
—¿Y por qué lo mataron?
—Creo que alguien ya no quería la vida de él, porque le tenían temor, era bueno para disparar, seguro, certero, tenía mucho valor, rápido. Pero el asunto está que para mí no era un mal hombre, a pesar de que mató gente pero para defenderse.
—¿Qué le pides a las autoridades?
Dejemos en las manos de Dios todo esto. Yo la oración dice hay que atar el espíritu de muerte: que no venga contra la familia, que no haya venganza porque no tiene fin.
—Estás hablando de asuntos de la religión, ¿y en la tierra, a las autoridades?
—No tiene idea el gobierno lo que es el reino de Dios y el reino de las tinieblas porque la misma autoridad mata gente y en ocasiones gente inocente.
Hay una cosa: Romanos 13 dice “no hay autoridad sino de parte de Dios y las que por él han sido instituidos…”.
“El gobierno no está para infundir temor al que hace el bien sino al que hace el mal. Dios va a hacer justicia aunque el hombre es injusto, porque muchas veces hay gente en la cárcel que es inocente, hay gente que ha muerto y los que mataron siguen en el camino”.
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