Un gran tratado entre la Unión Europea y Estados Unidos está levantando oposición en Europa. El Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones, conocido como TTIP, TAFTA o ACTI, genera temor a perder los derechos conquistados. Visualiza o descarga en PDF el número de febrero de el mensual. ECO Actividad social ¿QUÉ ES ESTO? 60% 12 +1 523 639 43 JAVIER RADA. 30.01.2015 – 08:59h Por filtraciones de plataformas como Wikileaks o Filtra.la, en 2014 conocimos la materia secreta de este tratado. Un mandato que otorgaba competencia exclusiva a la Comisión Europea para negociarlo. Un intrigante acuerdo de libre comercio e inversiones entre Europa y EE UU. La Unión Europea ha prometido que no se cruzarán las líneas rojas y que nuestros valores están protegidos en la negociación. Sin embargo, a nadie se le escapa que no se trata de un simple tratado comercial. Tanto por el tamaño del socio (Estados Unidos) como por su ambición, al querer renovar, armonizar o converger las barreras protectoras que dificultan los intereses del comercio en el Atlántico norte, estamos frente algo nuevo y con un potencial de impacto gigantesco. El objetivo es crear un área comercial con 800 millones de consumidoresLa ciudadanía europea está en alerta, sumida en un proceso de deterioro social y con su blindaje social, el estado del bienestar, dañado por años de crisis. La desconfianza crece en un planeta en el que el 1% de la población tendrá para 2016 más dinero que el 99% restante, según el último informe de Intermón Oxfam. Algunos de los sectores que quieren liberalizar son los que cuentan con más milmillonarios, como por ejemplo las industrias farmacéutico-sanitarias, los que en mayor medida han invertido en lobbies. Lo llaman TTIP, TAFTA o ACTI, acrónimos del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones que se ha estado negociando a puerta cerrada entre la Unión Europea y EE UU. Distintos nombres para un único propósito multisectorial: crear un área comercial con 800 millones de consumidores. El objetivo del acuerdo es negociar puntos en común entre dos bloques económicos muy importantes pero con tradiciones regulatorias distintas. Quiere establecer el faro comercial de Occidente a juicio de sus defensores, facilitando el crecimiento, liberalizando servicios y defendiendo al eje atlántico del creciente poder asiático. Será una “constitución de las multinacionales” o un “caballo de Troya” que definirá un orden legal por encima de derechos sociales y medioambientales, alegan sus detractores. El contenido, de momento, es secreto Su contenido real se encuentra aún oculto en las sombras de las negociaciones, y por eso los críticos juegan con las metáforas y lo llaman “tratado vampiro”. La reconocida politóloga estadounidense Susan George habla del efecto Drácula. “Si sacamos el vampiro a la luz del día, retrocede y se muere”, ha afirmado en foros internacionales en referencia a que la ciudadanía nunca aceptaría sus términos. Una crítica que no tiene sentido para quienes defienden esta “oportunidad única”, ya que el tratado tendrá que ser ratificado por el Parlamento europeo y los nacionales de los 28 estados miembros. Debe ser aceptado en su totalidad y sin enmiendas. Los parlamentarios solo pueden acceder a partes del mismo en una sala de lectura cerrada, de la que no se pueden extraer fotografías ni documentos. La UE ha iniciado una campaña para mejorar la comunicación pública desde que ocupa el cargo la nueva Comisaria de Comercio, Cecilia Malström. Bajo su mandato han contraatacado, conscientes de que están perdiendo a la opinión pública. El tratado debe ser aceptado en su totalidad y sin enmiendas por los 28 miembros de la UE El TTIP busca establecer el mayor mercado libre del mundo entre Europa y Estados Unidos, un intento de negociación integradora, eliminando las barreras arancelarias o buscando una mayor armonización regulatoria, es decir, aquellas leyes de protección social, laboral, medioambiental… que impiden u obstaculizan el comercio libre entre distintos marcos normativos. La UE asegura que no se trata de convencer al otro de cambiar sus respectivos sistemas, cosa difícil por su amplitud de materias. El tratado aspira a liberalizar los servicios y las inversiones. Los aranceles son en realidad muy bajos entre ambos (alrededor del 3%), así que el beneficio está en crear un denominador común en los estándares regulatorios y burocráticos u otorgar mayor flexibilidad al acogerse a una normativa. Abrir el pastel de la contratación pública a corporaciones extranjeras. Lograr que las empresas puedan moverse con mayor libertad bajo un reconocimiento mutuo. Un complicado juego de desregularizar y regularizar, de quitar y poner barreras, de establecer derechos y minar otros. De ganadores y perdedores. “El hecho de que se haya negociado en secreto no es en sí negativo. Así se han negociado estos acuerdos sin generar mayores problemas. Se trata de no enseñar las cartas a la otra parte. Creo que ha sido una cuestión más de inercia, lo que no excluye que sea buena la transparencia y el debate público”, explica el Jordi Bacaria, director del think tank (laboratorio de ideas) CIDOB de Barcelona. Por este secretismo, alejado de los pilares de transparencia del reglamento europeo, como la Regla 1049/2001, que establece que los documentos de la UE deben ser en mayor medida públicos, acusan al TTIP de oscurantismo. “Hay elementos importantes que nos ocultan, el propio negociador por parte de la Unión Europea, Ignacio García Bercero, reconoció que los documentos relacionados con las negociaciones estaría cerrados durante 30 años. Ahora intentan tranquilizarnos edulcorando el tratado. No les creemos, porque lo que prometen no cuadra con la esencia del acuerdo. Está hecho a medida de las multinacionales”, explica Carlos Ruiz Escudero, de la organización Attac Miedo a las posibles consecuencias Las críticas han crecido en la UE por el temor de que acabe dándole la estocada al estado del bienestar, o entregando a las corporaciones el poder de demandar a los gobiernos mediante tribunales especiales privados. Estos sirven para denunciar a los Estados si legislan o actúan en contra de los intereses de las compañías, los presentes y también futuros, el llamado lucro cesante. Son los mecanismos de disputa entre Inversores y Estado (ISDS), y con los que Malmström ha llevado una política errática, publicando posiciones en contra para después retractarse de ello. “Es un chantaje y un secuestro de la soberanía. Esto implicaría que si en el futuro queremos legislar contra las emisiones de CO2, por ejemplo, pagaríamos a las petroleras sus pérdidas. Institucionalizaría lo que ha ocurrido con el almacén de gas Castor, que lo estamos pagando los españoles”, explica Ruiz Escudero. Sus defensores afirman que estos tribunales no siempre dictan sentencia a favor del ámbito privado, aunque los árbitros estén compuestos por miembros del sector. Según la ONU, en 2013 dictaron un 43% de sentencias a favor de los gobiernos. Este tipo de mecanismos de demanda (inversor-Estado) están vigentes en varios tratados, algunos ratificados por la UE. La multinacional francesa Veolia, por ejemplo, ha demandado a Egipto por subir el salario mínimo de 41 euros mensuales a 72 mediante un sistema similar. Las corporaciones podrían denunciar a los estados en tribunales especiales por actuar en contra de sus intereses La oposición se ha movilizado a lo largo de toda la UE y también en los Estados Unidos. En diciembre, la coalición StopTTIP, que agrupa a más de 300 organizaciones de toda Europa, entregó más de un millón de firmas a la Comisión Europea en el simbólico día del cumpleaños de su presidente, Jean-Claude Juncker. Las firmas exigían el cierre de las negociaciones y que no se aprobara el CETA, un tratado de libre comercio cercano al TTIP que ya ha sido firmado con Canadá, aunque no se ha ratificado. Como ocurre con estos tratados, el TTIP viene plagado de promesas de prosperidad: los estudios más optimistas, como los de la Fundación Bertelsmann o de la propia Comisión, esgrimen un crecimiento del entre el 0,5 y el 1% del PIB europeo (unos 119.000 millones anuales), y la suma de 545 euros anuales a la renta familiar de los europeos. “Tradicionalmente, abrir el mercado ha generado más crecimiento aunque habrá ganadores y perdedores, como ocurrió cuando entramos en la UE. Sería importante que se tuvieran en cuenta mecanismos de compensación”, explica Federico Steinberg, analista del Real Instituto Elcano. Otros estudios auguran lo contrario. Un informe de la Universidad de Tufts (EE UU), a cargo del investigador Jeronim Capaldo, calcula que se perderán alrededor de 600.000 puestos de trabajo en la UE, entre otros efectos negativos para la economía y la vida social europea. El miedo es a la pérdida de derechos, ya que, a juicio de sus detractores, no parece plausible que EE UU quiera asumir una legislación más garantista en el ámbito laboral, ni que Europa desee regular los servicios financieros como hiciera Obama después del crack de 2008. Los críticos alertan de que el TTIP apuntalaría la desigualdad y que sería una subasta de derechos a la baja. “Intentan engañar a la población diciéndole que esto no les afectará. Nos convertirán en mercancía. Este tratado nos devuelve a un escenario propio del siglo XIX en algunas cosas, un cambio radical contra los derechos conquistados en Europa en el siglo XX”, explica el profesor de economía de la Universidad de Barcelona, Ramón Franquesa. “Lo que buscan es convertir en derecho lo que ya es una realidad de facto, proteger las inversiones a ultranza hasta extremos inconcebibles”, añade Ruiz Escudero. Un tratado internacional de estas características tiene jerarquía normativa, por lo que la legislación nacional y europea debería adaptarse a sus términos. La presión de las multinacionales Más que un tratado parece por tanto un lienzo, un panel de nuestros miedos presentes y futuros. Como en un cuadro de Goya, sus detractores invocan en él los desastres de la era moderna: precariedad, privatizaciones masivas, alimentos transgénicos, fracking, cesión de la soberanía, productos prohibidos (como el pollo clorado), dumping social (o cuando una empresa puede contratarte en tu país bajo las reglas laborales de un socio con menor protección social), energías sucias, malestar animal, desprotección del consumidor, destrucción de la pequeña empresa al no poder competir contra gigantes, pérdida de negociación de los sindicatos… La Unión Europea ha respondido publicando documentos con el objetivo de prometer a la ciudadanía que nunca negociaría en contra de las leyes vigentes. En principio, todo apunta a que dejará elegir su modelo público y normativo a los estados miembros mediante la creación de listas negativas, es decir, aquellos sectores que no quieren que sean liberalizados. Elemento, que según los críticos, implicaría que todo aquello que no estuviera en esas listas no podría ser excluido en adelante de la privatización. No obstante, a falta de la letra pequeña del tratado, que es donde el derecho tiene sus dominios, nos falta mucho por conocer. El TTIP podría cambiar el escenario geopolítico, porque va más allá de lo económico “Como en todos los miedos, tiene una parte de irracional. Creo que surge por el tamaño del otro socio. Existe el temor de que sea él quien se coma a Europa. Pero estamos ante unas negociaciones muy simétricas. Lo importante es que la suma de las ventajas supere a la de las desventajas… Podría cambiar el escenario geopolítico, porque va más allá de lo económico. Tampoco se trata de dar barra libre a las multinacionales, dependerá de lo que se negocie”, argumenta Jordi Bacaria. A la crítica de que las reuniones se hayan producido a puerta cerrada se suma la circunstancia de que casi todas se han celebrado con representantes de las grandes multinacionales. Según un análisis del observatorio Corporate Europe, el 92% de las mismas (560 reuniones) han sido con lobbies empresariales. Para Federico Steinberg es “lógico”, ya que son ellos los que conocen los obstáculos al libre comercio. “¿A quién vas a preguntar sobre cómo armonizar la regulación de seguridad de un cinturón de conducir? Ellos tienen la información relevante y tampoco tengo la impresión de que los negociadores estén atrapados por las multinacionales”, añade. En esta fase de la partida estamos en una auténtica guerra de lobbies, y cada sector tiene sus intereses. El Consejo Nacional de Productores de Cerdos de los Estados Unidos ha publicado sus exigencias al TTIP. Exigen que se retire la prohibición de la ractopamina de la UE (un hormona que estimula el crecimiento de los animales), ya que según ellos “no tiene sustento científico”. Competir contra cerdos que crecen más rápido podría perjudicar a los mercados nacionales, lo que llevaría a la homogeneización de su uso. Lo que parecen reclamar es la eliminación del principio de precaución que opera en la UE, por el que si existen dudas para la salud (humana, animal o vegetal) de un producto, este no puede comercializarse. Pero en EE UU la normativa opera al revés: se retira el producto solo cuando existen pruebas fehacientes. Abolir este principio podría llevar a que productos hoy prohibidos (desde los modificados genéticamente o clonados, a pesticidas o medicamentos) tengan una puerta de entrada en la UE. Una apuesta de Obama “Es un puzle sabiamente articulado. Esto obligaría al resto de productores a competir en este marco aunque no quieran, y a los Estados a legislar a favor por una distorsión de la competencia”, afirma Ramón Franquesa. Lobbies de alimentación y cultivos, como ECPA (europeo) y su homóloga estadounidense Croplife America, han reclamado “una armonización del cálculo del riesgo” en el control de los pesticidas. La posición del Gobierno de EE UU, en palabras del embajador estadounidense de la UE Anthony L. Gardner, es hacer ver a Europa que “está legislando en contra de los criterios científicos”, en referencia a la carne hormonada o los pollos limpiados con cloro. A ello hay que sumar otra exigencia de los lobbies estadounidenses: retirar las obligaciones de etiquetado y de denominación de origen, ya que alegan que afecta a la libre competencia; así, el consumidor tampoco podría saber si estos productos contienen materias dudosas o determinar si un Rioja o un queso de Parma habría sido producido en Texas u Oregón. La apertura de los servicios sanitarios y de educación o el agua (y su posible privatización), las políticas de protección de datos (comercializar con la privacidad de los consumidores), el aumento del poder de las patentes y de la propiedad intelectual, o el hecho de que en protección laboral Estados Unidos no haya ratificado 70 convenios, algunos fundamentales, de la Organización Mundial del Trabajo, entre otras aristas, siguen siendo asuntos espinosos. A pesar de tratarse de un tratado en extremo complejo –”cosa casi de ingenieros”, según Bacaria–, existe cierta prisa para que llegue a buen puerto. Este mes se celebrará la octava ronda de negociaciones oficiales en Bruselas, y el objetivo es que se apruebe este año o como muy tarde en 2016. La premura la marcan las elecciones de EE UU, ya que este tratado es una aspiración de la Administración Obama. Y Rajoy dijo en sede parlamentaria que una de sus prioridades era la aprobación del tratado. Sin embargo, tanto detractores como defensores consideran que lo tiene difícil para llegar a buen puerto, o si lo consigue será un acuerdo de mínimos que siente las bases de negociaciones futuras. En este sentido preocupa la creación del Consejo de Cooperación Regulatorio, en el que las multinacionales podrían tener voz para influir en las futuras regulaciones de ambos bloques económicos. ¿Un regalo o un caballo de Troya? ¿Una visita próspera o la caída de Europa? A falta de artículos concretos en su redacción, y debido a la ambición del TTIP, la ciudadanía haría bien en estar atenta, puesto que la posibilidad de un referéndum está cerrada y el tratado podría cambiar sus vidas para siempre. Otros tratados polémicos Los contrarios al TTIP citan otro acuerdo como «experiencia empírica»: NAFTA, tratado de libre comercio entre EE UU, México y Canadá. Se firmó con grandes promesas de beneficios que después no se cumplieron, ya que México no creció espectacularmente, se rebajaron salarios y se impulsó un modelo de fábricas maquilas. Para sus defensores, el TTIP no es equiparable al NATFA, pues la UE no tiene la misma posición negociadora que México. Antes, el AMI (Acuerdo Multilateral de Inversiones), se retiró por las protestas antiglobalización; también se intentó el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), rechazado por los países latinoamericanos. En la actualidad están levantando ampollas el CETA, firmado por la UE y Canadá, y el TISA, un acuerdo sobre el comercio de servicios, también negociado en secreto y que afecta a cincuenta países, incluida la UE. Los puntos más conflictivos El TTIP toca asuntos polémicos que generan alarma en la ciudadanía de todos los Estados miembro de la UE. Dependerá de cómo quede la regulación final, y si EE UU y Europa acaban por ponerse de acuerdo en lo que llaman “eliminar las barreras comerciales” (suprimir aranceles, normativa innecesaria, restricciones a la inversión, etc.) y simplificar la compraventa de bienes y servicios. Los críticos creen que detrás de estos conceptos hay una voluntad oculta de imponer una doctrina neoliberal por encima de los derechos ciudadanos y medioambientales. TRABAJO Y PIB. Para sus defensores, gracias al TTIP habrá creación neta de empleo, con 400.000 puestos de trabajo de los cuales prometen 150.000 para España. Sin embargo, otros estudios han alertado de que entre 430.000 y 1,1 millones de empleos podrían verse desplazados como consecuencia de la implementación del tratado. TRIBUNALES DE DISPUTAS PRIVADOS. Una de las bestias negras. Se trata de crear tribunales ad hoc privados que capacitan a las multinacionales a demandar a los Estados, y sin instancia superior. La Unión Europea, después de una consulta pública, dice buscar el medio para hacerlos transparentes y asegurar el derecho a legislar. CONTRATOS PÚBLICOS. El TTIP prevé que empresas de ambos lados puedan optar a licitaciones públicas de los Estados. Los críticos consideran que las multinacionales apartarán a las empresas locales. En EE UU se han encontrado con una gran oposición a retirar la Ley BuyAmerica, que da prioridad a compañías nacionales. SEGURIDAD ALIMENTARIA. La UE ha afirmado que no rebajará los estándares de seguridad. Para los críticos, podría implicar la entrada en la UE de productos transgénicoso modificados genéticamente (se estima que el 70% de los productos que procesa EE UU los contienen). Europa prohíbe unos 1.400 productos químicos, EE UU solo 12. ENERGÍA. Una de las principales líneas de negociación es la energía, con la intención de la UE de abastecerse de EE UU, ya que es el principal productor de gas de fractura hidráulica o fracking, con más de 500.000 pozos, según Ecologistas en Acción. Los críticos temen que esta técnica se extienda por la UE. LIBERALIZACIÓN. El 80% de las ganancias del TTIP podrían provenir tanto de la reducción de los “costes” impuestos por la burocracia y las regulaciones, como de la liberalización del comercio en servicios y en la contratación pública. DERECHOS LABORALES. Armonizar dos modelos laborales tan distintos preocupa a la opinión pública. La Unión Europea ha prometido que con el TTIP no se rebajarán los estándares laborales. Comparando: España ha ratificado 133 convenios de la OIT; Estados Unidos solo 14, y restringe la negociación colectiva y la huelga. PROTECCIÓN DEL CONSUMIDOR. La UE afirma que busca en el tratado una mayor protección del consumidor, abaratando precios y mejorando la competencia, manteniendo niveles de seguridad y salubridad y un comercio sostenible. La oposición afirma que estos estándares serán a la baja y no se protegerá la privacidad. SECRETISMO. El nombramiento de la Comisaria de Comercio ha significado un giro en cuanto a comunicación respecto a las reuniones para desarrollar el TTIP, pero lo cierto es que la opinión pública ha conocido estas negociaciones por filtraciones de organizaciones como Wikileakso Filtra.la, o parlamentarios críticos. BENEFICIO ECONÓMICO. 95.000 millones de dólares es el beneficio que obtendría la economía americana, según dicen, si el TTIP se implantara. A eso habría que sumar los 119.000 millones de euros de la europea, según la UE. PROTECCIÓN MEDIOAMBIENTAL. Los tribunales arbitrales podrían servir a las empresas para demandara los Estados si estos quieren implementar medidas de protección. Son utilizados en casos relacionados con la protección del medioambiente, como cuando Alemania decidió cerrar sus centrales nucleares, o Ecuador multar a Chevron por daño ecológico. REGULACIÓN FINANCIERA. Por el momento todo apunta a que Estados Unidos ha querido excluir de las negociaciones al sector financiero para no tener que modificar la Ley Dodd-Frank (norma aprobada en 2010 que establece medidas de control bancario). Por su parte, Europa ha querido dejar fuera a las empresas del sector audiovisual. PODER DE LAS MULTINACIONALES. 269 lobbies del sector privado fueron consultados durante las negociaciones entre 2012 y 2013, según Corporate Europe Observatory. El 90% de las empresas en Europa son pequeñas y medianas. Los críticos creen que destruirá empleo por no poder competir y la UE dice que el tratado las ayudará. EXPORTACIONES. El 46% del PIB mundial es lo que representan EE UU y Europa. El 25% de las exportaciones mundiales son suyas, así como el 57% de las inversiones.El TTIP promete un incremento del 28% en las exportaciones. BIENESTAR ANIMAL. La UE es menos permisiva con hormonas del crecimiento, piensos modificados genéticamente, y antibióticos. Los críticos alegan que EE UU tienen leyes de transporte animal anticuadas, y que hay seres que están excluidos de medidas de protección como los de granja o los usados para experimentación.
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